Durante los próximos meses, Barcelona vivirá la segunda fase del Congreso Internacional de Pastoral de las Grandes Ciudades. La primera fase la celebramos el pasado mayo durante tres días y ahora estamos preparando la segunda fase, que tendrá lugar del 24 al 26 de noviembre y reunirá a una veintena de cardenales y arzobispos de grandes metrópolis de todo el mundo. Estos, ante las propuestas formuladas en la primera fase, harán una valoración de éstas y las enriquecerán con sus propias experiencias. Deseamos ofrecer los resultados de todo el Congreso al papa Francisco, que nos recibirá el día 27 de noviembre en Roma.
¿Qué esperamos de este congreso? Esperamos consolidar y mejorar la presencia cristiana en las grandes ciudades y en la cultura urbana. En este sentido, es muy ilustrativo un hecho que se puede expresar diciendo que la fe y la cultura cristianas ya no son hegemónicas en la mayor parte de las grandes concentraciones urbanas actuales. El papa Francisco, que siempre se ha interesado por la llamada pastoral de las grandes ciudades y ha apoyado y seguido con mucho interés nuestro Congreso de Barcelona, formula este hecho, en pocas palabras, cuando escribe en su documento programático titulado La alegría del Evangelio: «Nuevas culturas siguen gestándose en estas enormes geografías humanas en que el cristiano ya no suele ser promotor o generador de sentido, sino que recibe otros lenguajes, símbolos, mensajes y paradigmas que ofrecen nuevas orientaciones de vida, a menudo en contraste con el Evangelio de Jesús. Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad”.
No pretendemos presentar un solo modelo de presencia cristiana en el mundo urbano. Preparando el Congreso, he tenido ocasión de recordar un texto de los inicios del cristianismo, concretamente del principio del siglo II de la era cristiana. Es la llamada Epístola a Diogneto, que describe cómo los primeros cristianos se integraban en las ciudades con la ilusión por ser como el alma de la sociedad de su tiempo.
He aquí unos fragmentos de esta famosa carta: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque no habitan en ciudades exclusivas para ellos ni hablan una lengua extraña ni tienen un estilo de vida separado del estilo de los otros hombres. Residiendo en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que cada uno ha tenido en la vida, adaptándose en el vestido, la comida y otros aspectos de la vida a los usos y costumbres de cada país, muestran sin embargo un estilo peculiar de conducta admirable y, según confesión de todos, sorprendente. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes”.
También los cristianos de hoy-como dijo uno de los expertos que participó en la primera fase del congreso-, integrados en comunidades sencillas y humildes, centradas en la eucaristía y la oración, están llamados a ser un signo de esperanza y de solidaridad en medio del mundo urbano. Volveremos a hablar, si Dios quiere, en un próximo comentario.