La Virgen de La Merced y la epidemia de 1821

El Archivo Diocesano de Barcelona, en estos días de pandemia y en la celebración de la Virgen de la Merced, ha investigado sobre los documentos que custodia referentes a la Virgen y las epidemias históricas que ha sufrido la ciudad de Barcelona. Tema, creemos, de gran actualidad.
La fiebre amarilla o «peste amarilla» afectó muchísimo a Barcelona. Era el verano del año 1821. Entró en la ciudad a través de un barco de comercio (y tráfico de esclavos posiblemente). El barco se llamaba «El gran Turco». Se observó que las primeras víctimas fueron una docena de marineros y «mozos de cuerda» que accedieron a dicho barco. Dicha peste se extendió por la Barceloneta. El miedo se extendió por la ciudad con gran intensidad. Muchos representantes de la burguesía marcharon fuera de la ciudad. Algunos creían conveniente que todos los habitantes de la Barceloneta fueran expulsados de sus casas y trasladados en un valle totalmente incomunicados. Al no poderse llevar a cabo tal solución quimérica, se enviaron miles de soldados que cerraron el puerto y especialmente el barrio de la Barceloneta. Es la propia Junta Municipal de Sanidad quien pide a las autoridades eclesiásticas que se inicien las oraciones (colectas) para que acabe la peste (11 de agosto de 1821). El mismo alcalde (Cayetano de Dou) pide al gobernador eclesiástico Mn. Bernat Doria que se hagan rogativas. El obispo Pau Sitjar estaba fuera de Barcelona, pues fue vetado su ingreso por los franceses.
Las primeras rogativas consistirán en ir en procesión a las tumbas de los santos patrones de Barcelona (Santa Eulalia, Santa Madrona, San Ramón de Peñafort…).
Se harán tres procesiones en tres días que saldrán de la Catedral (del 17 al 23 de septiembre de 1821). También en la Catedral durante una semana se expondrá el Santísimo y por último se pide que durante unos días la Virgen de la Merced salga de su santuario y que por las calles de Barcelona sea invocada por los fieles, a fin de que se termine de una vez la epidemia. Esto se mandaba el 8 de octubre y el 25 de noviembre hay una circular del gobernador de la Mitra que afirma que todos los párrocos y superiores de casas de religiosos tenían que cambiar la oración anterior contra la peste por la de acción de gracias ya que se había acabado la epidemia; un día después, el 26 de noviembre de 1821 se firmó un decreto que mandaba celebrar en el mismo santuario de la Merced una Misa y un Te Deum en acción de gracias por el final de la epidemia.
Obviamente, estos hechos históricos evocan los días actuales de la epidemia que estamos sufriendo. También hoy en día se nos ha pedido a los sacerdotes que roguemos por que se acabe de una vez la pandemia de la Covid-19. Y así lo hacemos sinceramente. Recordemos aquellas palabras que Cristo dirigía a la Samaritana (Juan 4, 23- 24): «Estos son los adoradores que quiere al Padre. Dios es Espíritu. Por eso los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y Verdad». Las formas externas pueden (y quizás deben) cambiar, pero nunca debemos variar el auténtico núcleo de la oración sincero, de corazón a corazón (con Dios y con nosotros) y en Verdad creyendo que Dios lo puede todo: es omnipotente y misericordioso infinitamente.