Carta dominical | La Shekináh

El P. Pierre Delfieux, fundador de las Comunidades Monásticas de Jerusalén en París, narra en uno de sus libros lo que le dijo un rabino judío que acudía todos los jueves a la Iglesia de Saint Gervais, a la hora de la adoración de la Eucaristía:

«Permanecía silenciosamente delante del Santísimo. Una noche, viendo que permanecía durante una hora de pie, apoyado sobre su bastón, fijando la mirada sobre la hostia consagrada, me acerqué y le dije: Abraham, ¿qué mira tan fijamente? Puso un dedo en sus labios, como signo de recogimiento y de silencio; después, mostrándome con su mano la custodia, me dijo sencillamente, de modo admirable: “Miro la Shekináh” (la Presencia).»

La Biblia presenta a Dios como el amigo de los hombres y nos da signos de su presencia fiel, que manifiesta su proximidad y su cercanía. Adán, el padre de los humanos, vivió la familiaridad de una presencia muy cercana de Dios, con quien conversaba a la hora de la brisa (Gn 2,8). Noé sintió la cercanía amorosa de Dios cuando le invitó a construir un arca que le salvaría del diluvio (Gn 6,14 y ss). Abrahán recibió en su casa, cerca de Mambré, al mismo Dios, que toma la forma de tres visitantes, anuncio y representación del gran misterio de la Trinidad (Gn 18,1-15). Jacob, en Betel, descubrió la presencia de Dios, una presencia que le envuelve y le fortalece (cf. Gn 28,17). Pero es en el Éxodo donde se palpa la presencia de Dios, una presencia más permanente y sentida por todo el pueblo:

«Cuando salía Moisés hacia la Tienda, todo el pueblo se levantaba y se quedaba de pie a la puerta de su tienda, siguiendo con la vista a Moisés hasta que entraba en la Tienda. Y, una vez entrado Moisés en la Tienda, bajaba la columna de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras Yahvé hablaba con Moisés. Todo el pueblo, al ver la columna de nube detenida en la puerta de la Tienda, se levantaba, y cada cual se postraba junto a la puerta de su tienda. Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Luego volvía Moisés al campamento, pero su ayudante, el joven Josué, hijo de Nun, no se apartaba del interior de la Tienda.» (Ex 33,8-11)

Ante esta presencia, misteriosamente representada por el arca, el pueblo responde con la actitud de adoración. ¿Qué otra cosa puede hacer la criatura ante el creador? «Descálzate, Moisés, porque el lugar en que estás es tierra sagrada» (Ex 3,5); y se prosternó adorando. Así hacía el pueblo judío ante la Tienda del Encuentro.

Con la Encarnación del Hijo de Dios, con el nacimiento de Jesús en Belén, la presencia de Dios en medio de su pueblo toma otras dimensiones. Dios mismo habita en medio de su pueblo a través de su Palabra encarnada, y así lo expresa el evangelista san Juan: «Y Dios puso su tienda entre nosotros» (Jn 1,14). La tienda, el arca de la Alianza, símbolos de la presencia de Dios, han sido reemplazados por el mismo Hijo de Dios. Y cuando asciende al cielo nos deja esta promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). ¿Dónde está presente el Señor? En su Palabra, en el pobre, en el hermano, y de manera especial en la Eucaristía: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo». En la Eucaristía está presente el Señor. Es la gran presencia del Señor. Ante esta presencia no cabe sino callar y adorar; decir como el judío de París: callo y adoro la Shekináh.

Que Dios os bendiga a todos.

+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

Descárgate esta carta dominical en formato audio *.mp3