Carta dominical | Comprometidos contra el hambre

Un año más, este segundo domingo de febrero, Manos Unidas pone de relieve una realidad dolorosa y vergonzosa de nuestro mundo del siglo XXI: el hambre. La campaña de este año tiene como lema: “El mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida”. Dios ha creado el universo para que esté al servicio de toda la humanidad y todos sus miembros, de todas las generaciones, puedan vivir como personas. El Creador ha puesto a nuestra disposición todo lo que se necesita para poder preparar la mesa con un plato para todos, sin distinción. Sin embargo, estamos lejos de hacer realidad el plan de Dios por la injusta distribución de la riqueza y por el abuso de los bienes de la creación.
Actualmente 795 millones de personas sufren hambre en el mundo, según datos de la FAO. Juan Pablo II, en el año 1992, se refería a lo que conocemos como paradoja de la abundancia: “Hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el despilfarro, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines están ante nuestros ojos”.
Habiendo bienes suficientes para que todos puedan vivir razonablemente bien, resulta que en la práctica a unos nos sobra mientras otros no tienen lo mínimo para vivir. ¿Qué podemos hacer ante esta injusticia de la que somos corresponsables? Dejémonos tocar el corazón. Dejémonos inquietar. No tengamos miedo a que esta situación provoque en nosotros una cierta intranquilidad. Dejemos que esta inquietud nos mueva a un cambio de actitudes en nuestra vida.
Conviene relacionar el tema del hambre en el mundo con el de la paz y la justicia, por una razón muy sencilla: porque la paz es fruto de la justicia y el hambre es una clamorosa y gravísima injusticia. Para luchar contra el hambre hay que cuidar a la madre tierra para que pueda dar todo lo que, si la respetamos, puede ofrecer a todas las generaciones.
La doctrina social de la Iglesia nos recuerda que no podemos disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a nuestra voluntad. ¡Cómo cambia nuestra vida cuando hacemos la experiencia de sentirnos colaboradores de Dios en la obra de la creación! Necesitamos superar la constante tentación de querer ser los dueños de la creación al margen de Dios. Esta actitud tarde o temprano provoca la rebelión de la naturaleza.
Necesitamos un nuevo modelo de crecimiento económico. Todos estamos implicados. Un crecimiento que vele por el bien de las personas, que las ayude a alcanzar su plenitud; un crecimiento que sea respetuoso y agradecido con la creación y en particular con nuestro planeta.
Hermanos y hermanas, los graves problemas del hambre y los males ecológicos requieren nuestro compromiso. Estos retos nos llaman a un cambio de mentalidad que lleve a las personas, a la sociedad civil y a las administraciones públicas a adoptar nuevos estilos de vida.
El objetivo que propone Manos Unidas es ambicioso: no se trata sólo de dar de lo que nos sobra e incluso de lo que necesitamos, sino también de ayudar a pueblos enteros, ahora excluidos o marginados, para que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Cuando damos lo que tenemos, compartimos lo que somos, denunciamos el sufrimiento y rezamos a Dios, estamos trabajando por la justicia y por la paz.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de BarcelonaEscucha la carta dominical en la voz del arzobispo metropolitano de Barcelona.