Card. Omella: «La Cuaresma es tiempo de gracia para reformar nuestra vida y abrirnos más a Dios»

El arzobispo de Barcelona recuerda en la celebración del Miércoles de Ceniza que también hay que combatir el virus del materialismo y de la indiferencia religiosa

Fotografías: Ramon Ripoll

Este 17 de febrero se ha celebrado el Miércoles de Ceniza en la catedral de Barcelona, ​​empezando así el tiempo de Cuaresma. Un tiempo dedicado a la reflexión en un momento complicado en que la sociedad se encuentra me pleno combate contra la pandemia. Un Miércoles de Ceniza diferente, en que por primera vez, algunos desde casa, y otros manteniendo las distancias y las medidas de seguridad requeridas para sanidad vivieron la celebración.

El otro virus que hay que combatir

El arzobispo de Barcelona, ​​el Card. Juan José Omella presidió la celebración, concelebrada con los canónigos del Cabildo de la Catedral. En la línea del contexto que vive la sociedad, introdujo la homilía destacando «la pesadilla de la pandemia», exponiendo el sufrimiento que ha ocasionado el virus a todos los hogares de diocesi deseando que termine pronto. Ante esto pero, destacó «otro virus», también presente en medio la sociedad desde antes que llegara la Covidi-19.

El Cardenal se refirió al «virus del materialismo y consumismo», que nos «condiciona la vida, limita las acciones y coarta la voluntad». Así, destacó el sufrimiento más allá de la Pande exponiendo como «vivimos con esta inquietud mientras muchos hermanos nuestros sufren una verdadera necesidad y, incluso, mueren de hambre». Por ello, aconsejó este tiempo de Cuaresma dedicado a la conversión, para hacer «un cambio de vida que nos lleve a mirar a Jesús». Destacando las palabras del Santo Padre reafirmó como «este es un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad».

Austeridad, el ayuno de hoy

En este cambio que «vuelve a poner a Dios en el centro», Omella pidió el ayuno, centrado en «La austeridad, la moderación y sobriedad en los bienes materiales». Una austeridad aún viable si la aplicamos en diversos ámbitos de nuestra vida y «con muchas ventajas» y el «ayuno que nos permite compartir lo que no necesitamos».

Por ejemplo, mencionó la austeridad en el consumo diario y en el uso del tiempo, que se traduce en más bienes para los que no tienen y en más dedicación temporal por parte nuestra con aquellos que más necesitan compañía y apoyo. Entre esta necesidad de ayunos actuales, se refirió también a la austeridad «aplicada a nosotros mismos, para salir de nuestro autocentramiento, para crecer en libertad interior, para vivir más atentos a los demás, para poder atender con amor a los más necesitados», dijo.

El cardenal recordó que este ayuno nos lleva a la caridad, a la limosna. «Olvidándonos de nosotros mismos – exponía Omella- sabremos tratar a los demás como hermanos. El camino de la limosna, de la caridad, es el otro camino o sendero que nos propone la Iglesia para poder cambiar de vida ».

En silencio y con Dios

Por otra parte, el arzobispo invitó a vivir la Cuaresma reflexionando y desde el silencio con Dios, para combatir otro virus: «la indiferencia religiosa». «Entrar en este camino del silencio, de trato personal con Dios, de la participación en los sacramentos, especialmente en la Santa Misa y la confesión – exhortaba el cardenal-. Intensifiquemos la oración: estar a solas con el Señor, rezar el rosario, hacer una visita al Santísimo, meditar el Viacrucis».

Omella alertó que, «aunque a priori puedan parecer poco atractivas y hasta aburridas estas pautas que nos propone la Iglesia para cambiar de vida (la oración, el ayuno y la limosna), la experiencia demuestra que es el verdadero camino que lleva a la libertad ya la alegría de vivir. Es el camino que lleva a la santidad, a querer vivir con Dios y para Dios».

Finalmente, concluyó que, la Cuaresma es tiempo de gracia para reformar nuestra vida y para abrirnos más al amor de Dios que ha entregado su vida a la Cruz para que nosotros tengamos vida y podamos acoger su salvación .

Ritos de la imposición de la ceniza adaptado

Este año, dado el contexto epidemiológico, el rito de la imposición de la ceniza se ha adaptado según las medidas establecidas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Según exponía la institución, el sacerdote debía dirigirse a los presentes, diciendo una sola vez y para todos los fieles, la fórmula del Misal Romano: «Convertíos y creed en el Evangelio». Después, el sacerdote había que limpiar las manos y ponerse la mascarilla. Posteriormente, procedió a la imposición de la ceniza dejándola caer sobre la cabeza de cada uno, sin decir nada.

 

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