Homilia del Cardenal al Sínode dels Bisbes

Homilia del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en el Sínodo de los Obispos.

Texto: 2 Co 13,11. “Por lo demás, hermanos, alegraos, sed perfectos; animaos, tened un mismo sentir; vivid en paz y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros”.

            Se ha dicho de San Pablo que era un gran pensador de la fe, un gran teólogo, y esta afirmación resulta incuestionable, incluso haciendo abstracción – si esto es posible- del misterio de la divina inspiración de la Sagrada Escritura. Pero no es menos cierto que San Pablo era una persona de gran corazón, vivía un gran sentimiento de paternidad hacia todas las Iglesias locales por él fundadas. Esto aparece en todas las cartas que les escribe, pero de modo especial en Filipenses –su tan entrañable comunidad, tan cercana a su corazón- y en Corintios.

En la despedida de la segunda Carta a los Corintios el Apóstol vuelca de nuevo todo su corazón hacia los fieles de Corinto exhortándoles a que viven entre sí la fraternidad propia de los cristianos, con la consiguiente paz y unidad entre ellos (cf. 1Co 1,10-17). Y –comenta San Juan Crisóstomo- les predice cuál será el fruto de esto: Vivid en la unión y la paz, y Dios estará ciertamente con vosotros, pues Dios es un Dios de amor y un Dios de paz, y ahí pone sus delicias. Su amor producirá vuestra paz y todos los males serán desterrados de vuestra Iglesia” (Homilía sobre 2 Co, 30),

Resulta particularmente expresiva la llamada que san Pablo hace a los fieles –y por supuesto, también a los pastores- a que estén alegres; la repitió en otras ocasiones: “Alegraos siempre en el  Señor; lo repito, alegraos (Phil. 4,4, cfr. 3,1). La alegría es un bien propio de los cristianos, que –como fruto de su filiación divina- se saben en las manos de su Padre Dios, que lo sabe y lo puede todo.

Por eso, no podemos estar nunca tristes; todo lo contrario. Así nos lo ha pedido y pide, en especial en esta asamblea sinodal, nuestro Santo Padre en su exhortación apostólica titulada significativamente: “Evangelii gaudium”, es decir, la alegría del Evangelio, en la que nos invita vivir, en el hoy y aquí de la Iglesia, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EG 9) y nos advierte que “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, ‘la dulce i confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando a que sembrar entre lágrimas (…) Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Pablo VI, Evangelio nuntiandi, 75, ciutado en Evangelli gaudium,10).

La alegría es una nota esencial de una mentalidad genuinamente cristiana; la alegría que fluye de la fe en que Dios nos ha perdonado y está siempre dispuesto a perdonarnos, si nosotros no nos cansamos de acogernos a su misericordia y pedirle perdón por nuestros pecados, flaquezas y omisiones.   

La exhortación recíproca de los cristianos procede del espíritu de responsabilidad comunitaria. Frente a todas las tendencias disolventes, hay que mantener la unidad y conservar la paz, invocando así la asistencia de Dios, que es por esencia un Dios de amor y de paz. Nuestra responsabilidad comunitaria, al ser llamados a esta asamblea por nuestro Papa Francisco, no es pequeña. Pero nos sostiene la plegaria del Pueblo de Dios para encontrar, en el tema de la familia, unos caminos de fidelidad al depósito de la fe y de aplicación de esos contenidos a las necesidades de hoy, de acuerdo con la tradición eclesial, que no es un cuerpo extático y cerrado, sino un contenido viviente que responde siempre a las nuevas necesidades.

Como enseña el Concilio Vaticano II, “la sagrada Tradición, que parte de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo”; en efecto, la comprensión de los hechos y de las palabras transmitidas crece, por una parte por la contemplación y estudio de los creyentes que las conservan en el corazón; también por la percepción profunda de las cosas espirituales que experimentan; y asimismo por el anuncio de aquellos que con la sucesión episcopal han recibido el carisma seguro de la verdad. Y así la Iglesia, a lo largo de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que se cumplan en ella las palabras de Dios” (Const. Dei Verbum, 8).

Nos podrá ayudar en nuestro trabajo la conocida sentencia de San Agustín: “In necesariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas”.

 

Santo Padre,

Venerables hermanos en el episcopado, sacerdotes y diáconos, personas consagradas a Dios, esposos y fieles cristianos llamados a competir nuestros trabajos sinodales que hoy iniciamos:

 Iniciamos un Sínodo extraordinario; comenzamos a caminar juntos, que este es –como sabemos- el significado etimológico de la palabra “sínodo”.

Abramos nuestras mentes y nuestros corazones a las palabras y propuestas de todos y cada uno de los hermanos y hermanas que constituimos esta asamblea.

Vivamos el gozo y la alegría de encontrarnos con hermanos y hermanas en la fe y de enriquecernos con sus aportaciones y experiencias. Exhortémonos mutuamente para mejor cumplir nuestra misión de ser evangelizadores de la “buena noticia de la familia”. El mundo y la Iglesia nos miran y son muchas las personas –los matrimonios y las familias – que han puesto en esta asamblea muchas esperanzas. Así se ha puesto de manifiesto en la consulta previa realizada al Pueblo de Dios por el Santo padre antes de esta asamblea. No podemos defraudarles. Confiemos en el Señor. Sobre todo confiemos en la luz y el impulso del Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, su fuerza y su consuelo.

Cercano al texto que hemos escuchado y que he comentado, se halla este saludo final de la segunda Carta a los Corintios que nos es muy familiar, porque ha quedado recogido por la liturgia de la Iglesia latina como una de las fórmulas introductorias de la santa misa y que constituye un testimonio claro y explícito del dogma de la Santísima Trinidad: “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Co, 13,13) y con todos los trabajos de nuestra asamblea.        Así sea.

 

+ Lluís Martínez Sistach.

Cardenal Arzobispo de Barcelona.

Text oficial en italià publicat pel Vaticà