Carta dominical | Incorporados a Cristo

La Iglesia, a través de los siglos, se ha edificado y se ha mantenido gracias a la Eucaristía. Ella es “fuente, a la vez que culminación, de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium 11).Mediante ella vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios” (LG 26), tal como indica el Concilio Vaticano II. Ese misterio asombroso e impresionante es cantado, proclamado y adorado por todas las comunidades cristianas: “Cantemos al Amor de los Amores, cantemos al Señor. Dios está aquí”. De este gran misterio quiero hablaros durante las próximas semanas.

La Eucaristía es fuente y meta. Y sabemos que la meta de la vida cristiana es llegar a alcanzar una vida de amistad, de intimidad con Él. Decía san Ireneo de Lyon: “Dios se hizo hombre entre los hombres para enlazar el hombre con Dios” (Contra las herejías, Libro 4, 20,4-5). La meta es alcanzar la filiación, llegar a ser hijos en el Hijo. Y eso lo vamos logrando a través de unos peldaños o moradas: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14,1-3), decía el Señor. De esas moradas quiero hablaros.

La primera es la de la inhabitación: Dios en nosotros y nosotros en Él. Acercarse a la mesa del Señor, a comulgar de su Cuerpo y de su Sangre, es responder a la llamada del Señor y decirle que entre dentro de nosotros. Él está llamando diariamente a la puerta de nuestro corazón a través de su Palabra, de los acontecimientos de la vida y de sus indicaciones en el silencio de nuestro corazón: “Si alguno oye mi voz, y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

En algunas iglesias se ha colocado un cartel que recuerda permanentemente esta llamada: “El Señor está ahí y te llama” (Jn 11,28). La Eucaristía, la Cena del Señor, es el camino que introduce en el silencio de Dios, en su presencia amorosa, en el círculo de sus íntimos.

Dice san Cirilo de Alejandría: “El Hijo de Dios, en cuanto hombre, está corporalmente unido a nosotros por medio de la Eucaristía; y espiritualmente unido a nosotros, en cuanto Dios, por medio de la fuerza y de la gracia de su Espíritu recreando en nosotros una vida nueva, haciéndonos participar de su naturaleza divina” (In Joannem XI, 12, 1001). De esta manera llegamos a ser familia de Dios, confidentes de Dios, igual que los santos: “Conciudadanos de los santos, familiares de Dios […] hasta formar un templo santo en el Señor […] morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22). ¡Qué grande es el misterio de nuestra fe! ¡Qué grande e impresionante es el don inestimable de la Eucaristía! Nos hace habitar con Dios: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).

Ojalá que la Eucaristía sea siempre el centro de nuestra vida, que todo gire en torno a ella, que participemos de ella y nos alimentemos de ella, que nos haga crecer y madurar en nuestra fe cristiana, en el gozo incomparable del Espíritu.

Que Dios os bendiga a todos.


+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

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