Pienso a menudo que muy pocos barceloneses, cuando pasan por la céntrica plaza de Urquinaona, recuerdan que este nombre se refiere a un obispo de Barcelona muy popular y querido. Creo que es oportuno recordarlo brevemente dado que el próximo 4 de septiembre se cumplirán doscientos años de su nacimiento.
José María Urquinaona y Bidot (Cádiz, 1814 – Barcelona, 1883) era andaluz de nacimiento. En su ciudad natal fue profesor del Seminario y un predicador de fama. Sus biógrafos subrayan que renunció tres veces a ser obispo, hasta que finalmente aceptó. Fue nombrado obispo de Canarias en 1868 y participó en el Concilio Vaticano I. Diez años después, en 1878, fue destinado a Barcelona. Fue un obispo eminentemente social, consciente de la problemática de los trabajadores. Uno de sus primeros proyectos fue la creación de un Patronato Obrero (1879) para socorrer a los trabajadores en necesidad.
Pronto adquirió una gran popularidad por su apoyo a la industria catalana, sobre todo en una célebre intervención en el Senado en el año 1882, en la que dijo que si era necesario, de rodillas, pediría que los gobernantes de turno defendieran el pan de los hijos de las familias obreras del textil catalán. Y, algo insólito en aquellos años y entre nosotros, fue recibido a su regreso de la capital con una manifestación popular de muchos trabajadores que lo acompañaron en signo de agradecimiento por su gesto hasta su residencia episcopal.
Urquinaona participó en las fiestas del Milenario del monasterio de Montserrat, durante el mes de abril de 1880. Era muy querido en Roma, especialmente por el papa León XIII, de clara sensibilidad social. Esto le permitió intervenir en las gestiones de los obispos catalanes -que estaban encalladas en Roma- para obtener, en julio de 1881, la proclamación de la Virgen de Montserrat como patrona de Cataluña con Sant Jordi. Por otra parte, el 19 de marzo de 1882 bendijo y presidió la colocación de la primera piedra del templo de la Sagrada Familia.
El buen obispo Urquinaona encontró su cruz principal en las tensiones creadas dentro de la Iglesia catalana por las luchas entre los llamados entonces integristas y mestizos. Pidió a notorios representantes del primer grupo que obedecieran las disposiciones del papa León XIII, que en la encíclica Cum multa, del año 1882, desautorizaba las maniobras de los sectores integristas y los exhortaba a la paz. Estos sectores le amargaron su pontificado barcelonés. Así lo ha conservado la memoria diocesana y así lo reflejó la prensa que recogió sus últimas palabras antes de morir en el Palacio Episcopal, a causa de una pulmonía, el 31 de marzo de 1883: «La Virgen de Montserrat me abrirá las puertas del cielo porque la he declarado patrona de Cataluña».