La dimensión espiritual de la sinodalidad

El Espíritu Santo genera comunión y comunicación. El primer efecto de Pentecostés, además de gozo y valentía, es que los diversos se entendían en sus propias lenguas, gracias a la presencia del Amor (Ac 2).
Por lo tanto, un signo claro de la presencia del Espíritu Santo es la apertura al diálogo y a la comunicación. Y eso pide humildad, respeto, capacidad de escucha… Relativizar las propias convicciones sin intentar imponerlas… Qué recuerdo más bonito de aquellas reuniones de comunidad donde expresábamos las opiniones con modestia, escuchando con atención las opiniones de los demás, sin presiones para que se aceptara lo mío… hasta que, poco a poco, iba surgiendo el consenso fruto del ceder por parte de cada uno. Era una gran escuela para aprender a hablar y a escuchar, buscando la voluntad de Dios.
Porque previo al «caminar juntos» está el “escucharse juntos» para discernir lo que conviene y la dirección en la que se debe caminar. Porque el ‘Espíritu Santo puede hablar en la oración, en una revelación personal, pero normalmente, habla a través de los demás o de los signos de los tiempos. Por eso, hay que escuchar a todo el mundo, porque Dios, a veces, habla a través del más joven, como decía san Benito. Y hay que escuchar la realidad, aquello que nos está diciendo Dios con lo que ocurre.
La Iglesia tiene una gran tradición sinodal desde los inicios, empezando por el concilio de Jerusalén (Ac 15) hasta el concilio Vaticano II; puede convocar sínodos diocesanos y posee en la vida religiosa una tradición capitular antiquísima, donde los hermanos o hermanas se reúnen cada tres o cuatro años para debatir y dialogar sobre los temas que les afectan y escoger nuevos responsables.
¡Qué bonito sería que las iglesias diocesanas nos encontrásemos con periodicidad para celebrar la fe común y compartir inquietudes y puntos de vista sobre temas de interés! Generaría un mutuo conocimiento que facilitaría mucho la comunión y la colaboración, además de ser un signo visible de presencia fraterna en medio de nuestro mundo.
El Señor Jesús vino para reunir a las ovejas dispersas de pueblo de Israel y escogió a doce apóstoles como signo del encuentro de las doce tribus de Israel. Y los escogió muy diversos e incluso enfrentados ideológicamente, para que fueran una parábola de reconciliación con Jesús en medio. Este es un buen modelo para la Iglesia: personas y grupos muy diferentes e incluso divergentes, que pueden convivir y amarse porque está Jesús en medio de ellos. Cuando Jesús y su Espíritu están presentes, reina el espíritu de diálogo y la mutua comprensión y comunicación.