Homilía del Cardenal en el Sínodo Extraordinario de Obispos

Homilía del Sr. Cardenal Arzobispo de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach, en el rezo de Tercia, de la III Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Roma, 6 de octubre de 2014

Estamos reunidos en el nombre del Señor para servir al Pueblo de Dios con la celebración de esta Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Nos ha convocado el Papa Francisco para un trabajo eclesial y lo iniciamos alabando al Señor con la plegaria de los salmos.

Esta mañana el Apóstol Pablo, en el fragmento de la segunda carta a los Corintios que hemos escuchado, nos da unas recomendaciones que ofrecen el espíritu y señalan el estilo para nuestros trabajos en estos días de la asamblea sinodal.

En la despedida de la segunda carta a los Corintios, el Apóstol vuelca de nuevo todo su corazón hacia los fieles de aquella Iglesia exhortándoles a que vivan entre sí la fraternidad propia de los cristianos, con la consiguiente paz y unidad entre ellos (cf. 1Co 1,10-17). Y San Juan Crisóstomo predice cuál será el fruto de esto: “Vivid en la unión y la paz, y Dios estará ciertamente con vosotros, pues Dios es un Dios de amor y un Dios de paz, y ahí pone sus delicias. Su amor producirá vuestra paz y todos los males serán desterrados de vuestra Iglesia” (Homilía sobre 2 Co, 30),

Nuestra labor sinodal es un servicio eclesial y ha de ser plenamente evangelizadora porque, como nos recordaba Pablo VI, la Iglesia existe para evangelizar. Participamos de la alegría del Evangelio y del gozo de evangelizar, tal como expone el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium. Es la alegría que nos desea el Apóstol: estad alegres. Jesús nos ha dado a conocer todas las cosas que ha oído de su Padre (Jn 15,15) y este es el motivo más profundo de nuestra alegría. Así nos lo dice el mismo Señor: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa” (Jn 15, 11). Y es también la alegría de comunicar estas cosas que Jesús nos ha dicho para que los demás tengan una alegría completa. El Papa afirma que es “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EG 9).

La alegría es una característica esencial de una vida genuinamente cristiana; la alegría que fluye de la fe en que Dios nos ha perdonado y está siempre dispuesto a perdonarnos, si nosotros no nos cansamos de acogernos a su misericordia y pedirle perdón por nuestros pecados, flaquezas y omisiones.

Recobremos y acrecentemos el fervor en la evangelización “incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 75, citado en Evangelii gaudium,10).

El Papa nos ha convocado para reflexionar, dialogar y debatir sobre los desafíos de la familia en el contexto de la evangelización. Para realizar este encargo, el Apóstol Pablo nos pide que nos exhortemos a pedir al Espíritu que nos ilumine en el trabajo sinodal en bien de los matrimonios y las familias ya que, como nos dice el Concilio Vaticano II, “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (Gaudium et spes, 47).

Pablo nos recomienda que en las aportaciones y en el diálogo tengamos unos mismos sentimientos, unas mismas convicciones gozosas y agradecidas de ser miembros de la Iglesia una y única de Jesucristo extendida de oriente a occidente. Que tengamos los sentimientos del Buen Pastor que cuida de las noventa y nueve ovejas y va en busca de la oveja perdida, conscientes de que hoy en diversas latitudes de la Iglesia el número se va invirtiendo, y que tengamos también los sentimientos del buen samaritano que mira al herido, se acerca a él y le ayuda ofreciéndole lo que en aquel momento necesita para recobrar la salud.

El consejo del apóstol Pablo de que “vivamos en paz” siempre es provechoso. Trataremos de la belleza de la familia que Dios ha creado y Jesucristo ha elevado a sacramento y tendremos presente a las familias que no han conseguido vivir la belleza de la íntima comunidad de vida y de amor en su matrimonio. Y como buenos pastores y buenos samaritanos lo haremos siguiendo esta recomendación paulina para que el Dios del amor y de la paz esté con nosotros y bendiga nuestra labor sinodal para poder ofrecer al Papa Francisco nuestros consejos de amor y de paz que le ayuden en su ministerio de sucesor de Pedro en bien de toda la Iglesia de Jesucristo.