Card. Omella: «Consagrados, estáis llamados a ser creadores de fraternidad»
La celebración de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada recuerda los religiosos y religiosas víctimas del Covid y hace hincapié en el dolor compartido por todos
Fotografías: Ramon Ripoll
La Catedral de Barcelona ha acogido un año más la fiesta de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año, la XXV edición marcada por la pandemia, que ha imposibilitado la asistencia de un gran número de religiosos y religiosas, que nunca faltaban a la cita, muchos de los cuales lo siguieron desde casa a través de la retransmisión en directo.
Un año más, las candelas, aunque más separadas entre ellas, se encendieron. Una llama viva que recuerda la presentación del Señor en el templo y que acompañó el inicio de la celebración. Presidía el arzobispo de Barcelona Card. Juan José Omella, que hizo la tradicional bendición en el interior del corazón del templo, acompañado de los obispos auxiliares, Mons. Antoni Vadell y Mons. Sergi Gordo.
La presencia y los estragos de la Covid en el último año fue el tema principal, tanto por parte del cardenal Omella, como por el presidente de la Unión de Religiosos de Cataluña, fray Eduard Rey, en las palabras de bienvenida.
Una pena y una esperanza que nos une
«El gozo y la esperanza, el llanto y la angustia del hombre contemporáneo, sobre todo el de los pobres y todo tipo de afligidos, son también gozo y esperanza…» Esta cita del Concilio Vaticano II, introdujo bienvenida del presidente de la URC, en una celebración diferente de la del año anterior donde la Covidien era «un rumor» que ahora compartimos. «Hoy, forma parte del llanto y la angustia y es el trasfondo inevitable de todo gozo y esperanza que compartimos con toda la humanidad», dijo.
Hizo una mención especial «por aquellos religiosos que nos han dejado y por quienes han sufrido o están sufriendo la enfermedad en la misma piel». También referirse a todos aquellos que de alguna manera han sufrido también este «enemigo invisible acosandonos», una amenaza para todos. «Nos han tocado también, como todo el mundo, las consecuencias económicas de esta parada forzosa que, en diferentes grados, ya hace casi un año que dura», añadió.
Con esta pena compartida, animó a los religiosos y religiosas a «redescubrir en este momento, más que nunca, la dimensión más interior de nuestra vocación». «Todo lo que es humano, toda la fragilidad, el miedo, pero también el descubrimiento de oportunidades inesperadas – continuaba fray Eduard- gracias a las nuevas tecnologías o la admiración ante la heroicidad de muchos conciudadanos, ha sido también nuestro. Hagamos hoy que resuene en nuestro corazón hasta el santuario íntimo donde Él reside», dijo.
Momentos para crecer en colaboración
También, el cardenal Omella destacó el cambio vivido entre el año anterior y el presente. Aun así, recordó como «afortunadamente, hoy, la Santísima Trinidad ha querido que nos podamos encontrar aquí para coger fuerzas, para renovar nuestra consagración para orar por los hermanos y hermanas que han perdido la vida». En la misma línea que el presidente de la URC, destacó como «hemos vivido momentos eclesiales y sociales complejos, pero los hemos vivido también como oportunidades para crecer en la colaboración, en el entendimiento y en el diálogo».
Omella agradeció la entrega a los religiosos y religiosas, especialmente, aquellos del sector sanitario y al servicio de los más vulnerables. «Agradezco el servicio amoroso y el acompañamiento espiritual que ha hecho y haga a tantas personas víctimas de la enfermedad y aquellas que sufren las consecuencias de la pandemia», dijo.
Como recomendaciones, en primer lugar el Cardenal alertó a que la intensidad no nos desvíe de lo principal. Al igual que Simeón y Ana que ya grandes iban al templo, Omella recordó que, a pesar de la situación y el contexto, «necesitamos este llama que nos alimenta». Por eso animó a «reservar las energías para cuidar del encuentro con Dios que aviva diariamente nuestra consagración».
Creadores de fraternidad
Uno de los rasgos significativos de la vida consagrada es la vida comunitaria, en fraternidad. Precisamente, el cardenal subrayó este concepto, en segundo lugar. Recogido en el lema de este año «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido», en el Plan Pastoral, y que engloba la última encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti. «Estamos llamados a ser creadores de fraternidad, especialmente los consagrados», decía el arzobispo.
«Tenéis un papel preeminente como escuela y modelo de fraternidad- continuava-. Las comunidades de vida consagrada nos muestras cómo el Espíritu Santo puede hacer posible la comunión y la fraternidad entre personas diferentes». Con este papel de fondo, los invitó a «velar por la vida comunitaria», «viva y gozosa que nos ayuda a crecer humana y espiritualmente es muy, muy atractiva para el mundo, es auténtica profecía para una humanidad menudo dividida».
Prevenir excesos y confiar en los laicos
Finalmente, aconsejó prevenir los excesos pastorales para no desgastar. Tal como dijo, «nuestro servicio pastoral no puede ahogar nuestras vidas, no puede agotar todas nuestras fuerzas hasta el punto de no tener la energía necesaria para cuidar nuestra vida interior y cultivar nuestra vida comunitaria. Es necesario el descanso que nos faculta para amar a Dios y a los hermanos».
Como hizo San José, invitó a mantener el equilibrio entre servicio pastoral, vida comunitaria y Dios, y a confiar con los laicos para delegar «lo que pueden hacer mejor que los consagrados». «Sepamos confiar más en ellos para poder cuidar nuestra vida consagrada, nuestra vida comunitaria – continuó el cardenal-. Seamos testigos de la esperanza que nace del encuentro con Dios y de la alegría que brota de una sana vida fraterna».