La revolución de la sostenibilidad

La crisis medioambiental en los últimos decenios se ha ido agravando, provocando la inquietud en la opinión pública y concienciando a muchos ciudadanos. Cada vez es más evidente que la acción humana está amenazando la sostenibilidad del ecosistema, y poniendo en peligro nuestra misma existencia. Cómo dice Josep M. Mallarach: “Nos ha tocado vivir en una época en la cual la crisis ecológica ha logrado proporciones globales, donde la aniquilación de innumerables especies de plantas y animales de todo tipo, continúa sin freno, en un holocausto sin precedentes. Es una época donde el sufrimiento creado por la avidez humana se extiende a todos los ámbitos de la Tierra, se esparce como un cáncer por los continentes, los cascos polares y los mares, corrompiendo el aire, el agua, los suelos, y creando sufrimientos inimaginables a innumerables seres vivientes, desplazados por conflictos, explotaciones, guerras, cambios de clima…” por eso nos hace falta que cambiemos nuestro sistema de vida, nuestra manera de pensar, y de actuar para parar la actual crisis ecológica.
Hoy la ecología se presenta como una ciencia transversal que cumple el objetivo de interrelacionar la naturaleza desde las expresiones más ínfimas hasta los organismos más complejas con todo. Es por eso que en los últimos años ha aparecido una variedad de expresiones holísticas de las relaciones del hombre con la naturaleza y con todo el cosmos.
Con esta visión verdaderamente holística, y globalizando, comprenderemos mejor el medio ambiente y la manera de tratarlo con respeto (ecología ambiental). Entenderemos las dimensiones de la sociedad que tiene que ser sostenible y ser expresión de convivencia entre todos los seres humanos, y todos los seres vivos (ecología social). Superaremos nuestro antropocentrismo a favor del cosmocentrismo, y cultivaremos una intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza dentro de nosotros, y la presencia de las energías espirituales que están en nosotros, y que actúan desde el principio en la formación del universo (ecología mental). Y, finalmente, llegaremos a captar la importancia de integrarlo todo, de construir puentes por todas las partes y, de entender el universo, la tierra y cada cual de nosotros como un entrelazado de relaciones orientado a todas las direcciones (ecología integral).
La encíclica Laudato si’, del papa Francisco, representa la primera vez que un papa trata en profundidad el tema de la ecología. Dándole una dimensión de totalidad que ayuda a poner en evidencia que la ecología no es cuestión de “pequeños estanques” sino que únicamente la humanidad garantizará la pervivencia y la sostenibilidad que asume el trabajo ecológico integralmente, o sea de forma completa.
Santa Clara de Asís (1193-1253) es una de las figuras femeninas más grandes de la historia, fundadora de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara (Clarisas), y fue la única que escribió una Regla, una Regla escrita por una mujer y para mujeres, aunque quedó oculta a la sombra de San Francisco, durante ocho siglos. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿qué puede aportar esta mujer sobre un tema tanto actual y tan importante como es el de la ecología?
Ella vivió, enseñó y transmitió su “Forma de Vida”, que no es nada más que una forma de vivir la comunión y la fraternidad desde una ecoprofunditat reflejada en las relaciones con todo aquello creado, con la obra de Dios. El carácter, decidido y libre de Clara, le permite restar abierta hacia la Creación, espejo de su Creador. Apertura y libertad que desde la contemplación abren su coro a la admiración, y a la alabanza de la belleza de todo aquello creado. Apertura, libertad, admiración, alabanza y respeto será el pequeño decálogo de santa Clara en el momento de establecer relaciones interpersonales, tanto con las hermanas de la fraternidad, como con los hermanos y con la Creación.
Clara invita a las hermanas a mirar, con la atención de quien sabe captar la belleza, la armonía y la vida de las cosas creadas: «cuando enviaba fuera del monasterio las hermanas serviciales, las exhortaba a alabar Dios cada vez que vieran árboles bellos, floridos y frondosos; y quería que hicieran lo mismo al ver personas y otras criaturas, a fin de que Dios fuera alabado en todo y por todo» (ProCl 14,9). Ella sabe descubrir la belleza y la bondad, antes que la utilidad. Como afirma el papa Francisco: «Prestar atención a la belleza y quererla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista» (LS 215). Esta dimensión no utilitarista de la vivencia de la creación hace descubrir a santa Clara que los seres humanos son parte integrante de la obra de Dios, y que de ninguna forma son los señores y dominadores del mundo. El ruego de Clara, a las hermanas que han hecho algún servicio fuera del convento, es un eco clarísimo del Cántico de las Criaturas, y expresión del alma franciscana de Clara y de su estimación por la naturaleza. El Cántico de las Criaturas es una bella y armoniosa sinfonía a todo lo creado, es la letra del sueño divino de fraternidad universal, que se vive ejemplarmente en San Damián.
