La Virgen de Agosto

(Domingo, 9/08/2015)

María es el nombre que nos evoca, a los cristianos, a la madre del Hijo de Dios. Es un nombre bastante frecuente en nuestras comarcas, como expresión de la devoción mariana y de las muchas ermitas que están dedicadas a la Virgen con diversas advocaciones.

A mediados de agosto los cristianos celebramos la fiesta de María Asunta, que por su importancia a menudo se denominaba en nuestra tierra con el nombre de Virgen de Agosto.

La asunción de María al cielo es un dogma que proclamó el papa Pío XII en 1950. La verdad de la asunción está reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: «La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma, y ​​el Señor la ensalzó como Reina del universo para que fuera más plenamente conforme a su Hijo, Señor de los que reinan y vencedor del pecado y de la muerte”.

Cabe decir que siglos antes del dogma sobre este misterio, nuestro pueblo ya veneraba de manera especial «la asunción de María en cuerpo y alma al cielo», y la representaba victoriosa, señora de todo, despegando rodeada de ángeles hacia el cielo.

Esta fiesta mariana proporciona a los cristianos una ocasión muy propicia para reflexionar sobre el futuro de su existencia en el más allá, en el cielo nuevo y la tierra nueva de los que habla la revelación. Allí, después de la muerte y purificado de toda culpa, el hombre encontrará su glorificación definitiva en Dios. Nos precede María, la madre de Jesús, asunta en cuerpo y alma.

En nuestros días hay bastante increencia respecto de la inmortalidad del hombre. El materialismo considera la muerte un hecho biológico fatal que termina en la nada, en las tinieblas oscuras e inexplicables del absurdo. El materialismo sin Dios considera que el hombre no debe a nadie su vida, puesto que es el amo absoluto.

Hoy es muy necesario presentar a los hombres y las mujeres la figura humana y divina de Jesucristo. Él proclama con voz solemne: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.» La inmortalidad y la vida en el más allá son verdades que profesa con firmeza el credo cristiano.

La madre de Jesús, glorificada en cuerpo y alma al cielo, es una imagen y un comienzo de la Iglesia que debe llegar a la plenitud en la gloria futura. Por eso, María es un signo de esperanza firme y de consuelo para el pueblo de Dios en marcha hasta que llegue el día del Señor.

  Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona