Carta del Arzobispo a los presbíteros y diáconos de la Iglesia Archidiocesana de Barcelona

Sólo el Amor salva

 

Queridos hermanos presbíteros y diáconos:

La Paz esté con todos vosotros.

Os envío mi saludo afectuoso y palabras de ánimo en este comienzo de curso pastoral. Mis primeras palabras son de gratitud por lo que sois y por lo que hacéis al servicio del Evangelio en esta comunidad, tan querida y entrañable, que es la Iglesia que peregrina en Barcelona. Permitidme que os dé las gracias con las mismas palabras de San Pablo:

«Doy gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, porque vuestra fe está progresando mucho y se acrecienta la mutua caridad de todos y cada uno de vosotros, hasta tal punto que nos gloriamos de vosotros en las Iglesias de Dios por la paciencia y la fe con que soportáis las persecuciones y tribulaciones que estáis pasando» (2 Tes 1,3-4).

Ciertamente, el clero de esta diócesis, por lo que he podido comprobar durante este tiempo con vosotros, es un clero sano, que ama a Jesucristo y a la Iglesia y que se entrega generosamente al pueblo de Dios, en el que está inserto y al que sirve humilde y valientemente. ¡Cómo me alegra ver a los sacerdotes y diáconos identificados con la gente, participando de sus gozos y sufrimientos! ¡Cómo me llena de alegría vuestra participación asidua y formal en los retiros espirituales programados a lo largo del año! ¡Cómo me consuela vuestra participación en las reuniones de arciprestazgo, donde tratáis de programar y revisar el trabajo pastoral conjunto y en las que dedicáis un tiempo de calidad a la formación permanente! ¡Qué hermoso resulta ver que seguís en la brecha, tratando de ayudar a conocer y amar el precioso e incomparable rostro de nuestro Señor Jesucristo, «Camino, Verdad y Vida» para los hombres de todos los tiempos! Os animo a seguir por ese camino y con ese espíritu.

Os invito, también, a pedir al Señor que nos conceda tener una «mirada llena de ternura y amor» hacia el mundo, la sociedad, la parroquia, el arciprestazgo, el presbiterio…; sin esa mirada de amor es imposible evangelizar, es imposible transmitir esperanza. Y nuestra sociedad está absolutamente necesitada de esperanza y nosotros estamos llamados a ser «testigos de esperanza», testigos de un Dios, Padre misericordioso, que lo transciende todo, que lo penetra todo, que lo renueva todo.

Esta sencilla carta que os mando no tiene otra pretensión que reforzar la comunión, renovar el entusiasmo pastoral y misionero e informar de aquellas cosas que me parecen importantes para tener en cuenta a lo largo de este año pastoral. Iniciamos este nuevo curso después de haber aprobado y presentado el nuevo Plan Pastoral en esa hermosa celebración que tuvo lugar en la Basílica de Santa María del Mar, el pasado día 28 de abril. Iniciamos el curso con un nuevo organigrama diocesano, con el nombramiento de los nuevos vicarios episcopales, de los responsables de delegaciones y de secretariados, y también de los sacerdotes y diáconos con misión pastoral en las parroquias. Gracias a todos por vuestra disponibilidad y aceptación de las responsabilidades que se os han confiado.

Quiero compartir con vosotros las siguientes reflexiones. Lo hago con sencillez, como si fuese una conversación de amigo a amigo, porque pienso que es así como seguramente hablaría el Señor con cada uno de nosotros, así lo hacía con sus apóstoles.

PLAN PASTORAL

Todos estamos empeñados en la tarea de ir aplicando el nuevo Plan Pastoral Diocesano, que no pretende otra cosa que evangelizar en el mundo de hoy, siguiendo las enseñanzas del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, teniendo muy en cuenta la realidad de nuestra sociedad y siguiendo, especialmente, la Exhortación Apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium.

Llevar adelante la misión que nos ha sido confiada en este tiempo implica, como decían hace unos años los obispos franceses: reconocer las nuevas condiciones en las que debemos vivir y anunciar el Evangelio; asumir la actual situación como discípulos y como ciudadanos, y aceptar situarnos como católicos en el actual contexto sociocultural e institucional. Estamos llamados a pasar «de lo heredado a lo propuesto». Eso nos obliga a valorar la novedad de la fe y de la experiencia cristiana. Hemos de acoger el don de Dios en condiciones nuevas y reencontrar contemporáneamente el gesto inicial de la evangelización. Este es el tiempo de la propuesta sencilla y decidida del Evangelio de Cristo (cf. Proponer la Fe hoy. De lo heredado a lo propuesto. Edit. Sal Terrae, 2005).

