(Domingo, 29/08/2010)
En una sociedad marcada por una violencia creciente, las mujeres se hallan mayoritariamente entre las víctimas de esta violencia. Es cierto que desde los orígenes de la humanidad la mujer se beneficia, en su papel de madre, de un respeto que es casi veneración. Pero, por contraste, demasiado a menudo se ve maltratada en su ambiente familiar y también en la vida pública.
Las violencias conyugales son una grave dificultad, que durante mucho tiempo ha sido un tema tabú y de la que actualmente empezamos a conocer su magnitud. No es sólo patrimonio de los ambientes desfavorecidos, sino que toca en mayor o menor medida a todas las categorías sociales. Y las causas de estas violencias son múltiples. Y actuar sobre estas causas sería un buen trabajo para prevenir esta chacra social.
Juan XXIII mencionaba entre los signos de los tiempos el reconocimiento de la dignidad de la mujer y de su papel en la vida pública. El Papa afirmaba: “En la mujer se hace cada vez más clara y operante la conciencia de la propia dignidad. Sabe muy bien que no puede consentir que sea considerada y tratada como un instrumento; reclama los derechos y los deberes propios de la persona humana, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública”.
Juan Pablo II quiso publicar, en el año 1995, una Carta a las mujeres; antes,el 15 de agosto de 1988 –en la fiesta de la Asunción de María al cielo- había publicado un documento sobre la vocación y la dignidad de la mujer, titulado precisamente así: Mulieris dignitatem.En él hacía este comentario: “Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad […]. En las enseñanzas de Jesús, así como en su manera de comportarse, no se halla nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo; al contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer”.
Benedicto XVI, con motivo del veinte aniversario de la carta apostólica de Juan Pablo II sobre la dignidad de la mujer, pronunció un discurso ante los miembros del Consejo Pontificio para los Laicos, donde se refiere a lugares y culturas en los que la mujer es discriminada y poco valorada por el solo hecho de ser mujer y es víctima de actos de violencia, o es objeto de agresiones físicas o morales, o su imagen es explotada en la publicidad y en las industrias del consumo o de la diversión. Ante estos fenómenos, calificados por Benedicto XVI como “graves y persistentes”, decía el Santo Padre actual que “el compromiso de los cristianos es todavía más urgente, a fin de que estos se conviertan en todas partes del mundo en los promotores de una cultura que reconozca a la mujer, en el derecho y en la realidad de los hechos, la dignidad que le es propia”.
“La unidad-dualidad del hombre y de la mujer –dijo también Benedicto XVI en esta ocasión- tiene su fundamento en la dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, que ‘los creó hombre y mujer’, como afirma el libro del Génesis”. La violencia doméstica contradice el respeto que merece cada persona y la íntima comunidad de vida y de amor que es el matrimonio, fundamento de la familia. El respeto ha de estar muy presente en cada una de las relaciones familiares. En la relación entre el esposo y la esposa el respeto ha de orientar la atracción mutua y sustituir la pasión egoísta por la capacidad de diálogo y de comprensión. Este respeto ha de incluir los aspectos corporales y los de la personalidad del otro cónyuge, ha de acoger su potencialidad procreadora sin intentar gozar de la sexualidad al margen del amor auténtico y del bien del otro.
† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona