La dimensión martirial de la educación

Un amigo me comentaba que, con su mujer, se rieron un buen rato cuando leyeron a través de las redes sociales un artículo titulado algo así como “La dimensión martirial del matrimonio cristiano”. Al parecer, el escrito ponía en valor la parte ascética de la relación matrimonial y la inherente carga de paciencia que conlleva caminar conjuntamente en una opción de eterno recorrido o, al menos, por el tramo visible de la vida y como suele decirse, “hasta que la muerte nos separe”. Llevado al extremo, cuesta imaginar a una pareja que, por la mañana, se salude con un “Buenos días, mi amor, ¿cómo quieres que te martirice hoy”? Pero se entiende que no va por ahí la cosa, porque el sadomasoquismo más vale reservarlo por entes de ficción como las “Cincuenta sombras de Grey”. Así pues, hablar de “dimensión martirial”, de entrada, no tiene buena prensa pero cuando vinculamos la palabra con su sentido original, que significa testimonio, la perspectiva puede ser diferente.
Cuando hablamos de dimensión martirial del acto educativo no se trata de pedir a los docentes de las escuelas cristianas que sean una especie de “superhéroes de la fe” dispuestos a entrar en el aula como quien accede a ser devorado por un alumnado salvaje ante toda explicitación de carácter religioso en el circo del entretenimiento educacional, aunque sea una situación que debemos reconocer también como actual incluso en algunas escuelas cristianas. Ser mártir es educar desde un compromiso que no equivale a responder a una ideología determinada –como quien inserta un agente educativo que actúa a modo de “comisario político” velador de la identidad y el proyecto del centro – sino, más bien, es crear un vínculo y ofrecerse para el acompañamiento personal en una relación entre docente y discente que es, aunque asimétricamente, recíproca. Es sólo a través de éste – reconozcámoslo, a menudo incómodo y pesado – “caminar juntos”, o lo que en terminología eclesial actual podríamos llamar como “edusinodalidad”, que se puede llegar a un despertar los ojos de la fe y que el alumnado, a modo de discípulos de Emaús, podrá darse cuenta de aquello de “¿No es verdad que nuestro corazón se abrusaba dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos abría el sentido de las Escrituras?” (Lc 24,32).
Para los aficionados al mundo literario Tolkiano, caminar juntos resuena internamente a estar dispuesto a salir de “La Comarca”, del valioso refugio cultural y relacional del ser. De igual modo, la dimensión martirial de la educación también pide por parte del docente estar dispuesto a asumir la incertidumbre que se encontrará en este acompañamiento al alumnado así como a tomar conciencia de que esta “aventura” de la educación “va con él” , le hace ser quien es, y no le dejará indiferente.
Dice el papa Francisco que necesitamos avanzar en una “educación en salida”, no puede ser de otra manera si fijamos los ojos en aquel rabino-maestro itinerante de Palestina que es el referente obligado para toda escuela cristiana. Ahora bien, educar “en salida” no significa dejar la mochila ni el bagaje cultural, así como los contenidos que llevamos incorporados en nuestra forma de ser, pensar y actuar. No podemos salir de casa por la mañana haciendo un reset absoluto con la persona que éramos ayer. Precisamente, una educación martirial, para que sea verdaderamente testimonial, no puede ser neutra porque, entonces, el docente queda como un acompañante mudo; como una presencia fantasmal que nada aporta al viaje ni se vincula con los compañeros. Hay que dejar “La Comarca” pero, a la vez, todos los héroes de los escritos Tolkianos, para seguir con la comparación, llevan insertado el amor por un arkhetopos siempre presente en sus aventuras. Educar desde la dimensión martirial es, también y por lo menos, no olvidar la añoranza por los propios lugares de sentido.
Por último, damos la palabra al P. Lluís Duch OSB, que remarcaba así la importancia del testimonio – ¡no sólo en el ámbito educativo! – en una sociedad herida de desconfianza: «Estamos convencidos de que, especialmente desde una perspectiva religiosa, el testimonio nos ofrece la única posibilidad de volver a establecer vínculos familiares, cívicos y religiosos basados en la confianza». [1]
[1] Duch, Lluís. La crisi de la transmissió de la fe. Barcelona: Cruïlla y Fundación Joan Maragall. 2008