Si la transmisión de la fe es importante, también lo es la acogida que se haga a las personas que vienen a pedir los sacramentos u otras ayudas o servicios. Es necesario tener una actitud de vigilancia contemplativa para percibir las huellas de Dios en cada persona que viene a nosotros; es necesario ayudar a las personas que se acercan a nuestras catequesis para que puedan dar pasos concretos, aunque nos parezcan pequeños, hacia un cambio de vida, hacia una apertura sencilla y cordial al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Un verdadero pastor, apóstol del Evangelio, no puede nunca desesperar, ya que las personas, todas las personas, en cualquier edad y circunstancia, son siempre susceptibles de cambiar de vida. El buen ladrón cambió en el último momento. ¿Quiénes somos nosotros para cerrar a nadie las puertas de la salvación? Eso no significa que tengamos que «acceder a todo lo que pidan» quienes se acercan a recibir los sacramentos. La Iglesia tiene unas reglas de juego que es necesario cumplir, pero hay muchas formas de presentarlas y ayudar a que se entiendan y se lleven a la práctica.

Animad a los padres, a través de la catequesis familiar, de las homilías, del diálogo personal con ellos, a que tomen en serio la educación cristiana de sus hijos. Animadles para que ayuden a sus hijos a crecer en la fe, que les enseñen a rezar, a conocer a Jesucristo y a la Virgen María, a ser generosos y trabajadores, a participar en la misa del domingo en la parroquia, a sentir la alegría de ser cristianos y miembros de la Iglesia. Acoged, escuchad, atended, regalad tiempo a los padres y a las madres que se acercan a las parroquias.

Felicitad a las familias que celebran algún sacramento, dadles ánimos en la decisión que han tomado, aunque aparentemente parezca una decisión rutinaria, por costumbre. Ayudadles a que esa celebración pueda ser un acontecimiento de fe, un motivo de alegría y una ocasión de reunirse y unirse más toda la familia; pedid confiadamente al Señor para que así sea. La oración y el ayuno del pastor y de la comunidad, tan importante como la acción, puede hacer mucho para mejorar y transformar la vida y las costumbres del pueblo de Dios.

No descuidéis a las familias que pasan por alguna dificultad o problema. Son tiempos difíciles y exigentes para la vida familiar. Estad cerca de ellas, de todos los que sufren; que la comunidad cristiana arrope a esas familias. Sólo el amor es capaz de salvar, de cambiar el corazón del ser humano, de generar procesos de santidad. Y estemos todos muy atentos a acoger a quienes, procedentes de otros países y culturas, se acercan a nuestras parroquias, a nuestro país.

CURSO DE ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

En los diversos encuentros que hemos tenido con los sacerdotes ordenados en los últimos años hay un tema que aparece con frecuencia y que es saber acompañar espiritualmente y humanamente a las personas con las que nos relacionamos, especialmente los jóvenes.

Ciertamente, es un tema muy importante y que estará seguramente presente en el Sínodo de los Obispos: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, que tendrá lugar en Roma el mes de octubre. Nosotros, tenemos que saber acompañar y dejarnos acompañar. Todo un reto. Pero muchos dicen: «No sé cómo hacerlo, no estoy preparado para esto.»

Los obispos de Cataluña hemos pensado que estaría bien ofrecer un Curso de discernimiento y acompañamiento espiritual a los sacerdotes que lo deseen, especialmente a aquellos que fueron ordenados los últimos años.

El calendario lectivo de este curso es de dos años, con clases de lunes a jueves durante dos semanas los meses de octubre, de febrero y de mayo.

Los encargados de coordinar y acompañar este curso son los delegados para la formación y acompañamiento del clero de nuestra diócesis de Barcelona: Mn. Salvador Bacardit Fígols y Mn. Xavier Mª Vicens Pedret, DP.

Creo que es algo en lo que debemos invertir esfuerzos, porque hoy en día la evangelización pasa casi necesariamente por saber estar cerca de las personas, saber acompañarlas y ayudarlas a que se encuentren con el Señor, que es más íntimo a nosotros mismos de lo que muchas veces pensamos. Hoy asistimos a una creciente demanda de escucha por parte de quienes se acercan o no a nuestras parroquias.