Clara se siente criatura, sentimiento que provoca en su coro una constante acción de gracias, «Señor, seáis bendito porque me habéis creado». Al mismo tiempo que criatura, Clara siente el llamamiento urgente a una misión muy concreta que es la de cooperar en la obra de Dios. El trabajo es para ella una gracia recibida del Señor: «las hermanas a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, que lo hagan… con fidelidad y devoción, en un trabajo honesto y de utilidad común» (RegCl 7,1). Esta concepción del trabajo contrasta fuertemente con la lógica economista de hoy, en la cual el trabajo se ha visto reducido a una mera mercancía, concepción que se aleja, y mucho, de la realización personal. Esta dimensión de la vida humana ha quedado sin ninguna relación directa con el bien común. Clara de Asís afirma que el trabajo es gracia, a la vez que servicio para el bien de las hermanas y hermanos, y como respuesta generosa al Creador. Trabajando con las propias manos, y con trabajos humildes y sencillos, Clara se identifica como servidora y se descubre como hermana universal por esta colaboración con la obra creadora de Dios.
En el capítulo VIII de la Regla, Clara concreta cómo tiene que ser la relación con las cosas creadas: «que las hermanas no se apropien nada; ni casa, ni lugar, ni ninguna cosa; y que, como peregrinas y forasteras en este mundo, sirvan el Señor en pobreza y humildad» (RegCl 8,1). El peregrino, para hacer su camino, lleva lo esencial; no puede de ninguna forma acumular, puesto que el camino sería cada vez más pesado, hasta llegar a poder lograr la meta. El peregrino tiene la capacidad de recibirlo todo como un regalo; por lo tanto, su actitud natural es de agradecimiento. La persona forastera es un huésped, que está de paso, no puede apropiarse nada, no tiene derechos y no disfruta de privilegios, sino que confía en la generosidad humana y en la providencia de Dios.
Clara pobre «recibía con gran satisfacción las limosnas misérrimas y los pedazos de pan seco que le captaban los hermanos limosneros y saltaba de alegría cuando era seco y a trozos» (LegCl 14). Clara tiene una respuesta de gratitud y reconocimiento por todo el que le es dado, actitud condicionada por la sobriedad de vida que pone de manifiesto la distancia insalvable que hay entre la mentalidad consumista y la de «la cultura del rechazo», que tanto condiciona nuestra manera de relacionarnos con las personas y con la creación.
Los pedazos de pan, despreciados en la mesa de los ricos, se convierten para ella en motivo de alegría. Clara sabe descubrir el don del pedazo de pan dado por amor como limosna; detrás este pedazo de pan se hace patente la bondad del Donador. No pide más y no ambiciona aquello superfluo: tiene bastante con aquello necesario, se contenta con aquello suficiente, consciente que «el alimento que se derrocha es cómo si se robara de la tabla del pobre».
Clara nunca usa los bienes de la creación en función de su capricho, sino que los acoge como un don, recibiéndolos en función de la vida y de sus necesidades, pero sin apropiárselos. La renuncia a toda propiedad (con la excepción del convento), es una forma de proclamar el destino universal de los bienes y de denunciar la acumulación y la posesión egoísta que impide la fraternidad al establecer diferencias y jerarquías que privilegian unas personas y marginan, o incluso excluyen, a muchos otros.
Santa Clara consideraba aquello superfluo como un robo a los pobres; por eso, en sus escritos, hay un constante llamamiento a la observación de la pobreza, a tener sólo aquello necesario y a compartir con todo el mundo. Recordando uno de los testigos que habla en el Proceso de Canonización, refiriéndose a la venta de sus bienes, afirma que los parientes de santa Clara querían dar más dinero que nadie para garantizar así la integridad del patrimonio familiar, pero que ella no quiso vender nada a su familia, sino a otros y de este modo dar oportunidad a otras personas para salir adelante y también «para no defraudar a los pobres», se dice literalmente en el texto. Lo que recibió de la venta, lo distribuyó a los pobres.
No se encuentra en los escritos de Clara ninguna referencia explícita de su amor hacia los animales. Pero es fácil imaginar que la discípula fiel de Francisco, e inseparable compañera en el proyecto de vida común, hubiera compartido esta dimensión espiritual de la identidad franciscana. Es difícil de entender porque no ha revelado tal sensibilidad en sus escritos, privándonos así de un testigo que, en la actualidad, sería muy importante para nosotros. En las hagiografías de Clara solo encontramos una breve referencia, en el Proceso de Canonización, de un testigo que hace referencia al respeto y valoración de las criaturas como signo visible de su Creador. Es el relato de Clara y la gata de San Damián: «declaró también la testigo que una vez madona Clara no podía quitarse de la cama por su dolencia y quería que le llevaran un manto y en aquel momento allí no había nadie que le pudiera llevar. He aquí que una gatita que tenían en el monasterio empezó a estirar el manto y lo arrastraba, esforzándose tanto como podía. Y entonces madona Clara riñó a la gatita diciéndole: “Mala, tú no lo puedes llevar. ¿Por qué lo arrastras por tierra?” Y la gata, como si lo hubiera comprendido, empezó a enrollar el manto para que no frotara el suelo» (ProCl 9,8).
A nosotros, que leemos este episodio desprendido de tantos años, nos queda claro que Clara muestra tener con la gatita una gentil familiaridad y, como dice la testigo, «la gata que había en el monasterio», quiere decir que circulaba de manera habitual por el claustro de San Damián y por los diversos aposentos del convento.
