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(Domingo, 2/09/2012)
Estos primeros días de septiembre, en diferentes lugares de Cataluña, se celebran diversas fiestas patronales marianas, especialmente la fiesta de la Natividad de la Virgen, que se celebra el 8 de septiembre y que es popularmente conocida como «la Virgen de septiembre». Y en esta o en próximas fechas se celebran también aquellas advocaciones de la Virgen que tienen en su origen la tradición de una imagen encontrada misteriosamente, como es el caso de la Virgen de Nuria y , hasta finales del siglo XIX, también la de Montserrat.
Con motivo de estas fiestas, nos gusta recordar y exaltar la gran dignidad de María y sus excelsos privilegios. Esto es bueno porque se trata de verdades pertenecientes a nuestra fe. Pero me parece que hoy existe una necesidad urgente: la de hacer que el pueblo de Dios conozca cada vez más, entre otras cosas, la inmensa personalidad de María como cristiana, como mujer de fe.
Si seguimos el hilo de aquellas palabras de Isabel, María es bienaventurada porque ha creído. Juan Pablo II interpretó estas palabras diciendo que María «ha sido la primera en creer». El Concilio Vaticano II nos dice que ella engendró al Hijo de Dios «creyendo y obedeciendo» y «prestó su fe, exenta de toda duda, el mensajero de Dios».
Quizá pensamos que la vida de la familia de Nazaret fue un idilio poético, sin las dificultades que conlleva la aventura de la fe. No fue exactamente así. La vida de María transcurrió bajo el velo de una fe que no comprendió muchos acontecimientos de la vida de Jesús. Ni ella ni José no entendieron aquella respuesta de Jesús cuando le encontraron en el templo de Jerusalén: «¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas que pertenecen al servicio de mi Padre?» Pero María aceptó estas situaciones y confió de verdad en los designios de Dios. María, en su peregrinación de la fe, avanzaba meditando en su corazón lo que veía y oía, y estuvo siempre bien unida a su Hijo, desde la cuna de Belén hasta la cruz del Calvario.
También nosotros queremos ser hombres y mujeres de fe, creyentes. En los momentos actuales de crisis de fe es bueno dirigir la mirada a María, sobre todo ahora que nos disponemos a celebrar un Año de la Fe, propuesto por el Papa Benedicto XVI a toda la Iglesia.
Es bueno también pensar que la presencia cristiana en Cataluña se remonta a los primeros siglos y que el cristianismo forma parte de las raíces de nuestra identidad. Esto impulsa a los cristianos a vivir de la fe y ofrecer los valores del evangelio en nuestra sociedad. Como se dice en un documento de los obispos de la Tarraconense sobre Cataluña: «Nos conviene conectar con aquello de mejor que nos ha legado la historia y hacer una fuerza que nos proyecte hacia un futuro de convivencia, de cultura y de progreso en todos los órdenes. El obispo Torras i Bages, patriarca espiritual de Cataluña, ofreció esta oración: «Señora de Montserrat, que tienes tu santa montaña rodeada de olivos, signo de paz, consigue para los pueblos de Cataluña una paz cristiana y perpetua”.
† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona
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