Carta dominical | «Un sueño de Dios»

Hace unos días leí un documento de los obispos belgas que me llamó mucho la atención, ya que hablaba del sueño de Dios para la humanidad. Creo que compartir con vosotros su mensaje nos puede ayudar a vivir el eje de la fraternidad, que es el objetivo de nuestra archidiócesis para este año. Mirad lo que dicen los hermanos obispos:
«En nuestros días, tener que convivir con un gran número de gente se siente cada vez más como una carga. Vivimos muy cerca unos de otros y hay cantidad de leyes y reglamentaciones que tratan de regular las relaciones interpersonales […]. Además, estas [personas] son a menudo muy diferentes de nosotros. Muy pronto ya no habrá en el mundo un lugar que sea homogéneo en cuanto a raza, color, lengua o religión. Y entonces se oye decir: “Pues dejadme que me ocupe de mí mismo y de mi pequeño mundo”.
«Y, sin embargo, vivir en comunión con muchos otros, incluso diferentes, es el primer sueño de Dios para la humanidad. El paraíso era el ámbito por excelencia de la co-existencia: los seres humanos, las plantas, los animales y todo el cosmos. Se ponían nombres, para poderse conocer y para poderse interpelar mutuamente. Entonces reinaba la paz, la serenidad y la alegría. […] La vida en común con otros no era una carga, sino una gracia.» (Conferencia Episcopal de Bélgica, ¿No sabéis interpretar los signos de los tiempos? (Cf. Mt 16,3b), 2007, n. 60-61)
¿Por qué nos cuesta la convivencia, por qué nos cuesta la fraternidad? Quizás porque hemos olvidado que la fraternidad supone siempre una paternidad. Quizás hemos querido vivir una fraternidad huérfana. La ausencia de un mismo padre hace que nos cueste mucho más aceptar las diferencias del otro, y estamos tentados de vivir en la auto-referencialidad: «Dejadme que me ocupe de mí mismo y de mi pequeño mundo».
La fraternidad es un don que Dios Padre quiere regalar a cada uno de sus hijos. No es una conquista o un mérito por ser buenas personas. Es un don que responde a un gran deseo que Jesucristo pide al Padre: «Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros». (Jn 17, 21)
Ahora bien, fijémonos que no es un antojo caprichoso de Dios. Nosotros necesitamos la fraternidad, necesitamos la compañía para vivir, para conocernos a nosotros mismos, para afrontar las dificultades, para tomar decisiones, para celebrar la vida. La fraternidad es un don y a la vez una necesidad. Nos exige el esfuerzo de intentar mirar al otro no desde la sospecha sino buscando reconocer en él la presencia del Señor.
Vivir la fraternidad como actitud de conversión pastoral no es sólo para que podamos ser mejores cristianos o vivir con más paz y alegría, sino que está al servicio de la evangelización: «Para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). No hay mejor anuncio del Evangelio que una comunidad que se siente querida por el Señor, que se ama y ama…
Queridas hermanas y hermanos: la fraternidad no nos vendrá por una red de normas y decretos, como apuntaban los obispos belgas. Pedimos al Padre el don de la fraternidad, ¡para que podamos vivir el sueño de Dios y anunciar un reino de paz, serenidad y alegría!
† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
Escucha la carta dominical en la voz del cardenal arzobispo de Barcelona.