Este curso está abierto a sacerdotes de las otras diócesis con sede en Cataluña. Es una iniciativa propuesta y apoyada por todos los obispos. Creemos que ayudará a revitalizar nuestra misión pastoral, animará a los seglares a encontrar su propia vocación y redundará en su crecimiento humano y espiritual.

Os animo a realizar este curso o a ayudar a que otros puedan realizarlo, prestándoos a sustituirles en las parroquias los días que dura esta formación, ya que es en régimen de internado.

PASTORAL CON JÓVENES

Otro campo importante de nuestra acción pastoral es el trabajo con los jóvenes. Ellos son el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Pero constatamos con dolor que una gran mayoría de ellos «pasan» de la Iglesia, de la religión. Sin embargo, sigue siendo verdad lo que bellamente decía san Agustín, fruto de su experiencia personal: «Señor, nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (Confesiones I,1,1). Los jóvenes de hoy también tienen hambre de Dios, aunque no sepan cómo formularlo, porque tienen hambre y sed de plenitud, de totalidad, de absoluto, aunque ellos se aferren a realidades efímeras. Por eso, hermanos, tenemos que saber estar cerca de ellos, para poder ayudarles a encontrar al Absoluto de sus vidas, al Amigo fiel, a Aquel que nos amó hasta el extremo, Jesucristo Salvador del mundo.

Debemos confesar humildemente que no sabemos muy bien cómo actuar con ellos, pero esa confesión no debería llevarnos a culpabilizarnos de todos los fracasos cosechados, sino que debería impulsar en nosotros el deseo de buscar cómo acertar en el camino de renovar la pastoral con jóvenes. Hay que constatar la realidad evitando caer en la nostalgia de otros tiempos o en el desconcierto. Conviene incluso adoptar una mirada positiva, creyente, y una actitud de simpatía, de esperanza y de misericordia, hacia este mundo y hacia este momento. Este mundo y esta época que Dios ama tan ardientemente. «Los momentos difíciles pueden resultar los más evangélicos», decía Santa Teresa de Calcuta. Es importante prestar atención, ante todo, a los nuevos rasgos culturales que marcan nuestra sociedad y que vienen a modificar considerablemente lo relativo a la religión. De esta manera evitaremos dar palos de ciego. Estos rasgos representan a la vez amenazas y posibilidades para el despertar y la transmisión de la fe. Ellos esbozan ya el perfil de la Iglesia del nuevo siglo.

Los obispos de Canadá han afrontado este tema en una pastoral titulada Proponer hoy la fe a los jóvenes: una fuerza para vivir. En ella apuntan, entre otros elementos a tener en cuenta en la pastoral con los jóvenes, la conveniencia de organizar peregrinaciones y encuentros puntuales con ellos, como camino para vivir la experiencia de la amistad y de la fe. El Secretariado Diocesano de Pastoral con Jóvenes lleva años trabajando en este sentido. Un nutrido grupo de sacerdotes, seminaristas y seglares están comprometidos en este ámbito de la pastoral. Programan reuniones periódicas, acciones conjuntas, se experimentan métodos de nueva evangelización, y creo sinceramente que algo se está moviendo. Y eso me hace pensar en las palabras del profeta Isaías cuando dice: «Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19). Apoyemos las iniciativas y acciones que se llevan a cabo desde el Secretariado Diocesano de Pastoral con Jóvenes. Pidamos al Señor una mirada confiada para ver el trabajo que se realiza. Pidamos también la virtud de la humildad para saber reconocer y aceptar que el granito de mostaza dará su fruto con la ayuda del Señor, porque la obra no es totalmente nuestra, somos meros «humildes trabajadores en la viña del Señor».

Animo a todos los sacerdotes y a todos los diáconos a que potenciéis y facilitéis las actividades que organiza el Secretariado Diocesano de Pastoral con Jóvenes. Sabéis perfectamente que, en tiempos de inclemencia, es necesario que vayamos unidos y potenciemos aquello que parece que se mueve o aquello que es susceptible de congregar a quienes están dispersos.

