El cuidado de los vecinos y de las comunidades

La pandemia ha colocado en el primer plano de la actualidad la necesidad de la cura. Esta palabra en catalán aglutina dos significados, que en inglés están muy diferenciados: «cure» (curar) y «care» (cuidar). Esta distinción puede tener importantes repercusiones en el mundo sanitario, según la cual la medicina cura y la enfermería cuida. Sin entrar en la polémica de contraponer estos dos polos, se suficientemente clara la primera acepción de la palabra «cura» en el DIEC: «Atención a velar por el bien o por el buen estado de alguien o de algo». La segunda acepción: «Atención que se tiene por un enfermo, tratamiento especial que se hace para conseguir la curación», la tenemos presente, pero no es prioritaria en esta reflexión. El papa Francisco tituló el mensaje para la LIV Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 2021: «La cultura de la cura como camino de paz”.
Cuando Jesús cura la hija de Jairo, todos quedan sorprendidos y no saben situarse. Jesús va más allá y dice a los padres que den de comer a la muchacha. Es decir, que la cuiden, que velen por ella, que estén atentos a sus necesidades, que le proporcionen protección y atenciones pertinentes… Jesús, antes de la multiplicación de los panes, se compadece del gran gentío que lo rodea. Brota de su interior un sentimiento de ternura, de meterse en la piel del otro, y cura los enfermos, pero no se para aquí. Piensa que no podrán ir a comprar alimentos, puesto que están en un descampado, y dice a sus discípulos que les den de comer. No hay dinero, pero un joven comparte los cinco panes y dos peces que lleva. Poner en común los propios bienes obra el resto. La economía funciona cuando está impulsada por la fraternidad. Jesús invita a los suyos a que se cuiden del gran gentío, que no se desentiendan por criterios técnicos o por carencia de logística. Maria, en las bodas de Caná, está atenta a que se ha acabado el vino. Se cuida de que los esposos no tengan que avergonzarse en un día tan especial.
Tenemos muchas imágenes de una sociedad crispada. Vemos sesiones parlamentarias basadas en la agresividad y la descalificación. Los signos de violencia son constantes, como lo son las luchas de poder y los intereses individualistas en detrimento del bien común. Se debilita una clase social que hace de puente y la polarización queda asegurada. El eco mediático a menudo se aleja de la verdad, es servil a grupos inconfesables y busca la audiencia fácil. Existe, pero, mucha más gente que se cuida de los vecinos, de los compañeros o compañeras de trabajo, de los familiares… Estas personas superan la tendencia individualista y egocéntrica. Miran el mundo con ternura, están atentos a las necesidades ajenas, curan con amor las heridas en las relacionas desde el voluntariado o desde una vida sencilla y cotidiana. Actúan sin violencia para sensibilizar sobre el drama de algunos desahucios y pararlos, si es posible. Dedican algunas horas semanales a trabajar en beneficio de una asociación o dar algunos servicios, especialmente en los colectivos más vulnerables y necesitados. En estos tiempos difíciles, se comportan respetuosamente para evitar contagiar el coronavirus a través de comportamientos irresponsables. La vida es un don y adquiere su plenitud cuando se convierte en un don para los demás.
Muchas muestras de atención son casi imperceptibles. No esperan ningún reconocimiento. Encuentran un sentido profundo en aquello que están haciendo. Les sale del corazón, como centro de su interioridad más honda. La atención requiere una mirada compasiva y espolea una respuesta comprometida. Sin el aceite de la cura, el engranaje social rechina. Este cuidado se dirige principalmente a las personas, pero también se abre al entorno, a la ecología, a los espacios naturales y urbanos. El mundo será más habitable si nos ayudamos los unos a los otros, si tenemos cura los unos de los otros. El cuidado es uno de los elementos más sustanciales del termómetro de nuestra vida humana y cristiana.