Durante los meses de verano, las carreteras y autopistas se llenan de coches con motivo de las vacaciones. Bueno será que pensemos un poco en el deber cívico y moral de conducir observando las normas de tráfico, con prudencia y con sentido de solidaridad.
Las cifras del número de accidentes, de muertos y de heridos en carretera se han convertido ya en pura estadística. Se compara si son o no más que el último verano. Sin embargo, detrás de estas cifras hay personas y familias.
Todo esto debería hacernos tomar una mayor conciencia de nuestra responsabilidad cuando conducimos un coche o una moto, para obligarnos a hacerlo con la máxima prudencia y también con un sentido afinado de la justicia y del amor hacia los demás, sean miembros de la propia familia o de otras.
La mayoría de accidentes de circulación se deben a errores humanos, la velocidad excesiva, los adelantamientos prohibidos, la falta de respeto a las señales de tráfico o el hecho de consumir alcohol en exceso, principalmente. No hay duda de que conducir mal, imprudentemente o en malas condiciones físicas es una patente de homicidio o de suicidio.
Es evidente que cuando conducimos un vehículo no lo hacemos en medio del desierto, aislados completamente de los demás. Lo hacemos en las autopistas y carreteras, junto a muchas personas y familias que también circulan. Eso hace que no seamos sólo responsables de nuestra vida sino también de la vida de los demás, y tanto nuestra vida como la del prójimo no son nuestras, sino de Dios. Por eso, conducir bien es sinónimo de solidaridad. Es un deber de justicia y de amor.
Cualquier vida humana es valiosa e importante. Pero lo más triste es que la mayoría de estas víctimas son personas jóvenes, en plena primavera de la vida, y que la causa de una gran parte de los siniestros son infracciones de las normas de circulación que se pueden evitar. También es cierto que, a consecuencia de estos accidentes de circulación, aumenta mucho el número de personas jóvenes hemipléjicas, las cuales ven limitadas sus capacidades para toda la vida.
La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Los debemos atender razonablemente teniendo también en cuenta las necesidades de los demás y el bien común. El Catecismo de la Iglesia Católica, cuando habla del respeto a la vida corporal, afirma que «quienes en estado de embriaguez o por gusto inmoderado de la velocidad ponen en peligro la seguridad de los demás y la propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables”.
Bueno es que invoquemos la protección de san Cristóbal, pero al mismo tiempo debemos ser conductores responsables y prudentes.