Exhortación pastoral del arzobispo de Barcelona, Mons. Juan José Omella Omella, con motivo del Día del Seminario de 2016
Este es el lema –singularmente hermoso– que la Conferencia Episcopal Española nos ha propuesto para vivir con plena intensidad y sentido la jornada en favor de las vocaciones sacerdotales, que celebramos este domingo 13 de marzo, Día del Seminario.
En el contexto del Año de la Misericordia, difícilmente se podía haber escogido un motivo más estimulante de cara a la llamada al sacerdocio. Sí, los sacerdotes somos, en palabras de san Juan Pablo II, “trasparencias del amor misericordioso del Padre” y, por lo tanto, estamos llamados a ser instrumentos de reconciliación y de amor entre todos.
El papa Francisco, en su pontificado rico en sugerencias pastorales, nos viene recordando la necesidad apremiante que tiene nuestro mundo –por otra parte tecnificado y rico– de reconciliación, de acogida y de perdón. Y esto a todos los niveles: personales, familiares, laborales y sociales. Ese “permiso, gracias y perdón” que tantas veces repite el Papa, marca una pauta por la que debe ir la vida de todo cristiano si quiere seguir las pisadas marcadas por el Maestro con su vida y con su palabra, con su ejemplo y con su predicación. Esto debe ser y sentirse el sacerdote: un enviado para reconciliar.
Los sacerdotes lo harán –lo hacemos– de manera sublime en el sacramento de la Reconciliación, cuando decimos en nombre de Cristo: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. A través de estas sencillas palabras, y abriendo con humildad el corazón al Señor, recibimos un reguero de amor entrañable y misericordioso. Al igual que lo recibió el hijo pródigo, el buen ladrón o la mujer pecadora.
Animo a mis hermanos sacerdotes a que paladeen en su oración, en su contemplación del misterio qué es y supone ser ministros del Sacramento de la Reconciliación. Animo a todos los bautizados a que no temamos acudir a ese sacramento en el que experimentamos la ternura y la paz que sólo el Señor puede dar. No es de extrañar, y más en este Año de la Misericordia, que el Papa nos recuerde a los sacerdotes la necesidad de estar absolutamente disponibles –siempre y en todo lugar– para oír en confesión a nuestros hermanos, con la misma caridad y ternura del Padre que abraza y besa a su hijo pródigo que vuelve de su vida pasada.
Pidamos al Señor que no falten jóvenes que respondan a su llamada para ser sacerdotes, servidores de la comunidad, instrumentos de reconciliación. Y acompañemos a nuestros seminaristas para que sigan con generosidad en la senda emprendida. Que no tengan miedo, ya que ser sacerdote es una vocación, un servicio, precioso.
Estoy muy contento de ver que los jóvenes siguen respondiendo a la llamada del Señor. Nuestro Seminario funciona. Hay un buen grupo de jóvenes alegres, sencillos, entregados al estudio y al servicio en las diversas parroquias de la diócesis los fines de semana. Los he visitado, he hablado con cada uno de ellos, he compartido con ellos la oración y la comida. Puedo decir que son jóvenes normales, enraizados en la sociedad de hoy, con el corazón seducido por el Señor y deseosos de servir a los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Termino animándoos, mis queridos diocesanos, a pedir al Dueño de la mies operarios para su mies. Y pedid por los sacerdotes: que seamos uno entre nosotros, que seamos uno con el pueblo, ese Pueblo de Dios que a menudo camina como las ovejas que no tienen pastor. El Señor no se dejará ganar en generosidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona