Reconstruir el cuerpo de Cristo (y 2)

 

Como decíamos hace unes semanas, la pandemia global que estamos padeciendo, calificada como una de las peores crisis desde la 2ª Guerra Mundial, nos está mostrando con toda su crudeza, como en un espejo, las consecuencias de dinámicas económicas y políticas perniciosas, que han herido nuestras sociedades y nuestro mundo, dejándolos enfermos de desigualdad, violencia y degradación de nuestro hábitat natural. La caída del Muro de Berlín (1989) y el final de la Guerra Fría lejos de crear un orden mundial más democrático, justo, plural y sostenible han acentuado las desigualdades no solo en los países del Sur sino también en el mundo desarrollado, poniendo de manifiesto las deficiencias estructurales de los diversos países y también de la Unión Europea. Y han favorecido la acumulación de riqueza cada vez en menos manos, en unas élites económicas y políticas mundiales que no tienen en cuenta las necesidades reales de las personas y de los pueblos. La pobreza de muchos continúa siendo el resultado del acaparamiento de unos pocos. Resaltábamos en el anterior escrito que si habíamos entrado en esta crisis de alcance planetario divididos, pensando cada país en sus propios intereses, este confinamiento debería hacernos conscientes que solo podemos tener alguna salida en un mundo más integrado y, por tanto, menos desigual. Solo una gobernanza global que ponga las bases de un modelo más justo, respetuoso del Bien común y el medio ambiente y que integre las poblaciones y los estratos sociales más vulnerables, poniendo la tecnología al servicio de otro tipo de progreso, puede hacernos avanzar como humanidad.

La interdependencia nos obliga a pensar en un mundo único, en un proyecto común. Las heridas de la desigualdad son heridas de fraternidad que nos llaman a cuidar los unos de los otros. La DSE nos habla de un desarrollo humano integral que tiene en cuenta los diferentes ámbitos de la existencia humana y la necesidad de hablar hoy de la Casa Común. Ayudar a edificarla, discerniendo cada uno su lugar, es ayudar a reconstruir el maltrecho Cuerpo de Cristo.

¿Basta con un modo de actuar glocal?

El confinamiento simultáneo de 3000 millones de persones en todo el planeta nos ha ayudado a tomar conciencia de que vivimos en un solo mundo y necesitamos, para vivir, y también para convivir con la diversidad, una nueva conciencia global. Porque lo que les pasa a las persones que viven en una parte del planeta tiene consecuencias para los que están en las antípodas; y nuestros actos, buenos o malos, afectan al resto de seres vivos y a toda la creación. Por eso, nuestras opciones y decisiones personales, y también las comunitarias en el ámbito de la política, la economía y en el mundo de la cultura tienen su incidencia global, y por tanto, como no vivimos en abstracto, sino en lo concreto, es necesario actuar localmente pero sin perder de vista nuestra incidencia global (modo de actuar glocal). Pero no basta con ello: al mismo tiempo, aquellos que ostentan algún poder de decisión en el ámbito global, han de decidir teniendo en cuenta la repercusión de los distintos territorios concretos. Todos somos responsables de todos.

Aportaciones de la Doctrina Social de la Iglesia al Pensamiento Social

La DSE tiene que decir en este mundo tan convulso; puede ofrecer al Pensamiento social una seria de aportaciones:

  1. Legitima la idea de la igualdad (todos, hijos e hijas de un mismo Padre-Madre Dios y hermanos-hermanas los unos de los otros.)
  2. Desarrolla la idea de la dignidad humana: todos los seres humanos son merecedores de respeto, pues han sido creados a imagen y semejanza de Dios. El desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la Sociedad se condicionan mutuamente.
  3. Parte de una libertad que, como ejercicio de relaciones en las que se da y se recibe, resulta comunitaria, pues solo puede encontrar realización plena en la dimensión social y no puede prescindir de la igualdad y la justicia.

Desigualdades y Bien común

Respecto al tema de las desigualdades, adquiere un relieve especial una de las categorías de ética social de la DSI que tiene su origen en las Sagradas Escrituras y que ha sido construida a lo largo de los siglos, la de Bien Común, fundamento del orden socio-político. Se puede definir como el bien de las persones en tanto en cuanto están abiertas a realizar en común un proyecto unificador que beneficia a todos, sin discriminaciones, es decir, es el bien de la Comunidad. Esto abarca a todo ser humano y a todos los seres humanos (es integral).

Principios éticos a tener en cuenta

Cada respuesta histórica de la DSI usa unos Principios éticos que se enraízan en la tradición bíblica y que han mantenido su vigencia a lo largo de los siglos, enriquecidos con la reflexión y la praxis. Nos pueden también iluminar hoy. Así:

