Carta dominical | Sólo Dios sacia

Buenos días a todos:
Hace unos años tuvo lugar en Roma el Sínodo de los Obispos de Asia y recuerdo que causó una fuerte impresión la advertencia que hizo uno de los participantes: “Resulta triste y preocupante que los asiáticos acuden a centros cristianos cuando necesitan especialistas o técnicos en el campo de la educación o de la salud, pero se dirigen a centros hinduistas o budistas cuando buscan experiencia espiritual o satisfacción de las cuestiones espirituales del hombre”[1]. ¿No se podría decir algo parecido de Europa y, en concreto, de nuestra tierra?
El ser humano, sea del continente que sea, desea cubrir sus necesidades básicas como son el hambre, la sed… pero desea también penetrar los secretos de la vida y encontrar la luz que le ayude a responder a las preguntas básicas como: “¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?”; desea encontrar la felicidad y la paz. El ser humano, para serlo verdaderamente, necesita cubrir sus necesidades espirituales, hallar el sentido de la vida; y esto no lo dan ni el cine, ni los famosos, ni los poderosos, ni las sectas…
La respuesta solamente es Jesucristo. Jesús de Nazaret, el eterno de Dios Padre, con su Palabra, en el Espíritu Santo, responde plenamente a esos deseos profundos del corazón del hombre. Así lo expresaba San Agustín: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti”[2]. Y Santo Tomás añadirá: “Sólo Dios sacia”.
Tanto la familia, como la parroquia y la comunidad diocesana deben estar dispuestas a ayudar a cada persona a encontrar a Cristo, “camino, verdad y vida”[3]. Sólo en Él descansa el corazón humano: “¿No ardía nuestro corazón, dentro de nosotros, cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”[4], decían los discípulos de Emaús.
Padres de familia, catequistas, miembros de los Consejos Parroquiales de Pastoral, sacerdotes… seamos todos audaces para dar respuesta a la necesidad del corazón humano. Decía el padre Y. Congar, dominico francés y gran teólogo del siglo XX: “Yo debo a la liturgia la mitad de la teología que sé”[5]. Ojalá que cada persona adulta o joven que se acerque a las celebraciones litúrgicas, a los sacramentos, a la oración comunitaria, descubra que Dios salva y libera; que Dios llena de paz el corazón de quien acoge su presencia salvadora.
Ojalá que todos podamos experimentar que Dios nos libra de la necesidad desmesurada de los bienes materiales; que la comunidad cristiana se interesa por el desarrollo integral del ser humano desde el servicio de la caridad; pero que experimentemos también lo hermoso que es ser hijo de Dios. “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”[6].
Que a lo largo de este curso pastoral que acabamos de iniciar, a través de la oración, de las celebraciones litúrgicas, de la relación fraterna, de la acogida cordial y comprometida con el hermano, profundicemos en el misterio del amor misericordioso de Dios.
¡Que Dios os bendiga a todos!
Arzobispo de Barcelona
[1] Cf. Eloy Bueno, La Iglesia Local. Edit. San Pablo, año 2000, pág. 256.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 1718.
[3] Jn 14,6.
[4] Lc 24,32.
[5] Cf. Olegario González de Cardenal, Cristología, Edit. BAC, pág.16.
[6] Respuesta a un salmo interleccional.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
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