Nuevas formas de pareja y familia: ¿cómo interpelan a la Iglesia?

La raíz de los desafíos que vive la Iglesia en el tema del matrimonio y la pareja, hay que encontrarla ya en el proceso de la modernidad, con su fuerte acento sobre la libertad. Lo planteó de manera viva el Concilio Vaticano II (Gaudium te Spes parte II, jefe, 1.º). El Concilio hizo una opción decisiva; no define el matrimonio como una institución sino como “una comunidad de vida y de amor conyugal”. El amor personal, que antes ni siquiera entraba en la definición del matrimonio, ahora pasa a ser el núcleo y el eje del pensamiento eclesial, un amor lleno, total, indisoluble, abierto a la procreación y al bien social y eclesial.
Desde el Concilio, se han planteado y se han agudizado varios problemas: parejas de hecho sin haberse casado, casamiento civil entre los católicos, divorcio, segundas nupcias de personas divorciadas, parejas homosexuales; y a su lado, toda la problemática de la intervención artificial en el embarazo y en la regulación de la natalidad. Desde el Concilio, el Magisterio ha publicado tres documentos importantes sobre el tema: Humanae Vitae, de St. Pablo VI (1968), Familiaris Consortio, de St. Juan Pablo II (1981, después del Sínodo sobre la Familia del 1980), y Amoris Laetitia del Papa Francisco (2016, después de los Sínodos del 2014 y 2015). Hay que poner de relevo un hecho decisivo: ha ido emergiendo la necesidad de distinguir entre dimensión teológica, y dimensión pastoral. Junto al pensamiento teológico sobre el matrimonio, que ha ido profundizando las posiciones del Concilio, ha salido la necesidad de repensar la praxis pastoral de la Iglesia, es decir, cuál tiene que ser su trato respecto a aquellos que no piensan o no viven como ella propone.
La praxis pastoral de los últimos siglos se puede resumir así. El Nuevo Testamento subraya la indisolubilidad del matrimonio, y el rechazo del divorcio. De aquí ha salido una actitud pastoral: el rechazo y la condena de quienes se han divorciado, especialmente si han intentado un segundo matrimonio, a nivel civil. La vida conyugal con otra pareja es una situación objetiva de adulterio que excluye la vida eclesial; la Iglesia no los puede acoger en su sí.
Esta praxis, seguida durante siglos, tuvo un cambio sorprendente en el documento Familiaris Consortio de St. Juan Pablo II (FC 84). Los pastores tienen que procurar “que los divorciados que se han vuelto a casar no se consideren separados de la Iglesia”; esta los acoge de manera estable en la comunidad cristiana, y “como bautizados, los hace participantes de su vida”. Esto supuso un cambio radical en la actitud pastoral. El Papa Francisco, en el capítulo VIII de Amoris Laetitia (2016), asume el paso pastoral dado por Juan Pablo II y lo amplía a todas las personas que se encuentran en “situación irregular” (297). Se puede resumir su aportación en dos grandes acentos:
El primero es la mirada sobre los interesados. No se fija básicamente en su “situación objetiva de pecado”, sino que pone la atención en su situación personal subjetiva. Las decisiones humanas, también las de casarse o divorciarse, pueden estar influidas por muchas circunstancias de todo tipo, de forma que la culpabilidad subjetiva de los interesados, sólo Dios la puede juzgar. Por eso, “ya no es posible decir que todos quienes se encuentran en alguna situación así llamada “irregular”, viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.” (301).
El otro acento, complementario, es la mirada teológica, delicada y respetuosa de cada persona y de cada pareja. “… es posible que, en medio de una ocasión objetiva de pecado… se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar y también, se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad” (305). Ha cambiado la mirada cristiana pastoral de las personas que se encuentran en situaciones “objetivamente irregulares”: “corresponde a la Iglesia revelar la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudar a lograr la plenitud del designio que Dios tiene para ellos…” (297).
Haciendo un resumen, se puede decir que la Iglesia se hace cargo de los nuevos desafíos en el tema de pareja y matrimonio, por un lado proponiendo su pensamiento teológico alrededor de la categoría del amor conyugal, y por la otra, revisando su praxis pastoral, con una actitud abierta que acoge todo el mundo y lo acompaña hacia una vida cristiana más plena.