Cómo acercar la realidad de África a la Iglesia europea

El primer impulso para escribir bajo el encabezamiento que precede es querer dar toda una retahíla de normas, leyes y pautas que nos dejen más o menos satisfechos, y un poco convencidos, de vete a saber tu qué.
Pero resulta que el primer paso a dar es tener el valor de hacernos una pregunta, inquietante, comprometedora y un poco sorprendente: ¿Qué sabemos de África? O dicho de otro modo: ¿Hasta qué punto está África presente en nuestro día a día?
Y así llegamos al quid de la cuestión. No es necesario empezar a echarnos las culpas los unos a los otros, o inculpaciones, o acusaciones, o añoranzas o reproches. Si puede servir de ejemplo, todos nosotros somos una planta que necesita una maceta con tierra para crecer. Y es en esta tierra donde se pueden encontrar muchas carencias sociales, culturales, históricas y antropológicas que aún hoy estamos absorbiendo, incluso de forma inconscientemente.
Un poco de historia
El año 1831 moría el filósofo idealista alemán Hegel. Al poco de su muerte, se publicaron sus Lecciones sobre la filosofía de la historia. Y en este texto, hablando de África dice:
«Es la patria de todo animal feroz, una tierra que desprende una atmósfera pestilente, casi venenosa y que está habitada por pueblos que se han manifestado tan bárbaros y salvajes como para excluir toda posibilidad de establecer vínculos con ellos»
Ciertamente, cuesta digerir estas expresiones. Dar vueltas sería como dar vueltas a una noria sin salida. Ahora nos toca mirar hacia delante y construir nuevos caminos. Sin imaginar soluciones mágicas, imposibilidades insuperables o intentar no fijarse demasiado para evitar sentidos de culpabilidad o ignorancia.
Acercarse a una realidad quiere decir abrirse a la experimentación. Y la experiencia se adquiere con la vivencia, siendo receptores.
Lo primero que tendremos que arrinconar serán los tópicos fáciles, defensivos y desintegradores. “Ellos y nosotros” es todo uno leit motive demasiado recurrente.
Un segundo paso será el conocer qué realidades rodean este continente sin miedos, ni ideas preconcebidas. El embajador de Guinea-Bissau, decano de los embajadores africanos en España, dijo recientemente en una entrevista: “Europa no sabe lo que pasa en África”. Y es muy cierto. Hablamos del continente africano como si fuera una unidad sin relevancia; pero tenemos que recordar que el continente tiene más de 30 millones de kilómetros cuadrados, está integrado por 55 naciones, donde viven más de 1.300 millones de habitantes que hablan más de 2.000 idiomas diferentes.
Acercarnos, en este caso, significa disfrutar y ser conscientes de las muchas diferencias que el continente ofrece al resto del mundo. Es un diamante con tantas y tantas caras, que se mire por donde se mire, siempre deslumbrará.
Y seguro que uno de los primeros esfuerzos será dejar que hablen los mismos africanos, aceptar lo que dicen y hacer nuestro este nuevo punto de vista, que es tan enriquecedor.
Hemos abierto una pequeña rendija. Seguiremos receptivos, porque es solo compartiendo que entenderemos qué quiere decir: “Él se hizo todo en todos”.