Celebramos este domingo la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y también es el Día del Papa, una buena ocasión para recordar la función del obispo de Roma en la Iglesia y en el mundo, para dar gracias por su ministerio y para orar por la persona e intenciones del Papa, haciendo así lo que él tan a menudo nos pide: que recemos por él.
La fe cristiana se fundamenta en el testimonio de los apóstoles. Jesús escogió a los Doce «para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar». Los apóstoles Pedro y Pablo son las dos columnas de la Iglesia: Pedro, el líder en la confesión de la fe; Pablo, el que la puso a plena luz. Pedro instituyó la primera Iglesia con el resto de Israel. Pablo evangelizó a los otros pueblos llamados a la fe. Esto es lo que expone el prefacio de la solemnidad de estos dos apóstoles.
El apóstol Pedro fue uno de los primeros llamados por Jesús y siempre ocupa un lugar preeminente en los evangelios. Esta primacía la pone de relieve el Señor con estas palabras que le dirigió: «Tú eres Pedro. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». El ministerio de Pedro proviene de la voluntad de Jesús, que quiso que él y sus sucesores fueran instrumentos a través de los cuales el Espíritu Santo constituye y mantiene la unidad de la Iglesia.
El oficio de Pedro y de sus sucesores está constitutivamente e íntimamente relacionado con Jesucristo. Viene directamente de él, siempre se refiere a él y a su presencia viva como cabeza y pastor invisible y supremo de la Iglesia, y el ejercicio de su servicio se ordena a conducir y a confirmar a toda la Iglesia en la comunión llena de verdad y de vida con Jesucristo.
Los cristianos, en el Día del Papa, debemos agradecer al Señor el ministerio de Pedro y de sus sucesores. El papa Francisco, en el acto de la canonización de san Juan XXIII y san Juan Pablo II, dijo que éstos fueron una gran bendición para la Iglesia y para el mundo, porque «colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.»
Como ejemplo de ello, el papa Francisco añadió que «en la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir por él y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Este fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo». Haciendo referencia a este servicio de los sucesores de Pedro a la Iglesia y al mundo, el Papa actual dijo que san Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Y pidió a estos dos santos predecesores suyos que intercedan por la Iglesia para que, durante estos dos próximos años de camino sinodal sobre la familia y con las familias, ésta sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia.