Barcelona, 22 de octubre de 2017
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Queridos hermanos y hermanas:
Nos hemos reunido en este Santuario el Corazón de María para dar gracias a Dios por la beatificación de los 109 mártires claretianos que tuvo lugar ayer en la basílica de la Sagrada Familia.
Si el templo de Antoni Gaudí es un canto a la belleza y al Evangelio hecho piedra, podemos afirmar que este santuario es un símbolo de reconciliación. Incendiado durante la persecución religiosa que tuvo lugar en la guerra civil española, fue posteriormente reconstruido con la ayuda de Dios y el esfuerzo de muchas personas. Hoy es la casa de María, la madre de Dios que acoge a todos.
Y podemos también afirmar que la beatificación de ayer fue, en cierto sentido, la reconstrucción definitiva de 109 vidas rotas por confesar a Cristo en circunstancias que no quisiéramos que se repitieran jamás. 81 años después de su muerte, celebramos con gozo la vida. El perdón y la reconciliación se han demostrado más fuertes que el odio y la venganza. La beatificación no es un ajuste de cuentas con el pasado sino un canto a la infinita gracia de Dios y una invitación a ser sus testigos en nuestro mundo. Los santos miran siempre al futuro.
Sabemos que la historia de los 109 mártires, pertenecientes a diversas comunidades claretianas de Cataluña, Valencia y Cantabria, no fue un hecho aislado. Se inserta en la hermosa historia martirial de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. En efecto, vuestro fundador, san Antonio María Claret, cuya fiesta celebraremos pasado mañana, quiso morir mártir. Cuando se enteró del martirio del P. Francisco Crusats, el primer claretiano martirizado en 1868, escribió al P. Josep Xifré: «Yo deseaba muchísimo ser el primer mártir de la Congregación, pero no he sido digno/ otro me ha ganado la mano…//. Dentro de tres días celebraremos el 25 aniversario de la beatificación, por san Juan Pablo II, de los 51 mártires de Barbastro, el «seminario mártir», como él mismo lo denominó. En 2013, en Tarragona, fueron beatificados otros 23 misioneros claretianos. Con los beatificados ayer, son ya 183 los mártires beatificados de los más de 270 claretianos que fueron asesinados durante la persecución religiosa de 1936. En todos ellos se cumple cabalmente el lema de la jornada del DOMUND que celebramos hoy: «Sé valiente, la misión te espera». Ellos, misioneros de profesión, fueron valientes hasta el final, «no amaron tanto la vida que temieran la muerte» (Ap 12,11). Por eso, su valentía en confesar a Cristo fue el mejor modo de llevar a cabo la misión encomendada. Su fecundidad llega hasta nosotros.
¿Cómo vivir con lucidez y gratitud una realidad que parece del pasado y que, sin embargo, está influyendo en nuestro presente? La Palabra de Dios de este domingo nos ayuda a iluminarla.
El texto del profeta lsaías, que hemos leído en la primera lectura, es una invitación a contemplar los acontecimientos de la historia desde la fe. Los seres humanos nos agitamos, nos movemos por intereses y pasiones, experimentamos impulsos de generosidad y retrocesos egoístas, pero el Señor nos conduce y hace que todo entre en su diseño de salvación. Incluso quienes no confiesan explícitamente a Dios (como el emperador Ciro), han contribuido, sin saberlo, a que su proyecto de salvación se realice en la historia, a que la misión se abra camino. La vida de nuestros mártires solo tiene sentido cuando se contempla desde esta perspectiva. Fueron «misioneros hasta el fin», como reza el lema que habéis elegido para la beatificación, porque se dejaron conducir por la gracia de Dios en circunstancias históricas oscuras y dolorosas.
El apóstol san Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, reconoce que la esperanza es indestructible. También nuestros mártires lo experimentaron en carne propia. Su testimonio sigue diciéndonos que con la ayuda de Dios podemos afrontar todas las pruebas de la vida sin hundirnos. La valentía, a la que se alude en el lema del DOMUND, no surge de nuestro optimismo o de nuestras estrategias pastorales, sino de una fuerte convicción: nuestra vida se fundamenta en la esperanza de que a Dios no se le escapa la historia de las manos.
