Las humanidades en una sociedad tecnológica

Vivimos en medio de un mundo tecnológico. La tecnología lo abarca todo. Las pequeñas tecnologías domésticas o personales iluminan a niños, jóvenes y adultos. En Occidente, todos tienen acceso al mundo de la tecnología. La tecnología ha supuesto una gran transformación (Karl Polanyi) que ha dado la vuelta a la comprensión del mundo y del ser humano. Parece como si la sociedad que se fundamentaba en todo aquello que tenía que ver con el sentido de las cosas y, naturalmente, del ser humano y de sus relaciones, hubiera desaparecido.
La sociedad, a través de sus políticas, quería transmitir el sentido del mundo y del ser humano, y se cuidaba de mostrar los vínculos culturales entre todas las generaciones y las grandes culturas clásicas (antiguas o no) a través del estudio de sus obras (literarias, históricas, filosóficas, teológicas, arquitectónicas, estéticas…). Hoy, algunos, declaran la inutilidad de las humanidades.
El mundo que teníamos delante de nosotros lentamente, se va derrumbando. A lo largo de los siglos, las humanidades han dejado ver la riqueza y la fuerza de las diferentes maneras de expresión (artística, literaria, religiosa, filosófica, arquitectónica…) que han permitido dotar de sentido el mundo que teníamos delante nuestro y que otorgaba continuidad a la imagen del mundo que transmitían. La imagen que los hombres y los pueblos se hacían del mundo, sólo cambiaba muy de tanto en cuando.
Ahora, pero, lo que resulta es la imposición, sin criterios éticos, de un mundo que irrumpe derribando el mundo que había. La tecnología no solo son herramientas o instrumentos. A menudo olvidamos que la tecnología es un sistema de vida, que lo abraza todo y que resulta imposible evitarlo. Pero es un sistema (y una manera de vivir, por tanto) que no puede llegar a dar sentido a la totalidad de la vida ni a la del ser humano.
El sentido a la vida, sólo puede provenir de las relaciones que tiene el ser humano hacia los otros, con la naturaleza y con el Absoluto. La tecnología, en tanto que sistema, no es neutro y todo lo que no entra dentro del abasto de la tecnología tiene a desaparecer. Por eso, es necesario tomar partido delante de lo que ofrece la tecnología. No todo es renunciable. Al menos, no hace falta renunciar a determinadas aportaciones de la tecnología. Pero, es necesario determinar, éticamente, sus límites y escoger lo que es más adecuado a la cultura y a la vida del ser humano y del espíritu que fortalece el ser humano. Si no queremos hacer de la vida nada, es necesario prestar atención a las humanidades.
Hemos de redescubrir a nuestros clásicos de todos los tiempos. Y se nos abrirá delante de nosotros un mundo de sentido, un mundo que permitirá orientar nuestra vida en medio de este mundo (tecnológico) en el que nos ha tocado vivir. Es verdad que las humanidades tendrán que convivir con la tecnología –y se servirán la una de la otra–, pero el sentido de nuestra vida lo orientará lo más enraizado a nosotros, que es la vida de la cultura, la vida del espíritu. Y, solo así, el ser humano no se disolverá en medio de un mundo atrapado por la manera de vivir la tecnología.