Carta dominical | Muchacho mimado

Muchos lectores de este comentario semanal, aprovechando el verano, quizás estarán fuera de su ciudad o de su parroquia y no podrán leer estas líneas. Pero, quizás, esta ausencia de lectores habituales sea ocupada por otros hermanos, que vienen de fuera a visitar, durante unos días, Barcelona, y estos nuevos lectores se atreverán a coger esta sencilla hoja diocesana, tratando de ver qué dice el arzobispo a sus diocesanos. A todos vosotros, presentes ocasionalmente en nuestras comunidades, quiero dedicar también estas breves líneas, escritas con todo el afecto de padre y pastor de estas Iglesias que peregrinan en Barcelona. Creyentes o no, os saludo con mucha alegría y con todo afecto en el Señor.
Leí hace unos días una historia que me dio mucho que pensar. La escribió un hermano obispo de Canadá (Jean Guy Hamelin, Le silence m’a dit., Edit. Anne Sigier, 1993; pág. 25-27) y le había sucedido a él mismo:
«Iba este obispo –Mons. Jean Guy Hamelin– en el tren. Se le acerca un hombre joven y le dice: “¿Puedo sentarme a su lado? Mire, señor cura, acabo de salir de la cárcel y la verdad es que ando un poco perdido. Al verle, me ha dado un vuelco el corazón y aquí me tiene. Me llamo R… Quizás conozca a mi tío M…” El obispo conocía perfectamente a su tío.
»Y R. empezó a contar su historia personal. Tenía 25 años. Le contó cómo se enroló en una pandilla de amiguetes que no hacían otra cosa que robar, al principio cosas de poca importancia, pero llegaron finalmente a efectuar importantes robos. Le contó cómo, un día, volviendo de la prisión, recibió un golpe emocional muy fuerte: su compañera le dio con la puerta en las narices dejándolo solo. Le describió también el ambiente que encontró dentro de la cárcel y cómo allí aprendió a la perfección el arte de robar. De pronto, con voz baja y muy triste le dijo: “Señor cura, soy hijo único. Mis padres no me negaron nunca nada. Me mimaron demasiado. No les deseo nada malo, pero… no lo hicieron bien conmigo.”
Siete años después, en una gran ciudad, murió asesinado un trabajador. El asesino entró a robar en el taller. Tenía 32 años y su nombre era R… El hijo único que el Sr. Obispo encontró en el tren.»
Queridos lectores, en este tiempo de verano en el que el día es más largo y queda tiempo para muchas cosas, no estaría nada mal que pudieseis sacar un poco de tiempo para reflexionar un poco y ver cómo educáis, o mejor, cómo educamos a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes. Educar no es darles todo lo que piden y desean; educar es ayudarles a sacar todos los valores que llevan dentro, como seres humanos que son, creados por un Dios que no hace basura, sino que hizo al hombre y a la mujer muy buenos, personas que llevan la impronta del Creador, su imagen y semejanza, llenos de dignidad y de belleza. No hay nadie que no lleve dentro preciosos tesoros humanos que sacar, que educar. Ayudarles a sacar, a dar forma a esos valores que ya llevan y enseñarles a ponerlos al servicio de los demás, en esto consiste la hermosa, paciente e imprescindible tarea de educar. No podemos criar seres ensimismados, egoístas, que tienen de todo y nunca tienen bastante, sino hombres y mujeres capaces de ser adultos, capaces de ofrecer y de aceptar, capaces de valorar a los otros y de compartir. Educar es también, pues, saber negarles cosas, enseñarles a renunciar, a dilatar en el tiempo la consecución de sus deseos, para aprender a amar más, a amar mejor. Sólo así les preparamos para ser felices y para encajar, con entereza, las dificultades de la vida.
Feliz descanso a todos.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
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