Por una energía asequible y no contaminante

En septiembre de 2015, los países del mundo adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que son una guía para la agenda 2030 de la ONU. Concretamente, el séptimo de estos objetivos es el de garantizar el acceso a una energía limpia, fiable y asequible para todos, ya que “en el mundo existe un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables” (Laudato Si’, n.26)
Desde su creación, el ser humano ha estado vinculado a la energía para satisfacer sus necesidades primarias. A lo largo del tiempo, las necesidades del hombre han ido aumentando progresivamente. Las necesidades que tenían los pueblos primitivos no son las mismas que tiene la sociedad actual. Hoy tenemos muchas más, porque nos hemos creado nuevas necesidades, que antes no existían. Estamos en un momento de la historia en el que la humanidad ha llegado a niveles tales de necesidad energética que no podrá subsistir sin el consumo masivo de energía que tiene, ya que las necesidades energéticas están en función, en gran medida, de la cantidad de población y del desarrollo tecnológico de la sociedad.
Obviamente, este enorme consumo de energía plantea diferentes problemas graves, de los cuales solo mencionaré dos aquí: la provisión de energía y la agresión al medio ambiente que provoca. Sólo hace falta observar cómo la humanidad ha pasado de una media de gasto diario de energía de 6.000 Kcal/persona en la Prehistoria a consumir energéticamente 29.000 al s.XV, y 370.000 en el s.XXI. Es decir, ahora consumimos 60 veces más energía/persona que en la Prehistoria.
Ciertamente, el gran impulso energético se dio con la Revolución Industrial. En el s.XIX aparecieron cuatro innovaciones tecnológicas, que hicieron aumentar significativamente el consumo energético: la electricidad, la máquina y la turbina de vapor, y el motor de explosión. Consecuentemente, los nuevos avances tecnológicos hicieron aparecer nuevas fuentes de energía (algunas ya conocidas, pero no utilizadas) como el carbón y el petróleo, y (otras totalmente nuevas) como la energía nuclear en el s. XX.
Aun así, existen diferentes tipos de energía, no toda energía es útil para producir trabajo y dar un suministro regular y constante. Podríamos clasificar las fuentes de energía de diferentes maneras, pero si tenemos en cuenta sus implicaciones económicas y medioambientales, haré la clasificación según sean energías renovables (es decir, aquellas que se producen continuamente y no se agotan) o no renovables. En la naturaleza encontramos energías renovables como la hidráulica, la solar, la eólica, la mareomotriz y la de biomasa. Pero, aún seguimos consumiendo enormes cantidades de energía no renovable (un 75% del total), sobretodo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) y de energía nuclear.
Evidentemente, toda actividad humana comporta una modificación del medio ambiente; y alterar el orden de la naturaleza siempre tiene consecuencias negativas. Por tanto, lo ideal sería, por un lado, escoger energías asequibles económicamente, para que las clases sociales con menos poder adquisitivo puedan satisfacer dignamente las principales necesidades energéticas que comporta su nivel de vida; y, por otro lado, elegir energías renovables, porque el impacto ambiental –consecuencia de su provisión y producción– sea el mínimo posible.
Evidentemente, el nivel de vida está asociado con el modelo de sociedad que se tenga. Consecuentemente, como advertía el papa Benedicto XVI, “la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana” (Caritas in Veritate, n.51). Así, pues, el modelo de sociedad que impera en nuestro mundo es el de la sociedad occidental, en la que se da una desigual distribución de la población y de los recursos energéticos, así como un consumismo extremo y selectivo (LS, n.50). Entonces, hemos de ser realistas y asumir que la elección de este modelo de sociedad es, prácticamente, irreversible, ya que la cantidad de seres humanos que pueblan la Tierra hoy, sobretodo en las megaciudades, no podrían vivir sin un gran consumo energético. Hoy en día, la energía ha dejado de ser importante para la sociedad y ha pasado a ser imprescindible. Estamos acostumbrados a estilos de vida inducidos por una mal entendida cultura del bienestar o, como bien observa el papa Francisco, por un “deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.” (LS, n.123).
En efecto, prácticamente todos los materiales que consumimos y todas las actividades que realizamos tienen un consumo energético con implicaciones ambientales. Por tanto, es necesario reconocer que, mientras no se reduzca el consumo energético y las emisiones de gases contaminantes mediante una transición a fuentes de energía renovables, y se incremente la eficiencia energética (cfr. LS nn 26, 165 y 172), la humanidad seguirá consumiendo energía masivamente y, como consecuencia, seguirá contaminando el planeta. Ahora bien, todo tiene un límite. El límite está en garantizar la supervivencia de la humanidad.
Es necesario buscar un equilibrio entre el consumo energético y la contaminación, estableciendo un control sobre el primero y una limitación de la segunda (cfr. LS, n.180). Pienso que, como dice el papa Francisco, es urgente “adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de energías no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar” (LS, n.22). Hoy en día, hablamos mucho de derechos: todo el mundo reivindica sus derechos y, entonces, exige unos nuevos, reclamando tener derecho a… pero olvidando frecuentemente que también tenemos deberes: “El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad.” (LS, n.95). Por tanto, la responsabilidad de custodiar y cuidar nuestra casa común es de todos. ¿A qué esperamos?