Homilía de la Misa Crismal

Homilía del Arzobispo Juan Josep Omella en la Misa Crismal el Martes Santo, del Año de la Misericordia, en la Santa Iglesia Catedral de Barcelona. Martes, 22 de marzo de 2016

 MISA CRISMAL

Martes Santo del año del Señor 2016

Querido señor Cardenal, Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona

Querido obispo auxiliar, Sebastià Taltavull

Querido obispo, Joan Godayol

Queridos Hermanos sacerdotes, diáconos y seminaristas,

Queridos religiosos, vida consagrada

Hermanos todos en el Señor.

En primer lugar, quiero dar mi más cordial felicitación a nuestros hermanos de presbiterio que celebran el 50 y 25 aniversario de ordenación sacerdotal.

Felicidades y gracias por el trabajo que habéis realizado al servicio de Dios y de los hermanos. Os ha tocado sembrar la Buena Nueva del Señor en tiempos complejos, pero Dios hará que todo ello dé buen fruto.

  1. 1.                “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sal 132, 1)

Qué hermoso es que estemos reunidos, esta mañana y en este Año Jubilar de la Misericordia, todos nosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, en torno al altar del Señor. Ahí radica nuestra grandeza y nuestra fuerza: en la unión de todos con Cristo, nuestro Salvador. Unión que brota del perdón ofrecido y recibido diariamente entre nosotros.

Hermanos, tan queridos y tan necesitados por vuestro obispo, tan imprescindibles, todos y cada uno de vosotros, ante el reto de la nueva evangelización: no podemos, no debemos de ninguna manera, perder esta común-unión, sino más bien incrementarla cada día. Es fuente de santidad y camino esencial de evangelización. Sí, es verdad, sin misericordia y sin perdón no hay evangelización. El cuerpo eclesial de Cristo necesita de todos sus miembros y nadie puede prescindir honradamente de nadie. ¿No decían de los primeros cristianos: “ved cómo se aman”? Que no entre en nuestras casas, en nuestros corazones, el demonio de la división, de la discordia, de la envidia, del resentimiento. Jesús, hoy, nos dice, una vez más: amaos los unos a los otros como yo os he amado; perdonaos si alguno tiene quejas contra otro; permaneced en mi amor.

Dentro de unos instantes, consagraremos el óleo de los catecúmenos, el  óleo de los enfermos y el santo crisma. Os propongo adentrarnos con sencillez en lo que significa cada uno de esos aceites, que presentamos al Señor para que los bendiga y consagre.

  1. 2.                Óleo de catecúmenos.

Con su unción, recibimos la fuerza para luchar contra las fuerzas del mal. Los atletas, en la antigüedad, fortificaban sus miembros con aceite y, si sus enemigos pretendían agarrarlos, se deslizaban con facilidad porque sus miembros estaban untados con aceite.

Pidamos al Señor que nos conceda saber y poder librarnos de las asechanzas del enemigo, del demonio, del Príncipe del mal. En la cultura de hoy, a veces el mal va disfrazado de modernidad, de estar al día, de una especie de caridad que pospone la verdad; la tentación, es fuerte y necesitamos estar ágiles. El combate cristiano no es la militancia de la intransigencia y la ruptura, sino que sus armas son la negación de uno mismo, el diálogo paciente con el otro, la oración y la misericordia. Pidámosle al Señor que nos mantenga en la firme decisión de luchar contra el mal, con las armas del bien. Así nos lo recomienda san Pablo: Fortaleceos en el Señor. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. ¡En pie! Ceñida la cintura con la Verdad y revestíos de la Justicia como coraza, calzad los pies con el Celo por el Evangelio de la Paz (Ef 6,10-18).

  1. 3.                Óleo de los enfermos

Los pobres y los enfermos son los preferidos del Señor. En los primeros capítulos del Evangelio de san Marcos, se ve con toda claridad: se acercaban a Él en busca de curación, de consuelo y de paz.

La Iglesia pone en manos de los presbíteros esa maravillosa medicina de la Unción, unida a la invocación de la ayuda divina. Dice la carta de Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y lo unjan con óleo en nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo (St 5,14-15).

Queridos hermanos; cuidemos mucho la pastoral de enfermos. Son los preferidos del Señor. Visitarles en sus casas y los hospitales es la mejor manera de anunciar la Buena Nueva de Jesús. En ellos nos espera el mismo Jesucristo, ellos necesitan la presencia entrañable y discreta de alguien que siempre lleva la paz, el consuelo y la esperanza. Y no vayamos sólo a los que nos lo piden o a nuestros más cercanos colaboradores. Todos agradecen la visita, el consuelo y la oración del presbítero y de los cristianos. Hagamos ese ministerio con humildad, ternura, asiduidad, y osadía, pero con la suficiente delicadeza para no hacernos pesados.

  1. 4.                El santo crisma

Cada vez que alguien es bautizado, confirmado y ungido presbítero, recordamos nuestra propia unción y nos recuerda las palabras de Jesús: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

Sí, el Señor nos ha ungido y nos ha hecho sus hijos; nos ha hecho templos de su Espíritu, portadores de su presencia amorosa y transformadora. Vivamos con gozo el precioso don de la fe y de la vida cristiana. No nos avergoncemos de ser los ungidos del Señor. Llevemos por todas partes, en toda ocasión, el perfume de Dios, el suave y precioso aroma de un amor servicial, acogedor, que disculpa todo, que no exige nada a nadie. Profundicemos en el gran don que el Señor nos ha hecho y seamos consecuentes.

No cabe en nosotros, ungidos de Dios, la impureza, la hipocresía, la falsedad, la cobardía…, en definitiva, el pecado. Estamos llamados a ser el buen olor de Cristo. Recordad que necesitamos jóvenes en la Iglesia, para ungirlos con el santo crisma en el sacramento de la confirmación, para fortalecerlos en el camino de la vida religiosa, para consagrar sus manos en el sacerdocio.  Oremos los unos por los otros, para que el Señor nos dé acierto en la pastoral de juvenil y en la pastoral de las vocaciones, y nos mantenga a todos en el camino de la santidad.

  1. 5.                Conclusión
  2. Y antes de acabar quiero decir dos cosas bien sencillas, pero importantes:
  • No olvidéis de animar a los cristianos, especialmente en estos momentos, a la generosidad con la Iglesia que está en Jerusalén. Necesita nuestra ayuda. La situación que están viviendo los cristianos en aquella tierra es “desesperada”. De Tierra Santa nos llega un clamor: ¡No nos dejéis solos! Las Iglesias de Europa y de América les están diciendo: ¡No estáis solos! Que esta preciosa respuesta solidaria se haga realidad en todos nosotros. No olvidéis de hacer la colecta por los Santos Lugares, el Viernes Santo. Necesitan nuestra ayuda económica. Quiero deciros, una vez más, a vosotros sacerdotes y a todos los seglares que trabajáis por extender el Reino de Dios en esta querida Archidiócesis de Barcelona: Vuestra entrega e ilusión, de las que me hago conocedor poco a poco, me estimulan, cada día más, a entregarme sin cansancio por la causa del Reino. Los encuentros con vosotros en los arciprestazgos dejan percibir que tenemos un buen clero. Gracias por los que sois y por lo que hacéis. Repito mi felicitación a los presbíteros que celebran el 50 y 25 aniversario de ministerio. Que el Señor os bendiga a todos, hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas, y os guarde siempre en su Paz.

 

 

+ Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona