Carta dominical | «La fuerza de un gesto»

Llegando al fin de la canícula, muchas personas agotan sus vacaciones en segundas residencias o yendo de viaje en algún país extranjero. Claro que otras no habrán podido disfrutar ni de unos días de descanso; pienso especialmente en aquellas familias que por motivos económicos habrán optado por quedarse en casa.

Ya sea en la residencia habitual o fuera de ella, hay que aprovechar el verano para encontrar un tiempo de reflexión, de oración, de cultivo de la espiritualidad, un tiempo para la lectura, para la convivencia con la familia y los amigos, y sobre todo un tiempo de alabanza a Dios por habernos dado a los hombres el jardín del mundo, un jardín que hemos de cultivar y no dañar de cualquier manera.

Estos días son muchos los turistas que visitan nuestra archidiócesis. Hoy me gustaría compartir con vosotros un cuento breve que tiene a un turista como protagonista. Uno de ellos iba caminando por una larga y ancha playa de nuestro litoral mediterráneo. Mientras andaba empezó a ver que, en la distancia, otro hombre se acercaba. A medida que avanzaba, advirtió que este hombre se agachaba para recoger algo que después arrojaba al agua. Una y otra vez lanzaba con fuerza esas cosas al mar.

Al aproximarse más, el turista observó que el hombre estaba recogiendo estrellas de mar que la marea había dejado en la playa y que, una por una, devolvía al agua.

Intrigado, el turista se aproximó al hombre para saludarlo.

-Buenas tardes, amigo. Venía preguntándome qué es lo que hace.

-Estoy devolviendo estrellas de mar al agua. Ahora la marea está baja y ha dejado sobre la playa todas estas estrellas de mar. Si yo no las devuelvo al mar, se morirán por falta de oxígeno.

-Ya entiendo -replicó el turista-, pero sobre esta playa debe haber miles de estrellas de mar. Son demasiadas, simplemente. Y lo más probable es que esto esté sucediendo en centenares de playas a lo largo de esta costa. ¿No se da cuenta de que esto que está haciendo es irrelevante?

El hombre sonrió, se agachó para recoger otra estrella de mar y, mientras volvía a arrojarla al mar, contestó:

-¡Para esta estrella sí que es importante!

En este cuento vemos la importancia de cada persona y de cada acto que hacemos. Es verdad que no podemos cambiar el mundo ni solucionar todos los problemas, pero si ayudamos a una persona, aunque sea una sola, estamos haciendo que el mundo mejore un poco más. Nosotros sí que podemos hacer alguna cosa, para que nuestro planeta sea más humano y fraterno. Sólo hay que vivir atentos y empezar por lo que tenemos a nuestro alcance. Aprovechemos estas vacaciones para reflexionar, orar y practicar esos pequeños gestos que a menudo marcan la diferencia.

Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona

Escucha la carta dominical en la voz del arzobispo metropolitano de Barcelona.