Un posible camino eficaz en el campo de la pastoral juvenil puede ser ayudar a los jóvenes a que entren en movimientos y grupos organizados como, por ejemplo, los Movimientos de Acción Católica, ya que en ellos se asegura la formación, el trabajo, la ayuda a los más pobres, la revisión de vida a la luz del Evangelio y, además, que no dependan exclusivamente del sacerdote o del agente de pastoral que esté en ese momento en la parroquia o en el grupo cristiano. El Concilio Vaticano II, en el Decreto sobre el Apostolado Seglar, dice concretamente: «Desde hace algunos decenios en muchas naciones los seglares, consagrados cada vez más al apostolado, se reunieron en varias formas de acción y de asociaciones, las cuales, teniendo unión muy estrecha con la jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos. Entre estas u otras instituciones semejantes más antiguas hay que mencionar sobre todo las que, aun siguiendo diversos métodos de acción, dieron frutos ubérrimos para el Reino de Cristo y que recibieron de los Sumos Pontífices el nombre de Acción Católica […]. Las organizaciones en que, a juicio de la jerarquía, se hallen reunidas simultáneamente todas estas notas deben considerarse Acción Católica, aunque por exigencias de lugares y naciones tomen varias formas y denominaciones» (Apostolicam actuositatem, 20). Fijémonos que la Acción Católica es un gran paraguas abierto donde caben muchas experiencias y organismos de muy diferente sensibilidad.

Apoyemos los movimientos organizados, nosotros estamos de paso, pero los movimientos duran mucho más que nosotros. No recelemos de esos grupos o movimientos. La red tiene que estar abierta a acoger a todos y a acompañar a todos. Busquemos, por encima de todo, vivir y potenciar la comunión y la eclesialidad con un sentido siempre misionero.

Doy gracias al Señor porque nuestro presbiterio vive realmente en una dinámica de respeto y comunión. Doy gracias al Señor por ello y por cada uno de vosotros, que lo hacéis posible con vuestro esfuerzo diario en vivir la fraternidad. Todos juntos podemos seguir creciendo en comunión. No podemos pararnos, ya que entonces nos instalamos en la mediocridad, uno de los peores males que puede suceder a quien está llamado por vocación a vivir y a ser testigo y maestro de santidad en medio del mundo.

PASTORAL VOCACIONAL

Gracias a Dios vamos tomando conciencia de la necesidad de sembrar en el corazón de los jóvenes la semilla vocacional, la llamada al ministerio sacerdotal. No quiere decir esto que se desprecien o se olviden las otras llamadas a la vida laical, a la vida consagrada o a la vida diaconal. No podemos descuidar esas otras llamadas, debemos potenciarlas y, sobre todo, debemos enseñar a valorarlas en el seno de nuestras comunidades cristianas. Pero quienes hemos sentido la llamada del Señor al ministerio presbiteral y hemos consagrado toda nuestra vida a ese ministerio, no podemos dejar de animar a niños y jóvenes a que sirvan al Señor por ese camino. Me alegra mucho ver que en la gran mayoría de las parroquias se ora insistentemente por esa intención. Sí, nos lo dejó dicho el Señor: «La mies es abundante y los trabajadores son pocos, rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38).

Quiero felicitar a quienes cuidan este campo de la acción pastoral. Muchos presbíteros envían adolescentes a las convivencias vocacionales y a los campamentos de verano que organiza el Seminario Menor. Algunos de ellos van planteándose seriamente la vocación y van entrando en nuestro Seminario Menor en familia y en el Seminario Mayor. Muchos acompañáis a jóvenes y adultos y les ayudáis a discernir su vocación. Es imprescindible que estos adolescentes, que estos jóvenes nos vean gozosos en nuestro ministerio; es necesario que descubran que les queremos y que les valoramos por la opción que han tomado; es necesario que les acompañemos en su proceso vocacional. Queridos presbíteros y diáconos, cuidad este campo de nuestro ministerio sacerdotal: animad a otros a que puedan tomar el relevo en nuestra acción evangelizadora y misionera.

DIOS Y EL HOMBRE, REFERENCIAS ESENCIALES DE LOS MINISTROS ORDENADOS

Hay muchos más temas que me gustaría tratar en esta carta y que probablemente os habría gustado que se hubiesen tratado, pero no quiero alargarme ni quiero agotar todos los temas. Lo que sí desearía es dejar constancia clara de que para un pastor, según el corazón de Dios, todos los temas de pastoral, todos los temas que tocan el corazón del hombre son fundamentales y esenciales, y no se deben descuidar bajo ningún concepto. Pero, obviamente, todo no puede ponerse en esta carta, la cual no pretende otra cosa que mantener un pequeño encuentro con cada uno de vosotros, mis inmediatos colaboradores, los sacerdotes y diáconos, que se gastan y se desgastan por servir a la comunidad cristiana a la que han sido enviados.