El Evangelio, en fin, nos presenta a un Jesús que, ante la pregunta hipócrita de los fariseos, encuentra una salida inesperada, valiente, recurriendo a la dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda persona. Nosotros somos la imagen de Dios. Las palabras de Jesús – «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» – no son evasivas, sino proféticas. Pagar los impuestos es socialmente necesario y hasta obligatorio. El dinero muestra el emblema de la autoridad política; por eso, se entrega a las autoridades, al César. Pero el corazón, que lleva impresa la imagen de Dios, solo se le puede entregar a Dios mismo. ¿Qué otra cosa hicieron los 109 mártires beatificados sino dar a Dios lo que es de Dios; es decir, la propia vida hecha a su imagen? Los mártires claretianos no cayeron en la trampa de liberarse de la muerte renunciando a su fe, porque sabían muy bien que los asesinos pueden matar el cuerpo, pero no pueden destruir la vida que solo pertenece al Señor (cf. Mt 10,28). Con su entrega denuncian nuestros fáciles conformismos, nuestra tentación de querer vivir a un tiempo el Evangelio y los contravalores de una sociedad que nos ofrece también las monedas del poder, la corrupción y la injusticia. ¿Qué credibilidad puede tener nuestra misión como Iglesia si nos vendemos al mejor postor?
Tras las intensas celebraciones de estos días, todos regresaréis a vuestras casas y comunidades con el recuerdo de una pasión y la urgencia de un compromiso. Como pastor de la Iglesia que peregrina en Barcelona, quisiera dirigiros una palabra de ánimo y de esperanza:
- No tengáis miedo de afrontar las dificultades del tiempo presente porque, a través de acontecimientos que a menudo nos desbordan, Dios va dirigiendo la historia humana hacia su Los mártires nos enseñan a poner nuestra confianza en Dios, a confiar en que el amor vence al odio y en que ninguna dificultad o persecución puede quitarnos la alegría de confesar a Jesús como nuestro Señor. Ellos nos enseñan esa valentía sin la cual la misión naufraga en buenos deseos, pero no incide en el corazón de las personas y no cambia las estructuras de nuestra sociedad. Si es verda d que a todos nos espera la misión de anunciar «el gozo del Evangelio», pidamos a los nuevos Beatos que intercedan por nosotros para que no nos acobardemos.
- Colaborad, allí donde estéis, con todos los que se esfuerzan por construir un mundo más justo y solidario, incluyendo las autoridades políticas, pero no olvidéis que el corazón le pertenece solo a No os dejéis atrapar por ideologías políticas o por otros ídolos modernos que reclaman nuestra entrega absoluta. Solo a Dios debemos dar lo que es de Dios. Esto nos dará una gran libertad de espíritu y nos permitirá entregarnos a lo que de verdad merece la pena: la misión de vivir y anunciar el Evangelio.
Agradezco al P. Mathew Vattamattam, Superior General de los Misioneros Claretianos, así como a los obispos claretianos de diversas diócesis del mundo aquí presentes, que hayan querido acompañarnos en esta Eucaristía de acción de gracias.
Os agradezco también a todos los peregrinos (claretianos, familiares de los mártires, feligreses de esta parroquia, amigos) vuestra participación en esta celebración. Barcelona es una ciudad muy unida a la persona de san Antonio María Claret. Aquí estudió y trabajó siendo joven. Aquí experimentó la fuerza transformadora de esa palabra de Jesús que le partió el corazón y le hizo cambiar el rumbo de su vida: ‘‘¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mt 16,26). Aquí, sobre todo en la iglesia de Santa María del Mar, predicó la Palabra de Dios. Fue aquí donde, dirigiéndose a un grupo de personas que le preguntaron por las raíces de su incansable actividad apostólica, les respondió con una frase que los Beatos mártires hicieron suya: «Enamoraos de Jesucristo y lo entenderéis todo«. Nosotros, en esta jornada del DOMUND, podríamos parafrasearla así: «Enamoraos de Jesucristo y tendréis la valentía que se requiere para llevar adelante la misión que os espera».
Pidamos al Corazón de María, titular de este santuario-parroquia, y a los 109 Beatos mártires, que intercedan por nosotros, para que nos enamoremos de Jesucristo y compartamos este amor con cuantos se crucen en nuestro camino. Todos nosotros estamos llamados a ser, como ellos, «misioneros hasta el fin».
Que esta Eucaristía sea una oportunidad para agradecer a Dios el don de la vocación misionera, pedirle que siga enviando obreros a esta inmensa mies del mundo y que nos dé valentía y fidelidad para para vivir la misión encomendada a cada uno de nosotros.
† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona