Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en la Eucaristía con motivo del reconocimiento de la Iglesia del martirio del Arzobispo Mons. Óscar Romero. Parroquia de Santa Ana, 24 de marzo de 2015.
Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía hoy que se cumple el 35 aniversario del asesinato del querido Arzobispo de San Salvador Óscar Romero y con motivo del reconocimiento de la Iglesia de su martirio, firmando ayer el Papa Francisco el decreto de dicho reconocimiento. Óscar Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar mientras celebraba la Eucaristía. Con la Eucaristía damos gracias a Dios por la obra buena que empezó en Óscar Romero y la llevó a término.
El mismo San Juan Pablo II sabía muy bien de los otros dos santos muertos en el altar, San Estanislao de Cracovia y Thomas Becket de Canterbury, afirmando del Arzobispo de San Salvador que “lo mataron en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino. Fue asesinado un obispo de la Iglesia de Dios mientras ejercía su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía”.
Hemos escuchado el Evangelio. Jesús anunció las bienaventuranzas como programa para todos los cristianos. El Señor nos ha dicho “felices los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos” y también “felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 1-12).
Las bienaventuranzas llegan a nuestra vida con más o menos intensidad cuando va creciendo en nosotros el amor a Dios y el amor a los hermanos, cuando nos sentimos solidarios de los pobres y necesitados. Podríamos decir que el martirio de Romero está estrechamente unido a la del padre Rutilio Grande, un jesuita que había dejado la enseñanza universitaria para vivir en medio de los campesinos en un pequeño pueblo. Era muy amigo de Romero. Fue asesinado junto con dos campesinos.
La noche del 12 de marzo de 1977 el Arzobispo velaba el cuerpo de su amigo. Durante aquellas horas sintió una gran conmoción al ver que aquellos campesinos se quedaban sin “padre” y que le correspondía a él ocupar su lugar aunque le costase su vida. No se trataba de una conversión por parte del Arzobispo Óscar Romero, porque siempre sintió afecto por los pobres, si bien fue comprometiéndose más y más en su defensa en aquella situación social y política en que se vivía. Romero comprendió cada vez más claramente que para ser pastor de todos tenía que empezar por los pobres. Recuerda a la manifestación hecha por el Papa Francisco: “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”. Poner a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y, por tanto, también de todos los cristianos, incluyendo a los ricos, era la nueva forma de la pastoral. Se trataba del amor preferente por los pobres que la Iglesia nos propone.
No podemos olvidar que Romero, después de dos años como Arzobispo de San Salvador perdió treinta sacerdotes, entre los asesinados, expulsados o refugiados para escapar de la muerte.
Por unanimidad de pareceres, tanto de la comisión de cardenales así como de la comisión de teólogos, en la causa de beatificación de Romero, se confirmó el martirio en “odium fidei”. Ciertamente, el martirio del Arzobispo da sentido y fuerza a muchas familias salvadoreñas que habían perdido a familiares y amigos durante la guerra civil. Su muerte fue causada por odio a una fe que amasada con la caridad no callaba frente a las injusticias que implacable y cruentamente se abatían sobre los pobres y sus defensores.
Romero pasa a ser algo así como el primero de la larga lista de los nuevos mártires contemporáneos. Pensemos en el elevado número de cristianos que actualmente sufren persecución y martirio en diversos países del Medio Oriente, de África y de otras partes del mundo. Ellos son los auténticos testigos de Jesucristo que han dado su vida por él. Los mártires ponen de relieve la fuerza de la coherencia en la vida cristiana, la coherencia entre nuestra fe y nuestra vida. Los mártires, como dijo Tertuliano, son semilla de nuevos cristianos. La sangre de Óscar Romero, -cuya reliquia en los corporales de la misa que celebraba el día de su martirio, tenemos el gozo de tener entre nosotros- será fecunda. Así nos lo ha dicho el mismo Jesús: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).
En nuestra vida cristiana, si nos esforzamos por vivirla con coherencia, se harán presentes las bienaventuranzas del Evangelio. Iremos siendo más y más felices como nos dice Jesús porque nos uniremos más y más a la muerte del Señor y a su resurrección. Viviremos el martirio incruento, dando día a día nuestra vida, nuestro tiempo, nuestros bienes para ayudar y amar a nuestros hermanos.
Óscar Romero fue un hombre de Dios y de Iglesia, fue un pastor a imitación de Jesús Buen Pastor. Entregó su vida al anuncio de Jesús a los hombres y mujeres que el Señor le había confiado a su ministerio sacerdotal y episcopal. Todos los cristianos por el bautismo hemos recibido la vocación de evangelizar, de anunciar a Jesús y su Evangelio, con nuestras palabras y nuestra vida. El Papa Francisco nos invita a todos a comunicar a los demás el anuncio central, principal y fundamental que llamamos kerygma, y que consiste en comunicar a cada hombre y a cada mujer este anuncio: “Jesucristo te ama, dio la vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (Evangelii gaudium, 164).
Este anuncio personalizado a cada persona puede sorprender gratamente a tantas personas que quizás no conocen a Jesús pero inconscientemente desean conocerle y lo están buscando, porque buscan sentido auténtico a su vida y solamente Jesús puede ofrecérselo.
Todos los cristianos, pero especialmente los cristianos latinoamericanos estamos contentos por el anuncio de la beatificación del Arzobispo de San Salvador, Óscar Romero. No deja de ser significativo que su beatificación tenga lugar mientras en la Cátedra de San Pedro está, por primera vez en la historia, un Papa de aquel continente querido y hermano. Demos gracias a Dios por este importante acontecimiento y también a la intercesión de María la Madre Virgen de Jesús.