Sinodalidad y ecumenismo

El concepto y la realidad de la sinodalidad tienen un gran sentido ecuménico. Recordamos que proviene de hodos (camino) y syn (con), que quiere decir andar juntos. Hace 1900 años que se denomina Jesús como el camino y en los Hechos de los Apóstoles, el cristianismo es también el camino y los cristianos quienes pertenecen a este camino. El Concilio de Nicea (325) inicia una modalidad sinodal, reafirmada por San Juan Crisóstomo (347-404) que enseñó que Iglesia significa un camino común y que Iglesia y sínodo son sinónimos. La palabra sinodalidad es tan antigua como la de Iglesia.
En Oriente, entre las Iglesias Ortodoxas, el concepto y la realidad sinodal de corresponsabilidad se ha mantenido vivo, por ejemplo en el sínodo que acompaña a los obispos y patriarcas. En Occidente, sin negarlo, ni mucho menos, durante el segundo milenio se ha puesto a menudo el acento en primado romano, de forma que la conciliaridad se ejercerá sobre todo en los Concilios provinciales y en los ecuménicos.
A lo largo de los siglos, hasta hoy, se ha ido haciendo más hincapié en la jerarquía y menos en el laicado. A raíz de la Reforma, el protestantismo ha cambiado el concepto de ministerio episcopal y ha creado mediaciones más participativas, que no coinciden muy bien con el equilibrio clásico entre ministerio ordenado y sacerdocio de los fieles.
El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) ha ido recuperando el concepto de conciliaridad que prácticamente es idéntico al de sinodalidad. Parece, pues, que todas las Iglesias cristianas ecuménicas están recuperando y poniendo al día la tradicional y secular identificación entre Iglesia y sinodalidad. Es una ganancia que tiene y tendrá muy buenas consecuencias.
El Secretariado de Ecumenismo de Barcelona el día 5 de abril, invitó a los evangélicos de la Archidiócesis a un encuentro, con espíritu sinodal (de andar juntos), a fin de aportar su opinión sobre dónde estábamos en el camino ecuménico y qué podíamos hacer juntos para mejorarlo. Fue un hecho inédito, innovador y provechoso, que en sí mismo hace progresar la concilaridad.