La dignidad no tiene edad

 

Resuenan en mi mente algunos titulares aparecidos en la prensa estos días con el mono-tema de la pandemia del “coronavirus” (Covid-19) que parece que han hecho saltar los resortes de alarma en la sociedad y de manera especial en la población mayor, que por cierto, es la gran mayoría. Dicha pandemia no perdona a los más frágiles y vulnerables, especialmente a las personas mayores. Son miles los fallecidos a lo largo del planeta, a pesar de la lucha y de los enormes esfuerzos del personal asistencial que les atiende. Además, para terminar de aderezar la realidad que se está viviendo, ha cogido a la mayoría de reservorios sanitarios faltos de material tanto de protección sanitaria como de los recursos necesarios para proteger la vida de dichos pacientes frágiles.

Dicha realidad fehaciente ha hecho surgir voces que planteaban el consabido dilema de quién debe ser merecedor de los escasos recursos asistenciales para lidiar con la terrible Covid-19. Ante esta realidad me llegué a preguntar quién puede decidir quién debe vivir y quien morir sin dar oportunidad a la actuación, certera o no, de los medios físicos y farmacológicos de los que dispone la comunidad sanitaria en este último intento de recuperar la salud perdida de un ser humano. También se me planteó otro interrogante sobre el ofuscamiento de la sociedad ante la injusticia de ver personas de primera y personas de segunda ante el bien más preciado del ser humano, el de la salud. ¿Qué mal han hecho las personas mayores para que no tengan el mismo derecho a la aplicación de remedios de contrastada eficacia de recuperación de su enfermedad, como a cualquier otro ciudadano?

Uno de los grandes dramas humanos y éticos que plantea la implicación de los servicios sanitarios diariamente, es el de cómo atender a ese gran número de pacientes, y  qué criterios utilizar ante la falta de camas, de lugares en terapia intensiva y respiradores,  quién puede recibir asistencia sanitaria y quién no. Estos interrogantes llevan irremediablemente a aflorar problemas éticos generados de la situación pandémica que vive la sociedad mundial y que son muchos y profundos. Pero que su excepcionalidad no nos haga caer en el “decisionismo” ni la tentación de la mentalidad utilitarista.

Llegados aquí y ante la pregunta qué debemos hacer, creo que corresponde a la Bioética dar una respuesta a los interrogantes que se nos plantean, teniendo presentes sus principios de actuación, el de Beneficencia (exigencia de los profesionales de hacer las cosas bien), del de Autonomía (tener presente el respeto por la persona), el de No maleficencia (jurídicamente previo al de Beneficencia) y, el de Justicia (casos iguales exigen tratamientos iguales, sin admitir discriminaciones). Respecto a este último no estamos hablando de teoría ética “buenista” sobre el grupo etario de los mayores, sino de una realidad que ante la escasez de recursos sanitarios, parece invocar el principio bioético de Justicia Distributiva.

La aplicación de dicho principio bioético nos viene a decir que todo ser humano tiene derecho a una consideración personal y que rechaza de raíz que la edad y la dependencia sean criterios exclusivos para decidir a quién se le dedica el máximo esfuerzo terapéutico, o más claro, es necesario valorar las circunstancias concretas de cada paciente, sin excluir a nadie.

A estos dilemas éticos que ha planteado el combate de la pandemia de la Covid-19, el Comité de Bioética de España ha elaborado un Informe con los criterios comunes para todos los hospitales, y hace mención de manera explícita a  lo que respecta al grupo etario senescente, en el cual se pide que se valoren las circunstancias concretas de cada paciente, “sin excluir a nadie a priori” (Informe  del CBE sobre los aspectos bioéticos de la priorización de recursos sanitarios en el contexto de la crisis del Coronavirus de 25 de marzo de 2020; apart. 9).

A posteriori, el 30 de marzo de 2020, la Pontificia Academia para la vida ha publicado un documento titulado Pandemia y fraternidad universal que refuerza y corrobora la aplicación de  estos principios bioéticos, y de manera especial el de justicia, que no hace más que enriquecer y servir de mejor interpretación de los mismos, podemos citar de dicho documento lo siguiente: “La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que así fuera se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y os más frágiles”. “En cualquier caso nunca debemos abandonar al enfermo, incluso cuando no hay tratamientos disponibles…”.

La valoración moral de la justicia sociosanitaria no puede olvidar  como principios básicos que, en primer lugar, la persona mayor es “persona” y por tanto merece igual consideración y respeto que otra persona más joven y, en segundo lugar, que “la vida” es un derecho y un valor igual para todos los seres humanos con independencia de su edad.

Esta  Justicia Distributiva desde la perspectiva Cristiana que dejan entrever dichas referencias documentales  destila el principio de  Solidaridad como principio bioético, como instancia de referencia moral cuya pretensión sea la de asumir preceptivamente la función reguladora de las actividades humanas, de forma que pueda ser aplicada a cualquier persona o colectividades en situaciones similares, que es la de salvaguardar en cualquier circunstancia, “la dignidad y los derechos” de cualquier ser humano en sus relaciones personales o colectivas. Así, en esta situación de alarma pandémica de la Covid-19  se deberán atender  a las personas vulnerables y aquejadas por la patología del mencionado virus con los medios técnicos y clínicos de contención integrados en una vasta y profunda complicidad con el bien común, evitando la tendencia a la selección de sus privilegios en detrimento de los vulnerables en base a la ciudadanía, renta, política, edad…

No caigamos en la influencia de la globalización de la indiferencia, de la ya instaurada cultura del descarte, ni del tentado pensamiento de “descartados por selección”. En esta tan peligrosa como devastadora sociedad de la resignación no debemos dejar morir a los ancianos por el simple hecho de contraer la Covid-19, porque la Dignidad no tiene edad.

 

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Mn. Juan Manuel Bajo

Nació en Mora d’Ebre (1963). Es el director-coordinador del Secretariado Interdiocesano de Pastoral de Salud en Catalunya. Máster en gerontología médica y psicosocial.