El Espíritu y la sinodalidad

En el proceso sinodal al que el papa Francisco ha convocado a la Iglesia, la celebración del Pentecostés adquiere una importancia muy especial. Como evidenció el mismo Papa en la reflexión que hizo previa a la apertura oficial de los trabajos del sínodo: «el Sínodo es un momento eclesial, y el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo. Si no está el Espíritu, no habrá Sínodo… Porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, reviva lo que está muerto, desata las cadenas y difunde la alegría». En la misma línea, el documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la sinodalidad afirma que “La acción del Espíritu en la comunión del Cuerpo de Cristo y en el camino misionero del Pueblo de Dios es el principio de la sinodalidad.” (n. 46).
El Espíritu, en efecto, es lo que está detrás de los diversos aspectos que se conjugan en una Iglesia sinodal. En primer lugar, su unción en el bautismo y la confirmación nos confieren a todos los cristianos la misma dignidad de hijos e hijas de Dios, que nos permite invocarlo cómo Jesús: “¡Abbà, Padre!” y que es la base de nuestra fraternidad: “solo tenéis un Padre y un guía, y todos vosotros sois hermanos”. Nos permite, pues, “caminar juntos”, sin que nadie se considere superior a los demás. En todo caso, si alguien quiere ser el primero, o ha sido situado en un lugar de autoridad, “se tiene que hacer servidor de todos” (Mc 9,35).
Por otro lado, el mismo Espíritu es quien suscita los diversos dones, ministerios y carismas que edifican y renuevan continuamente la Iglesia y hace que se pongan al servicio de todo el Cuerpo y de la vida del mundo. Es el gran creador de la comunión en la diversidad.
Finalmente, la tradición atribuye también al Espíritu el sensus fidei, que otorga a cada bautizado la sensibilidad para captar lo que sintoniza con el evangelio y lo que en cambio le es contrario. Es la base del discernimiento en la Iglesia para que se mantenga fiel a Jesucristo frente a las novedades y retos de la historia, lo que nos permite leer los “signos de los tiempos y de los lugares”. El discernimiento es uno de los pilares de la sinodalidad a todos los niveles. No se trata solo de aplicar leyes y/o de decidir por votación o por sumisión: se trata de discernir lo que el Espíritu nos pide en estos momentos, escuchándonos y escuchando al mundo.
En este Pentecostés, pues, invoquemos con fuerza el Espíritu para que el Sínodo sea realmente un «aliento fresco» para la Iglesia. Lo podemos hacer con la plegaria del papa Francisco: «Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio nuestro, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra”.
Màxim Muñoz Duran, claretiano