En uno de los libros que se han publicado sobre el papa Francisco o sobre sus escritos -el titulado Mente abierta, corazón creyente- hay una anécdota muy significativa sobre las vacaciones de quien entonces era el cardenal arzobispo de Buenos Aires y ahora es el papa Francisco.
Escribe el prólogo del libro el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, José María Arancedo, que dice lo siguiente: «Recuerdo, y esto es algo testimonial, que una vez le pregunté sobre sus vacaciones, que hacía durante el mes de enero -tiempo de vacaciones en el mundo austral-, dónde iba. Recuerdo que me respondió que se quedaba en la curia y descansaba rezando y leyendo –releyendo- los clásicos. Su respuesta me sorprendió, pero me sirvió, y he tratado de ponerla en práctica. ¡Cuánto hemos perdido culturalmente con la ruptura con el mundo clásico!» -añade todavía este arzobispo, compañero del Papa en Argentina, que dice que ve en este aprecio del Papa por la lectura de los autores clásicos el secreto de su buen manejo del idioma y de la belleza y la sobriedad de su prosa.
Este buen manejo del idioma se debe también al hecho de que el padre Bergoglio, siendo un joven jesuita, fue profesor de literatura en el Colegio de la Inmaculada Concepción de la ciudad de Santa Fe, dirigido por los jesuitas. «Antes de entrar en el seminario había estudiado química -explicó el Papa en un libro-entrevista- y pensé que me darían alguna materia científica, pero no, me encomendaron impartir psicología y literatura. La psicología la había estudiado cuando cursé filosofía y me resultaba fácil, mientras que para la literatura, que me gustaba mucho, me tuve que preparar durante el verano», explica quien entonces era el cardenal Bergoglio.
El profesor Bergoglio animaba a sus alumnos a escribir cuentos. En un viaje a Buenos Aires se los enseñó al escritor Jorge Luis Borges. Le gustaron tanto que dijo que había que publicarlos y se ofreció para escribir el prólogo. Así fue, y se editó con el título de Cuentos originales. Además, el padre Bergoglio llevó un día al mismo Borges a dar una clase a sus alumnos del colegio de Santa Fe.
Los lectores ya saben, a estas alturas, que el Papa continúa con esta buena costumbre que tenía en Buenos Aires: dedicar el tiempo de vacaciones -durante el cual continúa en su residencia del Vaticano- a la oración y la lectura. Y también a trabajar. Él mismo me contó durante una audiencia a finales del verano pasado que había dedicado los días de vacaciones a redactar la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, que es el documento programático de su pontificado.
Que el ejemplo del Papa nos sea un estímulo para dedicar el tiempo de vacaciones al cultivo de la oración y la lectura. Y, si puede ser, de los autores clásicos.