Rafael Arnáiz Barón, el deseo de Dios

Vivo a ocho minutos del Monasterio Cisterciense de la Trapa de San Isidro de Dueñas en Palencia. Es el lugar donde vivió y murió el hermano Rafael Arnáiz Barón (1911-1938) a quien voy a dedicar esta breve semblanza. Nos asomamos a la vida de un santo de la actualidad bien conocido en estas tierras castellanas. Es el testimonio de un místico universal, de un enamorado de Dios. Cuando la capacidad de trascendencia se experimenta de forma plena surge la mística y se puede valorar el silencio. Impresiona su biografía y su espiritualidad que brindo a los lectores de este artículo para su conocimiento, admiración y reconocimiento. No en vano, el papa Benedicto XVI en la jornada mundial de la Juventud de 2009 le propuso como patrono de la juventud.
El deseo de Dios es un imperativo moral que Rafael se impuso a sí mismo en este camino de perfección. Un joven de 20 años que siguiendo la llamada de Dios encontró el verdadero amor en la vida escondida en Dios. “Voy Señor” es ponerse en movimiento, es salir, levantarse, buscar… es crecimiento interior en lo que hoy llamamos proceso. Cuando Rafael lo descubre, ni la enfermedad ni la muerte ni nada de este mundo, le puede parar.
Los que andamos enredados en la evangelización de los jóvenes sabemos que testimonios fuertes como el de este Santo atraen y enamoran; es la experiencia pura de amor o lo que hoy decimos “inteligencia espiritual”. Es experimentar la paz. Mística en estado puro. Sentir el alivio de la vida aceptando serenamente que nunca alcanzará el nivel competencial necesario para ser feliz. Conozco muchos jóvenes insatisfechos. Y siguen así con la ansiedad, la medicación o la inteligencia artificial de una vida vacía o puramente tecnológica. Y rellenan sus huecos sin acabar de satisfacer su vida. Conozco otros jóvenes que, como Rafael, buscan. Y quieren, con radicalidad absoluta realizar su personalidad. Aquí no valen los sucedáneos. Y lo hacen a los pies de la cruz de Cristo desde la propia enfermedad o de la cruz de los sufrientes de cada momento de la historia. “Feliz, feliz, mil veces soy feliz” “Sólo Dios”.
Rafael falleció en el monasterio a los 27 años por un coma diabético que en pocos días le desencadenó la muerte. Cuatro años de monje oblato con una mística desbordante y una intensa vida interior que dejó plasmada en sus escritos y en sus dibujos ungidos de arte y fina espiritualidad. Hay mucho escrito sobre este hombre de Dios. Más de 118 libros sobre él y su obra para profundizar en el significado de su santidad bien anclada en la experiencia más crudamente humana. En el año 2019, la editorial el Perpetuo Socorro editó un libro que recomiendo titulado “Vida y escritos de San Fray María Rafael Arnáiz Barón”.
Es imposible ofrecer una radiografía de la vida del hermano Rafael. He querido dar sólo unos brochazos desde mi vivencia personal. Cuando en las noches heladoras de invierno oigo tocar a maitines las campanas del monasterio de San Isidro, me reconforto en sus palabras: “Sólo Dios, sólo Dios”. Y casi me lo creo hasta que el “run run” de la vida moderna nos sacude y nos llena de inquietudes. Éste es su testimonio escondido. Una fuente inagotable de vida monástica que atrae y enamora. Invito a conocer a este hombre, mejor a vivir lo que él vivió. Conozco el testimonio directo de D. Aurelio Jiménez Fernández; es un enamorado del Hno. Rafael; ha curado a su mujer de una grave enfermedad y vive el lema “sólo Dios” como sentido de su vida… y de su matrimonio… Dios está presente en su vida gracias a que el hno. Rafael está presente en su vida… Oírle hablar de él es como oír un susurro divino. “Él siempre está ahí, en el silencio, en la sombra, en la oscuridad, en la enfermedad y más allá de la muerte”. Cuando de seminarista íbamos a la Trapa conversé en varias ocasiones con su hermano de sangre Luis Fernando. Vivió la última etapa de la vida en el monasterio y a pesar de ser cartujo, era de conversación cálida e incisiva. Hablaba de su hermano y rebajaba su santidad al terreno de lo más cotidiano. Su intención no era sino engrandecer la santidad de cualquier humilde bautizado o bautizada que, como dice el papa Francisco, “está en la puerta de al lado”. Y es verdad, necesitamos muchos más místicos a nuestro lado.