Navidad para los desplazados en Burkina Faso

La de Bartholemew es una de las miles de familias en Burkina Faso que tuvieron que huir de sus hogares y empezar una vida desde cero. También para ellos en unas semanas será Navidad. También ellos pedirán un deseo en estas fechas que tú les puedes conceder: Esperanza.

El 12 de mayo de 2019, Barthole­mew asistía a Misa con su mujer y sus hijos, en Dablo, donde vivían en paz hasta entonces. «Los terroristas rodearon la iglesia y dispararon contra nosotros. Mataron a cinco personas y al sacerdote Simeón Yampa, que intentó intermediar y eso le costó la vida. Era el domingo del Buen Pastor. Todavía puedo ver sus caras. Algunos tenían pistolas, otros, barras de acero en la mano. Prendieron fuego a bancos, ob­jetos litúrgicos, libros… Les dijeron a las mujeres que se cubrieran la cabeza y nos robaron las motos. Le agradecí al Señor que no mataran a mi familia». Nos cuenta Bartholemew.

Al día siguiente la familia huyó. «Tuve que dejar ocho reses, cincuenta cabras y mis gallinas; todo pasó a manos de los terroristas. Llegamos a Ouagadougou, a 195 kilómetros de Dablo, donde vive nuestro hijo mayor». Uno de los hermanos de Bartholemew se quedó en Dablo y una semana después los terroristas secuestraron a uno de sus hijos.

Burkina Faso está viviendo un drama silencio­so

Hasta 2019 en Dablo no había peligro para los cristianos, aunque fueran mi­noría. La crisis de Mali y las intrusiones de grupos yihadistas infiltraron un Islam radical y los cristianos pasaron a ser objetivo de los terroristas. Atentados, secuestros, intimidaciones y amenazas se multiplicaron por doquier. Burkina Faso está viviendo un drama silencio­so que ha desatado un éxodo de más de 1.300.000 desplazados. La mayoría de los que han huido se encuentran en campamentos o son acogidos por fami­lias generosas o parientes cercanos.

La Iglesia local trata de aliviar el sufri­miento de los desplazados en todo el país. Los equipos parroquiales organi­zan la ayuda. Leon Emmanuel Baii, uno de los líderes de estos grupos de ayu­da, nos cuenta: «Tampoco ha sido fácil para nosotros. Tuvimos que improvi­sar, buscar soluciones para contener la situación. Vinieron sin nada, les inten­tamos dar lo imprescindible y al menos sobreviven. Algunos murieron. Su futuro está en manos de Dios. Hacemos lo que podemos, la parroquia trata de dar comida gracias a las donaciones».

En Burkina Faso, como en tantos otros países de África asolados por el terrorismo, la Iglesia local quiere sostener, con los poquísimos medios que tiene, a los cristianos que han tenido que huir de sus hogares por salvar sus vidas. Ellos lo han perdido todo menos su fe.

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