  1. La primacía de cada ser humano en virtud de la dignidad de toda persona humana. Las estructures sociales y las Instituciones solo tienen razón de ser en la medida que se orientan al desarrollo integral y solidario de cada ser humano, que es “autor, centro y finalidad de toda vida económico-social” (Gaudium et Spes 63). La dignidad de la persona humana está en la raíz de todos sus derechos y deberes.
  1. Los principios de solidaridad y subsidiaridad, que emanan de la dignidad de la persona y han de ir unidos. La solidaridad hacer referencia a la consecución del Bien común, es decir, el bien de todos y cada uno, para que “todos seamos responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis 38). La solidaridad nos hace ver al otro (persona, pueblo, nación) con un semejante nuestro. Es una virtud personal y social capaz de crear energías y condiciones para la Justicia social. La solidaridad, nacional e internacional, se ha configurado como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política (Centesimus Annus 10). La subsidiaridad completa la solidaridad, impidiendo que los individuos y los grupos intermedios pierdan la autonomía. Es el antídoto contra toda forma de asistencialismo paternalista. Favorece la capacidad creativa del individuo y del cuerpo social. La subsidiaridad sin solidaridad acaba siendo particularismo social; la solidaridad sin subsidiaridad acaba siendo asistencialismo que humilla al necesitado (Caritas in Veritate 58).
  1. El derecho-deber de participación democrática, fundamentado en la igualdad de todos los seres humanos. La democracia es vista como el sistema político que mejor garantiza la participación, no solo política, sino también económica y cultural de todos los ciudadanos. Esto se refiere tanto a las persones como a los pueblos (Sollicitudo Rei Socialis 33). “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia en la medida que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernantes la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien substituirlos oportunamente de manera pacífica.” (Centesimus Annus 46).
  1. La primacía del Trabajo sobre el capital: la DSI considera el trabajo como la clave de la correcta interpretación del problema social. El trabajo hace al ser humano creador y legítimo consumidor de los bienes producidos; es intrínsecamente perverso explotar al trabajador en beneficio del capital. “Mediante su trabajo, el hombre se compromete no solo a favor suyo, sino a favor de los demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros” (Centesimus Annus 43). “El problema clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado (…). Esta remuneración puede hacerse o bien mediante el llamado salario familiar (…), o bien mediante otras ayudas sociales como los subsidios familiares o prestaciones a la madre que se dedica exclusivamente a la familia prestaciones que han de corresponder a sus necesidades efectivas” (…) Es decir, un salario que reconozca la dignidad humana y el bien común. La DSI ha proclamado, desde sus inicios “el derecho de los trabajadores para asociarse en sindicatos para la defensa de sus intereses vitales” (Laborem Exercens20). “La empresa no puede considerarse solo como una “sociedad de capitales”; es, al mismo tiempo, una “sociedad de persones”, en la que entran a formar parte de manera diferente y con responsabilidades específicas de aquellos que aportan el capital necesario para su actividad y a los que colaboran con su Trabajo” (Centesimus Annus 42).
  1. El destino universal de los bienes y la función social de la propiedad: todos los bienes del universo son de todos los seres humanos porque son creación y don del Creador y Padre común de todos los hombres y todos los pueblos. El derecho de la propiedad privada no es un derecho absoluto: está subordinado al destino universal de los bienes. Cuando se utiliza para concentrar y acaparar bienes en manos de unos pocos, crea injusticias y viola el derecho fundamental a una vida digna (Gaudium et Spes 69).
  1. La opción preferencial por los pobres: la DSI tiene como objetivo último defender los derechos y la vida de los pobres. La solidaridad con ellos (y la de los pobres entre sí) es signo de la fidelidad y coherencia de los cristianos y de toda la Iglesia con el Evangelio de Jesús. No se puede olvidar la realidad de los pobres y excluidos (Sollicitudo Rei Socialis 42); llegar a ellos es una forma de testimoniar la universalidad del Amor de Dios. La opción preferencial por los pobres ha de traducirse en una praxis coherente, en un servicio. Se transforma así en “una opción preferencial para los pobres contra la pobreza” y en optar por la Justicia social.

Y más recientemente el Papa Francisco nos habla insistentemente de:

  1. La conversión a un ecologismo integral: en la Laudato Si se analizan y denuncian los graves problemas ecológicos causados por la actuación humana y se hace un llamamiento a respetar y proteger la naturaleza, a contemplarla y a quererla, a administrarla en beneficio de toda la humanidad y a preservarla para las generaciones futuras. A destacar la reflexión sobre las raíces de la crisis ecológica en la que vivimos y que se encuentran en la crisis cultural y espiritual que vive la humanidad. Nos hace tomar conciencia de que la destrucción del medio ambiente tiene las mismas raíces morales profundes que generan pobreza, desigualdad y vulneración de los Derechos Humanos en el mundo. Se nos pide una conversión que ha de comportar pasar del “nosotros y la naturaleza” al “nosotros dentro de la naturaleza”. Y, `por tanto, tener una relación diferente con nuestro entorno: avanzar de una relación de explotación hacia una relación de protección y cuidado de la naturaleza como entidad vulnerable. El grito de los pobres y el grito de la tierra son un mismo grito (Laudato Si III, IV y VI).

Nos ha tocado vivir en un momento de gran trascendencia que nos pide poner en juego nuestra responsabilidad – que es siempre corresponsabilidad -, en los diferentes ámbitos donde se despliega nuestra existencia. La manera en que seamos capaces de afrontar lo que supone esta pandemia y lo que vendrá después definirá este momento de nuestra historia. Nos jugamos mucho.

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Dolors Oller

Doctora en Derecho, profesora de Moral Social en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona, miembro de Justicia y Paz y Cristianismo y Justicia.

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