Querido Obispo Auxiliar, Mons. Sebastià Taltavull,
Hermanos sacerdotes y diáconos,
Delegado Diocesano de Pastoral Juvenil y equipo de la Delegación,
Queridos jóvenes que venís de distintos grupos, parroquias y movimientos,
Hermanos todos en el Señor,
I
Crucem tuam adoramus, Domine
Celebramos hoy el primer domingo de Cuaresma, tiempo hermoso que nos llevará a la celebración de la Pascua del Señor. Y empezamos esta andadura cuaresmal con tres símbolos muy significativos:
1.- La unión – comunión de todos los grupos juveniles de nuestra Diócesis. Queremos simbolizar que somos Iglesia, familia de Dios, y que nos sentimos gozosos de pertenecer a ella, guiados por Jesucristo, el único y gran Pastor de nuestras vidas.
2.- La acogida de la Cruz de Lampedusa, que ha llegado a Barcelona desde la ciudad italiana de Milán. Queremos mirarla y contemplarla largamente. Nos hace presente el dolor de Cristo, que murió clavado en la Cruz, y nos hace también presentes a nuestros hermanos que sufren, que incluso dejan la vida en la travesía del Mediterráneo, intentando huir del hambre, de la guerra, de la violencia y de la persecución.
3.- La adoración de la Cruz. Al final de la Misa tendremos un tiempo largo para poder tocar y besar esta Cruz, dando gracias al Señor por haber aceptado morir por nosotros. Pediremos por nuestros hermanos inmigrantes, perseguidos, torturados y violentados, que han perdido la vida en el Mediterráneo o en otros lugares del planeta.
II
Et Verbum caro factum est
Sí, queridos amigos, nos adentramos esta tarde en uno de los misterios más impresionantes de nuestra fe.
Mirad lo que contestaban los Padres del desierto ante la pregunta de por qué había monjes que dejaban el monasterio:
v “Padre: ¿Por qué será que muchos abandonan la vida monástica? Y el monje contesta: En la vida monástica sucede lo mismo que a un perro que persigue a una liebre: la persigue y en la carrera grita y ladra; se le unen muchos otros y todos corren juntos. Pero en un cierto momento, todos aquellos que no ven a la liebre se cansan y uno tras otro desisten; sólo los que la ven, siguen hasta el final.
Y añadía: Solamente quien ha puesto los ojos en la persona de Cristo crucificado puede perseverar hasta el final”.
Mirad, amigos: uno no puede ser verdaderamente cristiano si no palpa las llagas de Cristo, si no besa la cruz de Cristo, si no toca, ama y sirve a la “carne de Cristo” que son los pobres, tal como nos recuerda frecuentemente el Papa Francisco.
Esto es lo que le sucedió al apóstol santo Tomás que cayó de rodillas después de tocar con sus dedos y con su mano las llagas del Resucitado.
Con viva emoción hizo entonces la más bella confesión de fe que conocemos. Dijo: “Señor mío y Dios mío”.
Tomás, el incrédulo, el que se burlaba de los demás apóstoles diciendo que veían fantasmas, que se imaginaban haber visto a Cristo Resucitado, el que decía que eso era imposible; al tocar las llagas de Cristo creyó y adoró al Señor.
¡Qué sabios los consejos que Tomás de Kempis, un fraile muy famoso del siglo XV, dirigía a los cristianos que decían que no sabían rezar o que les costaba mucho rezar!
v “Si no sabes meditar en cosas elevadas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo, y detente a pensar, como si estuvieras dentro de sus sagradas llagas. Porque si te refugias devotamente en esas cicatrices y preciosas llagas de Jesús, sentirás gran fortaleza en la aflicción, no te afectarán los desprecios de los hombres y soportarás con facilidad las palabras de los que murmuran contra ti” (libro II, 1, nº 16-17).
Amigos, no tengamos reparo en acercarnos a la Cruz de Cristo, a su Pasión y Muerte. Dejemos que el corazón se explaye mirando y amando al Señor que está clavado en ella. Descansemos y aboquemos en ella nuestras penas, dolores, proyectos y deseos.
Así lo recomienda el gran santo Ignacio de Loyola cuando en los Ejercicios Espirituales dice:
v Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en Cruz, inicia un diálogo con Él: ¿cómo siendo Creador te has hecho hombre?, ¿cómo teniendo vida eterna has venido a morir por nuestros pecados?
A continuación mírate a ti mismo y pregúntate: ¿yo qué he hecho por Cristo?, ¿qué hago por Cristo?, ¿y qué tengo que hacer por Cristo? Y viéndole así colgado en la Cruz, déjate llevar e inspirar por Él y pídele fuerza para hacer su voluntad.
(Adaptación de la Anotación n. 53 de los Ejercicios Espirituales).
Puede ayudaros a rezar ante el crucificado esta bella poesía de Gabriela Mistral, poetisa chilena galardonada con el Premio Nobel de Literatura el año 1945:
En esta tarde Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma:
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.
III
Te adoro, te amo y te bendigo
Hoy queremos besar a Cristo clavado en esa cruz, hecha con la madera extraída de una de las barcas que naufragó en el Mediterráneo. En ella murieron 300 hermanos nuestros huidos de sus países de origen por causa del hambre, de la guerra, de la persecución, de la violación, con todos los derechos humanos conculcados. ¡Cuánto padecimiento acumulado en esta cruz!
Queremos besar en esa cruz a todos nuestros hermanos que sufren hambre, pobreza, soledad, abandono, bullying, persecución y tortura … En ellos, en su dolor, tocamos a Cristo y pedimos por ellos, pedimos que la paz llegue a sus corazones, a sus familias y a sus países.
Pero besamos también a tantos hermanos nuestros que aquí en nuestro país, en nuestra ciudad, junto a nosotros, sufren todos esos males.
Cómo no recordar ahora este precioso pasaje de la vida de San Francisco de Asís:
Cierto día san Francisco de Asís rogaba al Señor con mucho fervor y oyó esta respuesta: «Francisco, es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi voluntad. Y después de probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable se convertirá para ti en insoportable y amargo, y aquello que antes te causaba horror será fuente de gran dulzura y suavidad inmensa».
Alegre y confortado con estas palabras del Señor, yendo un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como sentía un profundo horror por los leprosos, con gran esfuerzo interior bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y, habiendo recibido del leproso el beso de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino. Desde entonces empezó a despreciarse más y más, hasta conseguir, con la gracia de Dios, la victoria total sobre sí mismo.
A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos, y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna, al tiempo que les besaba la mano.
Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. De tal manera le echaba atrás el ver a los leprosos, que, como él dijo, no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta acercarse allí donde vivían. Y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose la nariz con las manos.
Pero, por la gracia de Dios, llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos, que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía (Leyenda de los Tres Compañeros. 3Comp 11: FF 1407-1408).
IV
Ve y haz tú lo mismo
Queridos amigos: tratemos de amar cada día a quien por nosotros murió en la Cruz. Acerquémonos a Cristo a través del camino del amor y del servicio a los más pobres y necesitados.
Sé que muchos ya lo hacéis y estáis trabajando en Cáritas, en alguna obra social o de atención a los más desfavorecidos. Otros vivís la caridad en el Cottolengo o cuidando enfermos en sus residencias. Seguid por ese camino y podréis experimentar, igual que san Francisco de Asís, el consuelo y la paz de Cristo. Recordadlo siempre: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hech 20,35) y “Todo lo que hagáis a uno de mis hermanos más pequeños a Mí me lo hacéis” (Mt 25,40).
Que Dios os bendiga y os haga crecer a todos en amor a Él y a los hermanos. Amén
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona