El confinamiento, una auténtica prueba

 

El coronavirus no es solo un drama. «Hemos sido desposeídos de todo, inclusive del desierto», nos decía Cioran en Del inconveniente de haber nacido. La conexión, la congestión y la aceleración, encierran nuestras existencias hasta la asfixia y conspiran contra toda vida interior. En este mundo sobrecalentado, el virus nos ofrece la ocasión de un tiempo de suspensión, una respiración, una pausa.

Esta experiencia es una prueba. El gran silencio suscita angustia, vértigo… Surgen preguntas inéditas. La soledad también revela el caos interior que se enmascaraba con mil actividades. En la inmovilidad y la vida desacelerada, las aguas turbulentas de la mente emergen: ¿Hay algún remedio para los pensamientos que nos asedian?

Una sed inmensa de vacío

Los padres del desierto decían: «Ve, siéntate en tu celda (kellion), y tu celda te lo enseñará todo». Consideremos el confinamiento impuesto por las circunstancias, no como un castigo, sino como el camino de una paradójica liberación. Una oportunidad para volver a conectar con uno mismo y volver a lo esencial. El confinamiento es una prueba de verdad. Pero a todas aquellas personas que resistirán pacientemente, humildemente, sus durezas, el desierto también les revelará sus riquezas. Son innumerables.

Dejar infusionar las horas

El vacío exhuma verdades que esconden las agendas sobrecargadas. Al dejar infusionar las horas, las sensaciones se hacen más densas; damos a las cosas y a las personas la oportunidad de desplegar sus matices. Ver pasar el tiempo, escuchar el silencio, hojear un clásico o incluso no hacer nada se convierten en actos intensos, que nos abren a la profundidad de la existencia. En el siglo XVIII, el escritor Xavier de Maistre, puesto bajo custodia a causa de un duelo, probó el confinamiento. En Viaje alrededor de mi habitación, nos recuerda que podemos convertirnos en unos peregrinos inmóviles. Sí, nuestros horizontes interiores tienen profundidades insospechadas.

«El hombre que renuncia al mundo se pone en condición de entenderlo», dijo Paul Valéry. El paso a un lado que nos impone el coronavirus también puede convertirse en una táctica del espíritu crítico, una higiene del pensamiento. Un desvío para volverse más clarividente. Porque, finalmente, nuestro mundo no puede continuar mucho más por este camino y a este ritmo.

La felicidad no consiste solo en correr, producir y consumir. No se puede vivir eternamente sin mirar a las estrellas. Necesitamos hombres y mujeres de silencio, de soledad, de oración. Que este tiempo de retiro forzado sea una oportunidad para volver a conectar con la interioridad, pero también para meditar, como Thoreau en Walden, aquellos libros que nos importan para encontrar respuestas a estas preguntas urgentes: ¿Qué deseamos realmente? ¿Qué queremos salvar?

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Ezequiel Mir

Técnico de Cáritas Diocesana de Girona. Estudiante de la Licenciatura en Ciencias Religiosas en el ISCREB – Especialidad en Identidad Cristiana y Diálogo.

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