Carta dominical | Venid y adoradle

Este cuarto domingo de Adviento, querría explicaros un breve relato. Dice así. Un hombre riquísimo tenía una gran pasión por el arte. Tenía de todo en su colección, desde Picasso hasta Rafael. A menudo se sentaba a admirar sus obras de arte. Un día, su hijo marchó a la guerra. Murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado.

Su padre sufrió amargamente. Días más tarde, en vísperas de Navidad, alguien llamó a su puerta. Era un joven con un paquete que le dijo: «Señor, usted no me conoce; soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Salvó a muchos otros. El día en que murió me conducía a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el corazón. A menudo me hablaba de usted y de su amor a la pintura.»

El joven le entregó el paquete: «Sé que no vale mucho, no soy un gran artista, pero a su hijo le gustaría que fuera para usted». El padre abrió el paquete. Era el retrato de su hijo. Contempló el cuadro con emoción y se maravilló al ver cómo el soldado había sabido plasmar la personalidad de su hijo en la pintura, sobretodo en la expresión de sus ojos. Los suyos se le llenaron de lágrimas. Agradeció al joven su oferta y quiso pagar el cuadro. «¡Oh no, señor, nunca podría pagar yo lo que hizo su hijo por mí! Es un regalo». El padre colgó el retrato sobre la repisa de su chimenea.

Cuando el hombre murió, se anunció la subasta de todas las pinturas que poseía. Mucha gente adinerada acudió deseando poseer alguna de las famosas obras de su colección. Allí estaba también el retrato del hijo.

El subastador golpeó su mazo para iniciar la subasta. «Empezaremos con el retrato del hijo. ¿Qué se ofrece por este retrato?» Hubo un silencio. Una voz del fondo de la habitación gritó: “¡Olvídese de él! ¡No hemos venido por eso! Queremos los Van Goghs, los Rembrandts. ¡Vamos a las ofertas de verdad!»

El subastador continuó con la subasta: «¡El hijo! ¡El hijo! ¿Quién se lleva el hijo?» Se oyó una voz temblorosa que venía del fondo de la sala: «¡Doy diez dólares por la pintura!» Era el viejo jardinero de la casa. Era pobre y no podía ofrecer más.

«¡Tenemos diez dólares! ¿Quién da más?» La multitud empezaba a enfadarse. No querían el cuadro del hijo. El subastador golpeó por fin el mazo: «Va a la una, va a las dos, ¡vendida por 10 dólares!» «¡Empecemos con la colección!», gritó uno. «Sí, ¡que traigan las obras de valor!», dijo otro. El subastador soltó su mazo y dijo: «Damas y caballeros, la subasta ha terminado». Pero, «¿y los cuadros?», dijeron los presentes. «Lo siento», contestó, «el testamento contenía un secreto que sólo ahora puedo revelar: sólo la pintura del hijo sería subastada. Quien la comprara heredaría todas las posesiones del difunto, incluyendo su mansión y su famosa pinacoteca. Por lo tanto el que quiso al hijo se queda con todo.» 

Bonita historia que nos recuerda lo que celebramos en la Navidad: el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. Sí, se ha hecho uno de nosotros. Acojámosle. Démosle cabida en nuestra casa, en nuestra familia, en lo más íntimo de nuestro corazón.  Los pastores de Belén, en la primera Navidad, sintieron la llamada de Dios a adorarle y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Le ofrecieron lo que tenían y lo que eran, le ofrecieron sus mismas personas, y lo anunciaron a cuantos quisieron oírles: “Dieron a conocer lo que les habían dicho acerca del niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían” (Lc 2,17-18). Pero no lo olvidemos: sólo habla de Jesús de un modo convincente quien es capaz de adorarle.

Queridos hermanos, que el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, os conceda su paz, su fuerza, su gozo, su Espíritu.

+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

Escucha la carta dominical en la voz del arzobispo metropolitano de Barcelona.