Dignificar a las personas excluidas

Mons. Javier Vilanova, obispo auxiliar de Barcelona, visita la obra social Santa Lluïsa de Marillac

Son las once de la mañana y el comedor de esta obra social emblemática de la Barceloneta, que hace más de un año hubiera estado lleno de gente desayunando, ahora permanece silencioso, la comida se sigue sirviendo a un centenar de personas pero debido a la Covid, deben llevársela en una bolsa. Esta fue una iniciativa pionera de sor Genoveva Masip, hija de la caridad de San Vicente de Paúl, que hace más de 30 años pensó que esta era una buena manera de charlar y conocer la gente sin recursos que llamaba a sus puertas. El obispo Javier Vilanova, siguiendo su recorrido por la riqueza de entidades sociales que existe en la archidiócesis de Barcelona, pudo conocer de primera mano, la obra social santa Luisa de Marillach, que cuenta con treinta trabajadores y un centenar de voluntarios. Su misión es establecer vínculos con los que viven y duermen en la calle, acoger gente convaleciente en su casa cerca del mar, acompañar y proporcionar pisos de inserción social, etc.

«La acción social de la compañía de las Hijas de la Caridad permanence atenta para descubrir las nuevas formas de pobreza y conocer sus causas para generar respuesta», comenta la religiosa Núria Andreu, mientras hacemos una visita por las instalaciones, acompañados por Laura García, directora de la obra social y el franciscano José Ribalta, miembro del Secretariado de marginación. La actual pandemia ha supuesto un nuevo escollo que impide el trato más cercano con el necesitado. Han tenido que recurrir a la imaginación y han prestado soporte telefónico, también se ha rejuvenecido el voluntariado y han hecho clases de refuerzo de forma individual al aire libre paseando por el frente marítimo. El obispo Javier sigue el recorrido por las instalaciones con interés saludando a los hombres residentes, muchos de ellos extranjeros, enfermos que han salido del hospital y necesitan recuperarse. Comenta cuán confortable es el edificio, las habitaciones tienen mucha luz, aulas para talleres e incluso una terraza para tomar el sol y respirar aire de mar. Habla con Happy, un camerunés, y le llama la atención una gran y bonita cruz que lleva colgada en su cuello, y él le responde que es un regalo de su bautizo hace cuatro años en Sant’Egidio y que siempre la lleva con él.

El obispo Javier también tiene ocasión de hablar con otras religiosas, la mayoría ancianas a las que agradece su plena y larga dedicación como es el caso de Pilar de 98 años, que ha conocido varias generaciones del barrio de la Barceloneta, desde que llegó a Barcelona con solo 21 años para dedicar su vida a los demás.

Rosalia Rendú, espacio de vínculos

De los muchos proyectos que llevan a cabo las Hijas de la Caridad, el espacio Rosalia Rendú define muy bien su voluntad de atender al más desvalido. Cada noche salen parejas de voluntarios para establecer vínculos con las personas que viven y duermen en la calle desde hace años. «Se trata de establecer una relación de confianza, les ofrecemos un espacio para pernoctar durante algún tiempo. La mayoría tiene problemas psiquiátricos y de salud, y por eso es importante estar cerca de ellos y ayudarles en lo que necesitan en cada momento «, explica Laura Garcia.

Glòria Carrizosa Servitje
Secretariado de Marginación del Arzobispado de Barcelona

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