Vaya mi recuerdo y gratitud a todos y cada uno de los presbíteros y diáconos, a los que estáis en activo en una tarea pastoral y a los que, llegados a la edad de un merecido reposo, permanecéis orantes, humildes testigos de la sabiduría que regalan los años de vida. Todos estáis en el corazón de esta Iglesia que peregrina en Barcelona. Todos sois necesarios y valorados, aunque, a veces, no sepamos cómo expresar ese agradecimiento. Gracias por lo que sois, lo que hacéis y lo que habéis hecho a lo largo de vuestra vida, por Jesucristo y por su Evangelio del Reino.

No olvidéis que hemos sido tomados de entre los hombres y estamos puestos a favor de los hombres en lo que toca a Dios (cf. Heb 5,1). El hombre y Dios, Dios y el hombre son las dos referencias esenciales de nuestra vocación. Esto nos hace estar atentos, muy atentos, de forma contemplativa, a la situación por la que atraviesa el hombre de nuestros días, distinta de otros tiempos, con sus aciertos y sus errores, pero necesitado siempre de una luz que dé sentido a su existencia, en medio de la precariedad y de la sinrazón de tantas propuestas que se le dirigen. Propuestas y llamadas que no siempre le llevan a una mayor y mejor realización de sí mismo, más bien le dejan vacío, aislado, solo. Pero eso nos hace también estar muy atentos a lo que Dios pide al hombre de este tiempo, atentos a su Palabra, atentos a su plan de salvación.

El ministro ordenado es el hombre de Dios, el hombre que vive su existencia entera delante de Dios, un Dios que es Amor, un misterioso Amor de tres Personas. No es un enigma, sino Alguien con quien vivir, de quien vivir, para quien vivir, ante quien vivir. Alguien cuya presencia me persigue, me envuelve, me afecta, me implica, me seduce.

Ante la rápida secularización de nuestra sociedad, conviene recordar las bellas palabras que el Papa Benedicto XVI pronunció en su viaje a Barcelona, el 7 de noviembre de 2010, con motivo de la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia. Decía: «El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre. Ésa es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia. En este sentido, pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma.»

El ministro ordenado es el hombre de la Palabra. Esto exige de nosotros acudir diariamente a la escuela del Evangelio, de las santas Escrituras, como verdaderos discípulos de Dios; estar en contacto cotidiano con Él, escucharle, prestarle suma atención, estar atentos a todas las insinuaciones de su Espíritu, que nos habita por dentro, nos impregna, nos rezuma de un modo especial desde que nos ungieron con el santo Crisma. Necesitamos pasar largos tiempos a los pies del Maestro. No dejéis, no dejemos bajo ningún concepto el trato diario y personal con el Amado, (cf. El encuentro y el anuncio de Jesucristo, primera orientación del Plan Pastoral Diocesano ¡Salgamos!).

El ministro ordenado por ser hombre de Dios, hombre del Maestro, del Buen Pastor, es también el hombre de la caridad pastoral. Esto exige de nosotros beber la Caridad inmensa de Dios al pie de la cruz, en la Eucaristía, en presencia de ese amor sin medida, de ese amor más allá de todo amor, en el que la vida, nuestra existencia, ha encontrado tierra firme, roca, fundamento. ¿Cómo poseer una auténtica caridad pastoral, sin beber diariamente la copa que el Buen Pastor ha preparado en la mesa, frente a nuestros enemigos, donde nos da a beber su misma sangre/vida derramada? ¿Cómo ser sacerdotes y diáconos sin esta copa, sin esta mesa, en la rutina de una celebración apresurada? ¿Cómo ser sacerdotes que dan la vida por las ovejas, huyendo de toda complicación, de todo sufrimiento, sin ser al mismo tiempo víctimas? Solamente siendo sacerdotes con Cristo, víctimas con Cristo y altar de la presencia de Jesucristo, donde otros puedan adorar al Dios Vivo, solamente así llegamos a ser hombres de la caridad pastoral. Y todo esto vivido sin mucho aparato, en la sencillez y la humildad propias de la condición cristiana.

El sacerdote de Jesucristo, de su Iglesia, así como el diácono, es el hombre de la comunidad. Para poder ser servidores de la comunidad no se nos exige poseer habilidades y recursos sociales, pues el sacerdote no es simplemente un animador de actividades comunitarias; el sacerdote reúne, preside, camina y sirve a la comunidad que Dios le ha encomendado, con las personas, familias y grupos que el Padre reúne en la Iglesia, por medio del Evangelio de su Hijo Jesucristo, con el vínculo de amor y unidad del Espíritu Santo. No se puede ser el hombre de la comunidad con una mirada puramente humana sobre la gente, mirada sociológica, sin percibir la hondura de misterio que hay en la vida de todos los bautizados. Tampoco basta una mirada psicológica, afectiva, que busca a quienes nos caen bien y prescinde de los otros. Somos verdaderos hombres de la comunidad cuando miramos a nuestra gente, a quienes pasan por nuestra vida, con los ojos de la fe, con la mirada de Dios. Esto implica estar familiarizados vitalmente, existencialmente, cordialmente, con la Santa Trinidad, vivificadora e invisible: de ella venimos, en ella vivimos, nos penetra, nos rodea, nos trasciende.