La eco espiritualidad no es una nueva ciencia teològico-espiritual que se limita a hablar sobre Dios y su acción o presencia en la creación. Con la noción de eco espiritualidad queremos expresar una forma nueva, que no original, de la relación de la persona con la naturaleza-creación para ser lugar privilegiado de la revelación de Dios. Cuando vivimos la espiritualidad, abriendo corazón y mente en la dimensión ecológica, descubrimos las necesidades de la Madre Tierra, necesidades del planeta, y somos capaces de establecer una profunda comunión con el cosmos. Comunión y fraternidad indispensable para que tierra y cosmos sean habitados por Dios. Tierra y Cosmos son reflejo del amor de Dios, Padre Creador, por su criatura: el hombre y la mujer.
La originalidad de la propuesta de Clara se manifiesta, de manera especial, en la síntesis personal que hace entre el seguimiento y la contemplación. Sobre todo su creatividad femenina se desarrolla extraordinariamente cuando, hablando de la contemplación a Inés de Bohemia, la inscribe dentro de la dinámica del seguimiento. La santa de Asís emplea la imagen del espejo, aplicada a la contemplación de Cristo Pobre y Crucificado —imagen y experiencia espiritual propias de la espiritualidad franciscana/clariana— y que le sirve para explicar y hacer vivir plenamente la contemplación como experiencia espiritual que tiene que guiar el resto de opciones en la vida, y en las relaciones.
Clara nos enseña un método, o un itinerario contemplativo muy sencillo; se resume en cuatro palabras: mirar, considerar, contemplar y transformar.
MIRAR – El mirar contemplativo al cual invita Clara implícitamente exige una opción por dama pobreza. Mirar la pobreza de hito en hito en este espejo de Cristo desvela en el alma que contempla la solidaridad. Cuando Clara nos invita a mirar hace un toque de alerta para compartir la misma experiencia de vida con todo ser que convive con nosotros. Desde la perspectiva ecológica, compartir la misma experiencia equivale a compartir el mismo medio y marco ambiental con Aquel que la ha creado.
CONSIDERAR – Clara invita a Inés a considerar la humildad de Cristo. La humildad vivida desde esta dimensión evangélica lleva a compartir la vida estableciendo el necesario y perfecto equilibrio con toda la creación. Si logramos la experiencia personal de sentirnos criaturas humildes y pobres será mucho más fácil entendernos como hermanas y hermanos de todo el que ha sido creado por Dios para disfrutar del alma humana.
CONTEMPLAR – es ver con otros ojos, sentir de otro modo, percibir lo que el simple análisis no es capaz de decir. Contemplar es ver con los ojos del corazón, pero del corazón de Dios, que es compasivo y misericordioso. Es querer a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Él. Invita a mirar la Creación, a contemplarla con los ojos del propio Creador.
TRANSFORMAR – Clara da un paso cualitativo fusionando vida y contemplación. No basta con la capacidad sensorial de mirar o la actividad intelectual de considerar ni siquiera con la contemplación profunda del coro, es necesario concretar la espiritualidad en la vida. La transformación tiene que ser radical; empieza en nosotros y se hace extensiva a toda la realidad, sociológica, humana, ecológica…
La contemplación según santa Clara abraza toda la persona: sentidos, deseos, mente y corazón formando un todo único que desencadena y lleva a cabo el proceso contemplativo. Sin la participación del cuerpo, sin la mirada sobre la realidad, sin la relación sensible con el resto de personas y criaturas del universo, la contemplación sería una experiencia alienada o se convertiría en angélica, imposible para los seres humanos. Sin la participación de la mente, la visión de la realidad es ingenua y superficial. Pero la contemplación va más allá de los sentidos y de la mente. Hace ver con otros ojos, sentir de una forma diferente, percibir lo que los fríos análisis no consiguen expresar.
Clara de Asís vivió con simplicidad una vida sencilla, simplemente con aquello necesario. La simplicidad es garante de la sostenibilidad de nuestro planeta, rico en energías y recursos, pero a su vez limitado. La simplicidad nos despierta un vivir de acuerdo con nuestras necesidades básicas. Si todas y todos siguiéramos este ejemplo, la tierra sería suficientemente rica y generosa para todos e incluso disfrutaríamos de una discreta abundancia.
Clara nos invita a hacer la revolución de la sostenibilidad, a vivir un estilo de vida ecológicamente sostenible fundamentado en las relaciones de cooperación en todas las actividades, en todos los momentos y con todos los seres creados por Dios, Padre de las Misericordias. A simplificar nuestro estilo de vida, que supone el uso respetuoso de todo el que necesitamos y la disposición a reciclarlo cuando haya cumplido su función.
Con espíritu de apertura, de libertad, de admiración, de alabanza, lo creado se transforma en manifestación del Creador y todo puede transformarse en oración ante el Creador, como nos exhorta santa Clara: «a alabar Dios cada vez que vieran árboles bellos, floridos y frondosos; y quería que hicieran el mismo al ver los hombres y las otras criaturas, a fin de que Dios fuera alabado en todo y por todo» (ProCl 14,9).