Carta dominical | «En el monte Tabor»

Una de las fiestas del año litúrgico dedicadas a Jesucristo que tienen una fecha fija en el calendario es la de la Transfiguración del Señor, que se celebra siempre el 6 de agosto y que este año cae en domingo. Esta circunstancia invita a recordar el sentido de esta celebración, especialmente valorada en Oriente, donde tiene una gran solemnidad, hasta el punto de ser calificada como la Pascua de verano.
Recuerdo un libro admirable del monje benedictino Dom Columba Marmion (1858-1923), que fue abad de Maredsous (Bélgica). Fue un gran maestro espiritual y a la vez un teólogo profundo, beatificado por el papa Juan Pablo II el 3 de septiembre del año 2000. Uno de sus libros más divulgados se titula Jesucristo en sus misterios (Barcelona, 1948), que acercó a muchas personas a un conocimiento profundo y espiritual de Jesucristo, a la luz de la Biblia y de la liturgia. Dom Marmion titula así el capítulo dedicado a la Transfiguración del Señor: «En el Monte Tabor». Y explica que en la cima de esta montaña «resplandeció sobre todo la divinidad de Jesucristo». Por eso, los teólogos califican el hecho como una teofanía o una cristofanía, es decir, una manifestación de Dios o una manifestación de Jesucristo como Dios, expresada en el blanco de sus vestidos. El blanco, síntesis de todos los colores, es en la Biblia un signo de Dios, síntesis de todas las perfecciones.
Jesús escoge como testigos de este importante hecho a Pedro, Santiago y Juan, los lleva a una montaña alta y en un clima de oración su rostro se vuelve tan brillante como el sol y sus vestidos blancos como la nieve. Pedro, lleno de estupor, pide plantar tres tiendas, mientras el Padre celestial hace sentir su voz, proclamando a Jesús su Hijo amado.
San Pedro en su segunda carta recordará conmovido la experiencia vivida en el monte Tabor diciendo: «Habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: “Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido”. Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada» (2 Pe 1,16-18).
Dom Columba Marmion explica que la intención de Jesús con su Transfiguración era la de preparar a los apóstoles ante la inminente prueba de su Pasión, tras la cual sería glorificado. Así, resituando a sus discípulos ante el escándalo de la cruz, anunciaba que toda la Creación estaba destinada a vivir aquella transfiguración realizada por aquel por el que todas las cosas fueron creadas y que tienen en él su consistencia y la promesa de su plenitud.
El sabio benedictino termina diciendo que el misterio de la Transfiguración de Jesucristo contiene una triple gracia: «Refuerza nuestra fe, señala de una manera especial nuestra adopción como hijos de Dios y nos hace dignos de participar un día de la gloria eterna de Cristo». La cruz y la muerte no tienen la última palabra.
Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
Escucha la carta dominical en la voz del arzobispo metropolitano de Barcelona.