Poner nombres cristianos

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(Domingo, 04/09/2011)              

El verano, desde el calendario cristiano, está caracterizado por dos fiestas de la Santísima Virgen: la de la su Asunción al cielo, el 15 de agosto, y la de su Natividad, el 8 de septiembre. El día 15 de agosto celebran su onomástica la mayor parte de las mujeres que llevan el nombre de María.

Y el 8 de septiembre lo celebran muchas otras cuyos nombres hacen referencia al título de nuestros santuarios marianos. Me informan de que el nombre de María, en sus numerosas variantes –sin olvidar el tan barcelonés de Mercè o Mercedes- afortunadamente es el que se impone, o se vuelve a imponer, a muchas niñas en el momento de recibir el bautismo.

Benedicto XVI, que a comienzos de este año, el pasado 9 de enero, en la fiesta del Bautismo del Señor, administró en la Capilla Sixtina el bautismo a veintiún recién nacidos, ocho niñas y trece niños, hijos de empleados del Vaticano, en la celebración litúrgica hizo sólo una discreta alusión a la conveniencia de imponer a los niños y niñas nombres cristianos en las palabras pronunciadas aquel mismo día a la hora del ángelus. Sus palabras fueran éstas: “No es casualidad que todo bautizado adquiera el carácter de hijo a partir del nombre cristiano, signo inconfundible de que el Espíritu Santo hace nacer de nuevo al hombre del seno de la Iglesia.”

Esta frase puede parecer una sabia reflexión en boca del Papa teólogo, pero los vaticanistas italianos la destacaron mucho y la interpretaron como una clara voluntad del Pontífice de defender el uso del santoral cristiano en el momento de imponer nombres a los niños y niñas,  y de criticar ciertas veleidades a la hora de la elección del nombre.

El Papa, como es lógico, centró sus palabras en el sacramento del bautismo, la puerta de todos los demás sacramentos. “Queridos amigos –dijo-, el bautismo es el inicio de la vida espiritual, que encuentra su plenitud por medio de la Iglesia. En la hora propicia del sacramento, mientras la comunidad eclesial reza y encomienda a Dios un nuevo hijo, los padres y los padrinos se comprometen a acoger al recién bautizado sosteniéndolo en la formación y en la educación cristiana. Es una gran responsabilidad que deriva de un gran don.”

El Papa, en la homilía de la misa en la que administró el bautismo, insistió también en que la Iglesia, que acoge a los bautizados entre sus hijos, debe hacerse cargo, conjuntamente con los padres y padrinos, de acompañarlos en el camino de crecimiento en la fe. Y añadió que la colaboración entre la comunidad cristiana y la familia es más necesaria que nunca en el contexto social actual, “en el que la institución familiar se ve amenazada por diferentes factores y debe afrontar no pocas dificultades en su misión de educar en la fe”.

Entre estas dificultades mencionó la “pérdida de referencias culturales estables”, con lo que insinuaba el contexto en el que haría su petición de imponer nombres cristianos a los niños cuando reciben el bautismo.

El Código de derecho canónico, sabiamente, recomienda que “los padres, los padrinos y el párroco han de procurar que no sea impuesto (al bautizado) un nombre ajeno al sentido cristiano”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2.158) hace una afirmación que creo que pueden compartir cristianos y no cristianos: “Dios llama a cada uno por su nombre. El nombre de toda persona es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Y reclama respeto como signo de la dignidad de quien lo lleva.”

   Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

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