El ejemplo de Francisco de Asís

 

Uno de los aspectos de la vida de Francisco de Asís que más pueden interpelarnos hoy es su enamoramiento de Jesucristo y su encarnación vital del Evangelio. Para él, el Evangelio es Jesús y se interpreta poniéndolo en práctica, ya que solo se capta la verdad de la Buena Noticia cuando se la practica. Todas las reformas en la Iglesia han venido por personas que se han tomado en serio el Evangelio, encarnándolo en sus vidas.

Su fascinación por Jesús pobre (Fil 2) y el gozo de encontrar el tesoro de la simplicidad evangélica vivida en fraternidad, nos puede ayudar a llevar una vida más sencilla y gozosa.

Su experiencia del Dios Abba que nos hace hijos amados y, por tanto, hermanos e iguales, su ser madres los unos para los otros con la ternura de quien lava los pies con delicadeza, puede ser un referente precioso para nuestras relaciones.

El descubrimiento de la fraternidad como don de Dios, tanto en la alegría como en las dificultades, y su convicción de que Dios habla a través de lo que nos dicen y nos hacen los hermanos, puede ayudarnos a redescubrir la belleza del convivir juntos y el hecho de escucharnos y ayudarnos mutuamente como antesala del Banquete Celestial.

La pobreza austera como no posesión de las cosas, respetándolas como creadas por Dios y, por lo tanto, buenas y bellas, puede ser un paradigma magnífico para nuestro ecologismo y cuidado de la Creación, así como para la repartición más equilibrada de los bienes de la tierra.

Su anhelo por la pequeñez y la humildad que renuncia al poder y quiere ser siempre servidor desde abajo, puede ser una vacuna para nuestro delirio de grandeza y de vanidad.

La aceptación de la vida como don de Dios, con todo lo que tiene, incluidos los dolores y los fracasos, hasta el punto de declarar bienaventurados a los que soportan con paz enfermedad y tribulación y de llamar a la muerte hermana, puede ser un acicate para reconciliarnos con la realidad y con todo lo que nos toca vivir…

El amor a los enemigos y la mansedumbre de Jesús en la Pasión, que tanto valoraba el santo, pueden ser un referente para nuestra reconciliación y convivencia con los que no nos aman, y enseñarnos a responder al mal con el bien y a no tenerle en cuenta a mi hermano el mal que me hace.

Su amistad espiritual con santa Clara puede ser un ejemplo para animarnos a buscar la complementariedad con el otro sexo, sin miedos ni inmadureces, para vivir nuestro carisma en masculino-femenino.

Su vocación de convivir con los leprosos y cuidarlos nos es un ejemplo para acercarnos a los marginados y vivir la hermandad con ellos. En el bien entendido que, para Francisco, el pobre no es solo alguien al que debemos ayudar, sino presencia real de Cristo (Mt 25).

San Francisco inició su conversión reconstruyendo iglesias con sus manos. El trabajo manual, tan abandonado en nuestra sociedad digital, nos puede hacer mucho bien de cara al equilibrio psicológico, y para darnos alegría y realismo, así como para ayudarnos a colaborar en la regeneración y embellecimiento de nuestro entorno.

Finalmente, aunque tendría que ir al principio, su oración larga y las diversas cuaresmas que hacía a lo largo del año, nos muestran que la santidad cristiana se alimenta de la intensa intimidad con el Padre y de la apertura a la acción del Espíritu Santo. Tal como decía Francisco: “…Sobre todas las cosas el hermano ha de desear tener el Espíritu del Señor y dejarlo obrar en él…” (2 Regla 10,8).

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Fray Josep Manuel Vallejo Fidalgo

FORMACIÓN

  • Arquitectura en Barcelona
  • Licenciado en estudios eclesiásticos por la Facultad de teología de Cataluña

ACTIVIDAD DOCENTE Y PROFESIONAL

  • Se ha dedicado, sobre todo, a la divulgación bíblica y al cultivo de la espiritualidad
  • Profesor invitado del ISCREB
  • Director de la revista Cataluña Franciscana

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