Meditación de Cuaresma

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(Domingo, 27/03/2011)

El pecado es una realidad muy actual, y el tiempo de Cuaresma es un momento para recordarlo y concienciarnos de ello. Jesús vino a perdonar los pecados. Esta ha sido la principal misión del Hijo de Dios hecho hombre. El ángel así lo anunció a José antes de la primera Navidad de la historia: “Le has de poner por nombre Jesús, ya que Él salvará a su pueblo de los pecados”.

Cuanto más conocemos a Dios, más sabemos qué es el pecado. El hombre, por el pecado, rechaza el amor de Dios o mira de construir su yo y su mundo al margen de Dios, como si éste no existiera. El concepto de pecado tan sólo puede ser bien interpretado en el contexto de las relaciones con Dios. En el contexto del amor de Dios llevado hasta el final descubrimos la verdad de nuestros pecados y nos reconocemos como pecadores de veras.

Al leer la Biblia nos percatamos de que en cada una de sus páginas se constata la existencia del pecado, del cual se explica su naturaleza y malicia. Pero también en la Biblia se describe el amor constante y la misericordia indefectible de Dios. La historia de la salvación es la historia de las tentativas repetidas por Dios creador para arrancar al hombre de su pecado.

Nadie escapa de la tendencia al pecado, ya que éste se halla en todos y en cada uno de nosotros. La universalidad y radicalidad del pecado es tan grande que la Sagrada Escritura habla del pecado del mundo, estado de pecado original y de caída universal preexistente que se realiza en los pecados personales, por los cuales cada uno se acerca a este pecado y peca dentro de sí mismo.

El pecado tiene una dimensión personal y social. El pecado, en su sentido propio, es un acto libre de la persona individual; tiene un origen personal y unas consecuencias en el mismo pecador. Todo pecado, sin embargo, incluso el más estrictamente individual, íntimo y secreto, repercute de alguna manera en los demás, ya que tiene un carácter social.

No se ha de confundir la conciencia de pecado con el complejo de culpa. Son dos cosas distintas. La primera mana de un corazón consciente de la primacía del amor en la existencia cristiana e implica un acto de responsabilidad. A la persona que tiene esta conciencia, la fe cristiana le ofrece el perdón y la misericordia de Dios. Es necesario tener conciencia de pecado para sentir un deseo operativo de conversión y de cambio de vida, ya que tan sólo quien reconoce la enfermedad se pone en camino para encontrar el remedio oportuno.

El complejo de culpabilidad, en cambio, nace del miedo, destruye la alegría, sumerge en la tristeza y genera angustia y desprecio de uno mismo. Quizás el mal de nuestro tiempo consiste en que falta mucha conciencia de pecado y sobra mucho complejo de culpa, como se pone de relieve en la literatura, en el arte y en la psicología.

Dios es Padre y no nos quiere encerrados en un complejo de culpabilidad que nos enclaustra en nosotros mismos y en una estéril angustia. Juan Pablo II, en una de sus encíclicas, nos recordó que Dios es “rico en misericordia” y que constantemente manifiesta su omnipotencia perdonando nuestros pecados. Por eso, Juan Pablo II quiso que el segundo domingo de Pascua fuera llamado también “Domingo de la Divina misericordia”. Es muy significativo que precisamente sea en esta fiesta, que este año cae en el primer día del mes de mayo, cuando será beatificado el primer Papa polaco de la historia.

  Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

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