Es por todo esto que al inicio del próximo Adviento propondremos que durante este curso acentuemos y trabajemos en nuestras comunidades, sobre todo, la cuarta orientación del Plan Pastoral Diocesano: La fraternidad.

Hacia el Santuario celeste de la alegría trinitaria peregrinamos. Somos verdaderos hombres de la comunidad cuando somos fieles a esa gran comunidad que es la Iglesia universal, y estamos unidos a Pedro, a quien Dios ha puesto al frente de ella, «dulce Cristo en la tierra». No podemos hacer de los sacramentos y de la atención a la comunidad lo que queramos, inventando fórmulas, plegarias eucarísticas, absolución colectiva de los pecados…, pues no somos dueños, sino servidores. Nuestro ministerio es un servicio en la fidelidad a la fe de la Iglesia. En todas nuestras actuaciones debe reconocerse la fe de la Iglesia. «Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia», decimos después de la profesión de fe, antes de conferir el bautismo. Os pido que sea siempre así, y no andemos por caminos ajenos a la comunión y a la fe que nos viene a través de la Iglesia, nuestra madre.

Ser hombres así, ser hombres de Dios, en esta cultura de la banalidad, del placer inmediato y del pragmatismo sin preguntas, exige que los presbíteros y diáconos de hoy, de la nueva evangelización, seamos hombres de silencio, «hombres que besan el nombre de Dios antes de pronunciarlo». El silencio abierto que escucha, que respeta, que espera, que confía, que permanece, que soporta el peso para ayudar a otros, es un lugar profundamente humano y humanizador, una dimensión espiritual, sapiencial, de todo hombre, de toda mujer. Los ministros ordenados tenemos una necesidad especial de silencio, como atrio abierto al encuentro con Dios. Necesitamos ese silencio para leer la vida y para leer a Dios, para meditar, para reflexionar y no dejarnos llevar por la última teoría o la última emoción, o el último cansancio o fracaso. Necesitamos ese silencio para hablar con Dios, para escucharle y responderle, para amar al Señor y dejarnos curar y amar por Él. En la jornada de todo sacerdote, para serlo, debe haber horas sagradas de silencio ante Él.

Me gustaría terminar esta carta teniendo presente que en las próximas semanas se realizarán las pertinentes consultas a los presbíteros y diáconos de cada arciprestazgo y a los consejos pastorales arciprestales, para que pueda nombrar a los nuevos arciprestes. Estas consultas son muy importantes para avanzar en el camino sinodal con que queremos impregnar nuestro trabajo pastoral. Los presbíteros que nombre, junto con los vicarios episcopales de cada zona pastoral, tendrán que colaborar activamente en la ejecución del nuevo Plan Pastoral. También será necesaria su colaboración a la hora de determinar las reestructuraciones arciprestales y las agrupaciones pastorales que sean necesarias para afrontar el futuro de nuestra diócesis. Por ello, os animo a participar bien conscientemente en este proceso tan importante para nuestro futuro.

Suplico la fuerza y la potencia formidable del Espíritu del Señor sobre vuestras personas, vuestras familias, vuestras comunidades, vuestros trabajos y tareas. Bendigo a los ancianos, a los enfermos y a cuantos sufren. Bendigo a todos los laicos y miembros de la vida consagrada que, junto a vosotros, trabajan en la hermosa tarea de extender el Evangelio del Reino de Dios en nuestra archidiócesis. Que cada una de nuestras comunidades cristianas sea capaz de irradiar evangélicamente el amor de Dios, nuestro Padre, a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Seamos, en estos momentos de nuestra historia concreta, hombres de comunión, verdaderos pacificadores. Busquemos aquello que une y desterremos todo lo que enfrenta.

Y que la memoria y el dulce consuelo de Santa María, Virgen de la Merced, patrona de la archidiócesis de Barcelona, nos lleven a la plena comunión de amor y de vida, con el Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo.

Barcelona, 24 de septiembre de 2018

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