La Pascua del Espíritu

(Domingo, 24/05/2015)

Pentecostés es la Pascua del Espíritu. La noche de la santa cena, en el Cenáculo, Jesús prometió cinco veces el don del Espíritu Santo, y en el mismo lugar, la tarde de la Pascua, el Resucitado se presentó a los Apóstoles y les infundió el Espíritu con el gesto simbólico del aliento y con estas palabras: «Recibid el Espíritu Santo».

El Espíritu Santo derramado el día de Pentecostés inaugura una nueva etapa en la historia de la salvación. El Espíritu será la presencia renovada de Dios en medio de su pueblo; será la fuerza que guiará a los discípulos de Cristo en su misión de dar testimonio del Resucitado; será el que orientará esta actividad testimonial y promoverá la proclamación misionera del Evangelio por todas partes.

El Espíritu Santo dota y dirige la Iglesia con los diversos dones jerárquicos y carismáticos, la rejuvenece con el rigor del Evangelio, la renueva sin cesar y la lleva a la unión total con Jesucristo. Los carismas de la Iglesia actual quizás son menos espectaculares que en la Iglesia primitiva porque han cambiado las circunstancias, pero el Espíritu actúa de manera permanente en la Iglesia y la llama de Pentecostés no se apaga ni se apagará. El soplo del Espíritu se percibe claramente en las diferentes manifestaciones de la Iglesia universal y también en nuestro país, porque el Espíritu trabaja en el corazón de cada cristiano y suscita respuestas individuales y colectivas a los retos que presenta nuestro mundo.

Con respecto a la Iglesia universal, no hay duda de que el Espíritu inspira al papa Francisco en la respuesta tan valiente que busca dar al reto de la secularización creciente, promoviendo una Iglesia que no se centra en sí misma, con una actitud autorreferencial, sino que es una Iglesia abierta, una Iglesia «en salida», una «Iglesia de la misericordia», una Iglesia que «no quiere cerrar ninguna puerta a la acción que hace el Espíritu en el corazón de las personas «, como dijo la pasada Cuaresma en una homilía de la misa que celebra cada mañana en la capilla de su residencia de Santa Marta. Por ello pide tan a menudo la conversión a la misericordia de Jesús y no cerrar nunca la puerta de la Iglesia a las personas que quieran entrar: «No cerréis la puerta», dijo en una de sus homilías. Por eso concluyó pidiendo a la Iglesia que se «convierta a la misericordia de Jesús; ya que sólo así la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos».

Toda la aventura del cristiano debe desarrollarse bajo el influjo del Espíritu. Él está en los cristianos en los momentos difíciles y de prueba, convirtiéndose en su defensor. El Espíritu está también en las raíces de la libertad cristiana, que libera de la servidumbre del pecado, como dice claramente el apóstol Pablo: «La ley del Espíritu, que da la vida en Jesucristo, te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte». La vida moral, al ser irradiada por el Espíritu, produce estos frutos preciados y hoy muy necesarios: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo.

  Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona