No han muerto en vano (y III): El desafío de la hospitalidad

 

Con motivo de la celebración del 20 de junio del Día Mundial del Refugiado 2018, el papa Francisco recordó su Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018 en el que nos habla de cuatro verbos que se han de conjugar y que hacen referencia a cuatro actitudes fundamentales para tratar con dignidad migrantes y refugiados y asegurar que sus derechos sean respetados; ponen la persona humana en el centro. Son actitudes que, en definitiva, buscan revertir la hostilidad en hospitalidad. Francisco anima a que se unan todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los estados y las instituciones y que todos respondan con generosidad, prontitud, sabiduría y altura de miras a muchos de los desafíos que plantea el hecho migratorio en todas sus vertientes.

Así:

Acoger, que implica ampliar las posibilidades para que emigrantes y refugiados puedan entrar de manera segura y legal a los países de destino, incrementando y simplificando, por ejemplo, los trámites para la concesión de visados.

Proteger, o asegurarles una asistencia adecuada para que les sean garantizados –independientemente de su status migratorio– su dignidad y sus derechos, como exigencia de justicia.

Promover, es decir, no atender de manera asistencialista sino posibilitar su realización como personas en todas sus dimensiones, considerándolos parte de nuestro mundo, promoviendo, por ejemplo, su inserción laboral, que tengan una vivienda digna, un reagrupamiento familiar, sin someterlos a requisitos económicos, pues la institución familiar juega un papel importante en la integración de personas y en la transmisión de valores.

Integrar, que implica ver al otro como se mira a un compañero de camino, como un hermano/hermana miembros de la gran familia humana y que se traduce en hacerse prójimo del otro que es diferente a mí, especialmente con quien lo necesite más, con gratitud, no esperando nada a cambio. Todo esto, requiere un proceso: el contacto con el otro lleva a quien viene de fuera a conocerse mejor, y a darse cuenta de sus cualidades y lo hace ser consciente de que puede aportar; en mismo sentido, esta relación que lleva a quien le acoge a transformar su mirada, rompiendo prejuicios y estereotipos y, en la medida que esto resulte, ayuda a hacer florecer al recién llegado sus cualidades; entonces, juntos serán conscientes de la riqueza del intercambio, para que las sociedades y las diferentes culturas que conviven sean cada vez más un reflejo de los múltiples dones repartidos por Dios en la humanidad.

En estas palabras de Francisco, que recogen la riqueza de la tradición del magisterio social de la Iglesia, existen pistes para que los creyentes en Jesús, el Cristo –y cualquier persona que se sienta interpelada– disciernan en el lugar desde el que actuar y cómo hacerlo, impulsados por un mismo Espíritu. Todos hemos de trabajar para que los migrantes y refugiados encuentren un encaje en nuestras sociedades, y esto quiere decir que tanto los recién llegados como la Sociedad que los acogen han de hacer un camino, en el cual, la escucha, el dialogo y la empatía hacia el otro serán determinantes para a convivir. Solo así, se podrá dar el paso de la simple tolerancia al convivir, que quiere decir reciprocidad e implicación mutua.

Lo que esto implica

Como que para el seguidor de Jesús nada humano le es alieno, según los dones recibidos es llamado a vivir de forma unificada, desde el corazón en coherencia con una fe que es confianza. En todos los ámbitos de su vida personal, familiar, profesional, será necesario dar testimonio y esto implica ser coherente con la manera de ser y de hacer, de estar en el mundo de Jesús, el Cristo, asumiendo retos que día a día se le presentan, como levadura dentro de la masa, dando luz y esperanza desde la humildad de su Servicio. Y procurando la inclusión de los más débiles en la toma de decisiones, en cada contexto, también en el internacional, si se adecúa. Y aquí, hacer notar la necesidad de ayudar a edificar una nueva arquitectura institucional por encima de los estados que pueda gobernar y gestionar toda esta diversidad y los retos que plantea, ya reclamada por Juan XIII.

La DSE habla mucho de las relaciones interpersonales, de tener como punto de mira los pobres, de querer el prójimo como a ti mismo: el prójimo es aquel que me necesita. En su base está una determinada antropología que es relacional: este Magisterio se fundamenta en el Dios Trinidad (Comunidad) Misterio de donación total de Amor entre el Padre y el Hijo por obra del Espíritu Santo y que en Jesús, el Cristo, se abre a cada uno de nosotros y a la humanidad entera. Este es el Fuego que da esperanza al cristiano, a acoger sin exclusión y a crear Fraternidad.

Pero el papa Francisco no se queda aquí. Nos invita a tener una mirada más amplia, más universal. Y aquí, nos encontramos con el trabajo de transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales injustas. Es en este ámbito donde es preciso trabajar en colaboración con otros, sean cristianos o no. Todo lo que hemos apuntado son formas de servir, como también lo son las actuaciones de carácter más estructural, realizadas por aquellas personas que ocupan lugares de responsabilidad política, económica y social que se confiesan cristianos y que han de tomar constantemente decisiones que afectan la vida de otras personas.

No podemos quedarnos indiferentes delante de este drama humanitario. Tenemos un gran campo de actuación, según nuestras capacidades; nuestra aportación es siempre necesaria, por pequeña que sea: ayudar una sola persona ya es importante, porque cada vida cuenta, es un proyecto de futuro abierto a la esperanza, aunque no podamos evitar el sufrimiento y la muerte de muchos. Pero también, hemos de tener claro, que no es suficiente con gestos y denuncias proféticas ni con el trabajo asistencial. Es necesario también tener el coraje de construir y esto incumbe a la política y comporta bastante dosis de pragmatismo y búsqueda de consensos en base a los puntos de encuentro común. Aquí, el papel de nuestro voto y la presión de movimientos sociales son esenciales, pero también la tarea persistente, menos vistosa, cerca de las instancias de poder. No hemos de ser inseguros, pues, ni pensar que encontraremos soluciones fáciles y rápidas para temas tan complejos.

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Dolors Oller

Doctora en Derecho, profesora de Moral Social en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona, miembro de Justicia y Paz, y Cristianismo y Justicia.

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