Homilía del Viernes Santo

Homilía de Mons. Joan José Omella, en la Santa Iglesia Catedral de Barcelona, el Viernes Santo, 25 de marzo de 2016

Acabamos de escuchar el impresionante relato de la Pasión y Muerte de Cristo. Cristo muere en la cruz por salvarnos, por darnos vida, felicidad y esperanza. Dentro de unos instantes adoraremos esa cruz que nos trajo la vida, la salvación.

La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera que haya una cruz habrá un cristiano y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Vemos cruces en los lugares sagrados y en otros espacios como caminos, fachadas de las casas… Lucimos la cruz y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa tanto que la quiten de los lugares oficiales, importa sobre todo que la llevemos por dentro, donde nadie la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente perenne de gracia. Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor, si somos egoístas no podemos lucir la cruz. Hay que elegir, cruz o egoísmo.

Solemos decir que la cruz de Cristo es muy grande y pesada y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Se da como un intercambio. Nosotros podemos unir nuestras cruces a la de Cristo y se convierte en sacramento. Cristo prolonga su cruz en la nuestra y se convierte en consuelo redentor. Cargad con mi cruz, dice Cristo, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme vuestras cruces y os sentiréis aliviados y santificados.

No dejemos de mirar la cruz de Cristo. Sólo quien ha puesto sus ojos en la cruz del Señor podrá permanecer fiel en la fe y en la esperanza, y nada podrá turbarle y llevarle al fracaso. La cruz es camino de vida y salvación. «Per crucem ad lucem».

Digámosle al Señor con un corazón sincero: «Gracias, Señor, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en tu cruz bendita; nuestro orgullo en tu cabeza coronada; nuestras codicias en tus manos abiertas; nuestros odios en tu corazón traspasado.

Gracias, Jesús crucificado. Quiero padecer contigo, pero comulgando con mis hermanos en su pasión: pobres, enfermos, perseguidos, emigrantes, refugiados…, y que ellos se llenen de esperanza pascual».

Que aprendamos del crucificado:

La pobreza voluntaria, ya que Cristo está despojado.

La caridad perfecta, puesto que toma sobre sus hombros las deudas incluso de quienes lo matan.

Una inmensa misericordia, porque no sólo nos perdona todo, sino que nos concede contemplar su rostro en el paraíso.

Una perfecta obediencia, porque no ha hecho más que la voluntad del Padre entregando su vida a la muerte.

Paciencia perfecta en los más crueles suplicios.

Firmeza inquebrantable para enseñarnos a perseverar.

Oración continua, pues, suspendido en la Cruz, Jesús no dejó ni un solo instante de orar a su Padre del cielo.

 

Juan Tauler, o.p., s. XIV